Ha ido creciendo en la sociedad catalana, a modo de superstición, una conciencia de agravio económico que la corrección política impedía llevar al debate nacional. Sospecho que el Estatut es la forma política que ha adoptado el fantasma de un falso agravio económico. Los malentendidos que no se aclaran son como los granos que no se tratan y degeneran en tumores.
Hay cosas que la crisis ha cambiado para siempre y una de ellas es la autoconcepción buenista de la Unión Europea. Hasta el día en que el euro se puso a temblar la UE era un cursi y bello sueño de estrellas, notas de la Novena Sinfonía de Beethoven, flores y pajaritos. Pero el susto griego le ha hecho aterrizar de pronto en la realidad de sí misma y hemos oído a los alemanes hablar de pasta con una incorrección política que hiere nuestra exquisita sensibilidad social o más bien nuestra tradicional incapacidad para llamar a las cosas por su nombre. Y es que en España tenemos modales de burros y corazoncito de cortesanos. Tenemos la tendencia a poner a los temas incómodos la etiqueta de ‘lo innombrable’. Lo que pasa al final es que, como son innombrables, los problemas ni se afrontan ni se resuelven y acaban buscando su salida donde no deben buscarla. Acaban siendo puestos sobre la mesa pero con una formulación inadecuada y traumática cuya desproporción preserva a su vez y paradójicamente la ‘innombrabilidad’ del problema omitido.
Un ejemplo es el Estatut. En sus viajes a Cataluña, uno nunca había advertido una verdadera demanda social de reforma del texto estatutario elaborado en el 77. Lo que sí había advertido es que no había cena en la que alguien no sacara a relucir el PER y el funcionariado madrileño para asegurar que ambas cosas las pagaban él y Cataluña con sus impuestos. Lo que uno sí había advertido es cómo, por no hablar de los temas espinosos con claridad, ha ido creciendo en la sociedad catalana a modo de superstición una conciencia de agravio económico que la corrección política impedía llevar al debate nacional y condenaba a eso, a ser una queja recurrente entre los bastidores de la vida cotidiana. Uno sospecha que el Estatut no es más que la forma política que ha adoptado el fantasma de un falso agravio económico. Los malentendidos que no se aclaran son como los granos que no se tratan y degeneran en tumores. Si se hubiera hablado con naturalidad de esta cuestión que responde a un debate general de todos los países -la famosa dialéctica económica ‘norte-sur’- también habría salido a relucir el proteccionismo franquista del que se benefició la industria catalana. Habrían salido todos los fantasmas. Se habrían hecho cuentas y se habría comprobado que los madrileños ponen más pasta que los catalanes para ayudar al paro andaluz y a la propia industria vasca; o sea que la dialéctica no es ‘norte-sur’ sino radial, entre el centro y la periferia.
Lo innombrable, sí. En España se ha tragado mucho con todo, con los centralismos y las descentralizaciones, las monarquías y las repúblicas, hasta que al final estallaban sin comerlo ni beberlo guerras civiles de una crueldad que contrastaba con eso, con las tragaderas. No les hemos dicho, por cierto, a los alemanes que, gracias a que países como España están en el euro, ellos venden lo que no han vendido en su vida.
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 7/6/2010