Javier Zarzalejos-El Correo

  • Es una mala broma que España carezca siquiera de proyecto de Presupuestos cuando Trump desencadena su brutal sacudida arancelaria

Donald Trump ha hecho exactamente lo que dijo que iba a hacer. Sirva esta primera constatación para los que se hacían ilusiones creyendo que el presidente de Estados Unidos iba de farol, que su amenaza de aranceles buscaba solo disponer de una posición negociadora ventajosa y que, al final, el león no iba a ser tan fiero. La brutal sacudida arancelaria revienta el orden mundial -o lo que quedaba de él- establecido tras la II Guerra Mundial. Un orden internacional basado en reglas, apertura al libre comercio y universalidad de los derechos humanos. Un orden que no es una creación europea, porque Europa bastante tenía con reconstruirse y democratizarse, sino que se debió al impulso y la fábrica estadounidense.

Por eso, el victimismo de Trump que presenta a Estados Unidos como una presa inocente devorada por sus aliados es insostenible y, como todo lo suyo, grotesco. Nunca ‘América’ ha sido tan grande como la que ha venido ejerciendo el liderazgo global. ‘América’ es ahora cuando se empequeñece, elevando a política de Estado los lugares comunes de los ‘rednecks’ de gorra de béisbol y cartón de latas de cerveza, la versión estadounidense de los que aquí arreglan el mundo acodados en la barra de un bar.

Trump necesita ingresar dinero de los aranceles para hacer buena su promesa de rebaja de impuestos. Y va a fracasar. Las tarifas planteadas como lo hace el presidente, como instrumento político ajeno a la racionalidad económica, pueden ser un alivio momentáneo, pero pronto resultan letales para una economía que con la protección artificial a sus sectores gana inflación y pierde en innovación y capacidad competitiva.

Trump carece de todo rastro de liberalismo. Es un nacionalista económico y un populista político que cree él mismo que con él ha llegado el verdadero fin de la historia, que para los seguidores de la secta trumpista no consiste en el triunfo de la democracia sobre el totalitarismo sino en el advenimiento mesiánico de su líder.

Europa, sí, debe responder con firmeza. Somos 450 millones de consumidores y generamos una cuota importante del PIB mundial. Pero además de responder debemos crear condiciones de competitividad e innovación que nos sitúen en la posición que necesitamos para asegurar el empleo, el crecimiento y el bienestar. Hay que abrir mercados y ser coherentes con nuestra condición de primera potencia comercial mundial.

Y habrá que profundizar en la rectificación de determinadas políticas que no se ajustan a una realidad agresivamente vuelta del revés. Rectificación que es más necesaria aún cuando se trata de consolidar un mercado interior obstaculizado por líneas rojas nacionales en defensa de intereses estrechos. La fortaleza que podemos mostrar hacia el exterior será función directa de la fortaleza interna y en este punto la realización plena del mercado interior es esencial, como bien ha insistido y argumentado el ‘Informe Letta’.

Y por aquí, tenemos que afrontar la peor crisis política, económica y militar desde hace décadas desde una debilidad que ya se ha convertido en crónica y que amenaza con prolongarse hasta el final de esta ‘no legislatura’, con un ‘no Gobierno’ y una ‘no mayoría parlamentaria’. Es una mala broma que en estas circunstancias España carezca siquiera de un proyecto de Presupuestos Generales del Estado, que ni están ni se los espera, y que las decisiones esenciales para la continuidad de este Ejecutivo espectral las tome un prófugo de la Justicia con el que se negocia por todos los medios posibles para comprar unos meses más de Sánchez. El ministro de Asuntos Exteriores, en este panorama, declara que su prioridad es que la Unión Europea adopte el catalán como lengua oficial. Es todo tan absurdo, tan grotesco, tan lesivo para el interés general que resulta un enigma que gentes a las que se supone capacidad encuentren motivos reales para prolongar el estado agónico de un Gobierno como el que preside Sánchez.

Este cuadro desolador en la crisis más grave que hemos atravesado se completa con la delirante presencia de Vox, que en su acelerada deriva sectaria intenta justificar su condición de quinta columna trumpista con balbuceos enloquecidos contra los demás.

Un Gobierno que no existe como tal, un Parlamento clausurado por quien dijo estar dispuesto a gobernar sin él, una quinta columna trumpista sectaria hasta el delirio y, todo sea dicho, ese «Gora Euskadi askatuta» del nuevo presidente del PNV a modo de prioridad en este momento. No nos falta detalle.