- Los planes de regeneración para la prensa, la judicatura o la empresa no son una impostura para neutralizar los contrapoderes: manan de la creencia sincera de que estas instancias no han completado su transición hacia la democracia.
Sólo un doctorado con honores en fariseísmo como Pedro Sánchez está en condiciones de engendrar el alud de embustes, triles y señuelos que ha irrigado la vida pública española en los últimos años.
Pero esto no implica que Sánchez se reduzca a una amalgama de mentiras para adobar la retención del poder, como suele aducirse. El cinismo sanchista es sólo instrumental, no doctrinal. Porque la retención del poder no responde tanto a una amoral obstinación por perdurar como a un muy moral empeño por que no sean otros quienes ocupen el poder.
Siempre se pone el acento en la retorcida narrativa empleada por el Gobierno para dar cobertura discursiva a sus vilezas. Pero ¿y si el Gobierno y sus sostenes se creen realmente esa narrativa?
Algo así parece desprenderse de las interioridades que han quedado expuestas con las últimas filtraciones.
Javier Pérez Dolset, uno de los fontaneros de Ferraz, confesó que «sólo hay un gran jefe [Pedro Sánchez] y ese ha pegado un puñetazo en la mesa que te cagas porque él sigue manteniendo, y te lo dice a gritos si es necesario, que su mujer puede ser una pichona, pero que no es una corrupta».
Sánchez parecería así genuinamente convencido de la inocencia de su mujer. Como también de la de su ex contramaestre. El presidente le dijo a Ábalos en 2021: «Te escribo para trasladarte mi solidaridad ante los infundios que, por desgracia, estamos viendo en los medios».
Y bien pudiera ser que los lamentos por «las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado» que están «extorsionando» a «ciudadanos en este país» formaran parte del teatrillo de Leire Díez Castro. Pero el caso es que la alta comisionada de Ferraz para las cloacas le hizo ver a uno de sus informantes que había sido sido «víctima de la Camorra de la Guardia Civil». Y se diría que pensaba sin doblez que el teniente coronel Antonio Balas es un «verdugo» y un «carcelero».
Nada nos permite descartar esta posibilidad: que la guerra sucia que ha practicado el PSOE esté movida por una creencia sincera en que es necesario purgar de «elementos subversivos» a la fiscalía y la policía.
Que si el PSOE estaba recopilando información comprometedora sobre fiscales y agentes, fuese para cargarse de razones partiendo del convencimiento previo de una conjura contra el Gobierno, justificación suficiente para responder con una praxis mafiosa.
Que el PSOE entendiera la operación para desprestigiar a la UCO como una legítima defensa contra las maquinaciones de la Guardia Civil.
Y esto vale para el resto de actores que han sido señalados por el Gobierno.
Los planes de «regeneración democrática» que el Gobierno receta para la prensa, la judicatura o la empresa no son tanto una impostura para neutralizar los contrapoderes cada vez que estos se activan contra el Ejecutivo. Sino una intervención higienizante que mana de la certeza de que estas instancias aún no han completado su transición hacia la democracia.
Si el Gobierno progresista encarna el Progreso, todo lo que sea escudriñar críticamente sus acciones comporta un obstáculo al Progreso.
Hay un golpe blando en España desde hace un par de años.
Dudo si a Feijoo, Aznar y Felipe González se les va a ir de las manos y se va a convertir en un intento de golpe duro si lo terminan dirigiendo los sectores más duros.
Hay que estar con el Gobierno y con la democracia.
— Ramón Espinar 🇵🇸 (@RamonEspinar) May 29, 2025
Por eso, toda información que ponga en entredicho la legitimidad de ejercicio del Gobierno progresista legítimo reviste, en la práctica, estatus de bulo. Porque la información contra el Gobierno progresista legítimo ha de ser por fuerza desinformación. Y quienes la promueven no pueden ser otra cosa que aviesos refractarios a los avances sociales.
Esta lógica es la que produce la concepción redentorista de la política que informa al sanchismo. Aquí es el marco valorativo el que determina el marco epistemológico. Y cuando uno asume la elevada encomienda de liberar a la nación de las fuerzas de la reacción, hay bula para arrumbar los escrúpulos formales o las consideraciones éticas.
Si son los ultras los que están en frente, ¿cómo no iba a ser admisible usar todos los recursos del Estado, incluida la Fiscalía, para desarticular la amenaza?
¿Concepción patrimonialista del poder? No: sencillamente, impedir que lo ejerzan los reaccionarios.
La resolución de «acabar con esto como sea» es el «no pasarán» de los correligionarios del Gobierno progresista legítimo que se considera perseguido.
Porque quizás, en el caso de los voceros tarifados de las tertulias todo se reduzca, en efecto, a replicar interesadamente el argumentario monclovita.
Pero hay otros tantos zelotes que, por gratuito amor a la causa, creen a pies juntillas ese discurso de la confabulación político-mediática-judicial-empresarial. Y por eso están dispuestos a disculparle a Sánchez cualquier tropelía por abominable que se antoje.
España es, por ancha y sentida mayoría, política, intelectual, moral y estéticamente sanchista. Por medios democráticos, Sánchez es inderrocable. Si disponen de otros medios, que los usen y fin; si no, que dejen de pegar bocinazos y nos dejen vivir que ya son seis putos años así.
— Jónatham F. Moriche 🇺🇦 🇵🇸 (@jfmoriche) May 29, 2025
Las raíces de esta visión pueden rastrearse en un equipamiento ideológico que aúna el fundamentalismo democrático contemporáneo; el carácter de religión política del progresismo (que no concibe disidentes sino herejes;) y la conciencia de hiperlegitimidad que ostenta el PSOE en España, fruto de la inversión del esquema franquista tras la Transición (si durante cuarenta años un español de bien sólo podía ser de derechas, hoy el español de bien sólo puede ser de izquierdas).
El principal problema de esta narrativa es que podría resultar convincente de no ser porque, para todo el mundo salvo para los conmilitones más fervorosos, resulta evidente que quien está al frente del Gobierno no es una suerte de reencarnación de León Blum empecinado en cambiar la faz del país según nobles ideales y mediante una ambiciosa agenda transformadora.
Muy al contrario, se trata de una enclenque cuadrilla de sablistas sin más horizonte que depredar la Administración, desguazar el erario, parasitar las instituciones y cronificarse por medio de una molecular estructura clientelar.
Para desgracia de la feligresía sanchista, no hay un sindicato ultra del lawfare intrigando para derrocar al Gobierno mandatado por las urnas, porque aquí no hay tal cosa como el «Estado profundo» que podría observarse en otros lugares.
El único Estado profundo en España es el Estado. Es decir, el PSOE. Y no hay más «golpe blando» contra la legitimidad institucional que el que está encabezando el propio Gobierno.