A veces te explican los vascos de ciudad que sus amigos votan a los nacionalistas, a izquierda y derecha, pero no lo son en absoluto. Te explican que la imagen de Madrid (Madrid es todo lo que pasa de determinado accidente geográfico) sobre Bildu y PNV está distorsionada, y que montañas adentro Bildu es un partido ecologista, feminista y progresista, y que el PNV es un partido conservador, tradicional y moderado. Te explican, por supuesto, que la idea de que su identidad principal sea la nación vasca; los adjetivos, un envoltorio intercambiable; y su vocación última, el levantamiento de fronteras es poco más que una pobre interpretación de forastero, una idea anticuada que los datos sociológicos desarman con facilidad.
Los datos sociológicos útiles para la tarea se encuentran, por ejemplo, en el último estudio de 40db. Dice que sólo el 13% de los vascos prioriza la independencia. Para colmo se produce una singularidad entre los vascos, a juicio de los vascos: su política no comprende de pasiones callejeras, no se resuelve con la provocación y la navaja, es más de palabras medidas, tiempos controlados y responsabilidad nacional. De modo que a los vascos no les acompaña únicamente la excepcionalidad respecto al resto de españoles. Cabría incorporar, como guinda, una virtuosa pulcritud respecto al resto de Occidente.
¿Nos encontramos ante el pueblo elegido que escapó de las perversiones del mundo? No lo descartes todavía. Tal vez fue así en algún momento, mientras los observadores madrileños dedicamos energía a otras ocupaciones y sólo quedaron al corriente de la hazaña quienes fiscalizaron la gestión diaria. Quién sabe. Pero fue volver la mirada madrileña a la campaña vasca, o a la precampaña vasca, y frotarnos los ojos, pues las vascas carecen de las virtudes y abundan en los defectos del resto de campañas y precampañas.
Al final la decepción fue la misma: los vascos son tan normales, tan inflamables y tan previsibles como nosotros. Los del PNV recurrieron, tan pronto como tambaleó la victoria, al clásico reproche del pasado armado de Bildu. Dejó de servir la matraca de la década sin ETA. Los de Bildu pusieron el cuchillo en la garganta al PNV al ofrecerles —pudiendo pactar con los socialistas, aliados naturales en el feminismo, el ecologismo y el progresismo— «un Gobierno entre abertzales (patriotas)» para sacar partido de «una oportunidad histórica». La huella de carbono va después de la patria.
Así que no van desencaminados quienes observan que el dato valioso del informe no es el 13% de vascos con otra prioridad, ahora, que la independencia. El dato valioso es que casi el 70% votará a un partido nacionalista. Y si algo nos enseñó el procés, escribió David Jiménez Torres, es que «la rivalidad entre partidos nacionalistas puede llevarlos a radicalizar su separatismo, y además esos partidos son capaces de gobernar juntos mientras compiten entre sí».
Entiendo que es un lamento fácil, pero es un lamento honesto. La calidad de vida cae en el país y los sueldos más frecuentes no dan para la casa y los hijos, dan en cambio con una realidad que no encaja con las cuentas macroeconómicas del Gobierno. Las perspectivas de crecimiento serán mejores que las francesas y alemanas, un año más, pero somos relativamente más pobres que un checo y un lituano, y pronto lo seremos más que un húngaro y un polaco, cuando no hace mucho coincidíamos con los niveles medios de vida europeos. Nada importará menos en estas elecciones vascas, como en las anteriores. Pero todo empeorará si PNV y Bildu emulan el otoño catalán de 2017.