JORGE DEL PALACIO-El Mundo
Se ha convertido en un lugar común afirmar que el origen del actual conflicto político en Cataluña está en el recurso de inconstitucionalidad que el PP presentó ante el Tribunal Constitucional contra el Estatut en 2006. Sin embargo, el relato suele orillar el protagonismo del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero y las consecuencias de su célebre frase sobre la idea de nación, en la que afirmaba que es un concepto «discutido y discutible en la teoría política y en la ciencia constitucional».
Desde el punto de vista académico, Zapatero llevaba razón, pues la definición de «nación» es de todo menos pacífica. Desde el punto de vista político, en cambio, la cuestión es muy otra. Sobre todo si quien realiza esa afirmación no es un profesor en el ejercicio de su libertad de cátedra, sino un presidente del Gobierno en la sede del Senado. Quien, además, sostenía un gobierno tripartito en Cataluña con el concurso de fuerzas nacionalistas. De aquí que la afirmación tuviese, al menos, dos importantes consecuencias políticas.
En primer lugar, se abrió el cuestionamiento del consenso constitucional sobre el concepto de nación forjado en la Transición. En segundo lugar, se procedió a cambiar la relación histórica del PSOE con la llamada «cuestión nacional». Y con ello la forma de interpretar la relación de la izquierda y el progresismo, en un sentido amplio, con el problema territorial español. Merece la pena señalar en este punto que Ciudadanos nace, precisamente, en este clima de opinión y con una notable contribución de intelectuales socialistas.
Ambas consecuencias están estrechamente vinculadas en tanto que el PSOE contribuyó de manera decisiva a los consensos de la Transición. Del mismo modo que la Transición, con su acento en la moderación, contribuyó a canalizar la modernización del PSOE. Un proceso que no se agotó en su renuncia al marxismo para adoptar una posición socialdemócrata homologable en Europa. Sino que también tuvo que ver con la capacidad del PSOE para expresar una visión de Estado y un proyecto nacional integrador que le permitieron construir partido incorporando a la miríada de partidos socialistas, muchos regionalistas, que tras la muerte de Franco buscaron una voz propia en democracia.
De ahí que el cuestionamiento del consenso constitucional como estrategia política para tejer nuevas alianzas haya terminado debilitando al PSOE, poniendo en cuestión su propia identidad. Hecho que ha tenido un peso sobresaliente en la forma en la que se ha desarrollado la política catalana en la última década. Pues la ambigüedad y el cálculo electoral que ha guiado a una parte del socialismo frente al nacionalismo se ha traducido no solo en una incapacidad estructural para pensar la política en clave española, sino en una preocupante falta de respuesta ante la deriva antiliberal del nacionalismo. En este sentido, la entrevista que ayer publicaba EL MUNDO a Emiliano García-Page es la mejor expresión de la profunda división en el PSOE sobre la cuestión nacional. Un partido en el que conviven como pueden dos formas de entender España: como nación de ciudadanos o como nación de naciones.