José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • En pleno zafarrancho preelectoral, dos apariciones sobrevenidas alteran la estrategia del PP

El zumbido de urnas tempraneras agita el otoño político. No las urnas de Sánchez, que Dios sabe cuándo, sino las de algunas regiones del PP que sondean ya la posibilidad de convocar antes de lo previsto. Si no hay presupuestos, elecciones al canto. Es la ley de la democracia, aunque el presidente del Gobierno descrea de tan molestos usos constitucionales. “A mí me va bien”, esgrime como todo argumento. Total, «el régimen se hunde como empresa pero se sostiene como tinglado», diría Ridruejo.

El viacrucis periférico

Extremadura y Aragón están en puertas del adelanto. Así lo quiere Abascal. Y el PSOE. Gresca en la derecha. María Guardiola, la gran revelación de la derecha audaz, decidirá el martes si disuelve. No quiere prorrogar unos presupuestos ya prorrogados, al estilo del cesarín de Moncloa. Jorge Azcón se muestra remiso a incomodar a los aragoneses con el trasiego de papeletas anticipadas, aunque arriesga sus cuentas públicas. Feijóo les deja manos libres para así lavárselas si la cosa no va bien. El debate en Génova es si arriesgar un superdomingo electoral el 15 de marzo, en coincidencia con la cita de Castilla y León, y así montar un sucedáneo de plebiscito sobre el sanchismo, o disfrutar un viacrucis electoral del PSOE, en plan gota malaya, un castigo tras otro sin un minuto de tregua ni un Cireneo que lo levante. Un garrotazo tras otro. Primero sería Guardiola, luego Mañueco, a continuación Juanma Moreno y ya se verá Valencia que de todo puede pasar.

Trampas y tortazos

Una bofetada tras otra en la carapintada del presidente del Gobierno. Un martilleo de puñadas al estilo de Bud Spencer. Suena bien, pero la jugada tiene sus riesgos. Sabido es que el PP, a la que se adentra en territorio electoral, tiene propensión a pifiarla. No olvidemos el Verano azul que recordaba aquí Carlos Souto. Ya asoman algunos nubarrones amenazantes. El maldito cribado andaluz, el inadecuado informe del aborto en Madrid, los espasmos judiciales en Valencia…, asuntos incómodos que pueden decidir un resultado. La artillería mediática del régimen, mejor armada y más engrasada que nunca, millones para sufragar cacatúas y papagayos, se emplea a fondo en la operación ‘demoler a Feijóo’. Total, la corrupción no pasa factura. Podría aparecer un vídeo con Sánchez saqueando el Banco de España, como sus antepasados de la segunda Rep. y no perdería ni un solo voto. “Es lo normal, yo también me he llevado oro, ya tenéis el corte, chicos”, explicaría ante el micro de Intxaurrondo mientras los corresponsales en Bruselas aplaudirían con las orejas..

Con eso ya se cuenta. Y hasta con las pifias de sus barones, tan redundantes. Lo que no tenía previsto el desconfiado gallego es que emergieran del pasado dos elementos contraindicados a la hora de sumar adhesiones en forma de papeletas. Ahí están, de nuevo, Aznar y Rajoy, los fetiches de la polémica, los inevitables protagonistas a contrapié, con su impepinable tendencia al desliz chirriante o a la ruidosa trifulca.  A veces los convocan a actos del partido, a mítines rancios, a homenajes trasnochados y eso. Ahora llegan con un libro bajo el brazo. Orden y libertad se llama el de Aznar y El arte de gobernar el de Mariano. Muy apropiado. Nadie puede negarle al primero su vocación por el orden, faceta en la que triunfó aunque se perdió luego en su segundo mandato. Ni a Rajoy su arte indiscutible, no de gobernar precisamente, sino de oratoria. “Los españoles son muy españoles y mucho españoles”. Toda aquella ristra de frases que figuran en el frontispicio de la memoria colectiva nacional y en las antologías de gazapos de TVE.

Un Draghi cañí

El problema no son sus respectivos libros, que quizás lean algunos mitómanos. El peligro aparece cuando, para promocionarlos, se pasean por platós y redacciones provistos de argumentos incómodos, frases destempladas, boberías estrambóticas y algún exabrupto de añadidura. Ahí es cuando, inevitablemente sucumben en el patinazo, el desliz, la metedura de pata, la enormidad, el disparate. Esas interferencias que pueden monopolizar, y aun destrozar, una campaña. Tiembla Feijóo en estas inquietas vísperas ante semejante panorama. “Es como dejar la espada en manos de un niño”, diría Clemente de Alejandría. O una ametralladora en manos de un primate.

Ante tan peliagudo horizonte, el líder del PP se encomienda, más que a las urnas propias, a las de Puigdemont, que ha convocado a su tropilla este lunes para que se pronuncie sobre si escacharra o no el artefacto del Sánchez, eso que llaman ‘el bloque de investidura’. Nadie espera que el forajido de Waterloo se sume a la moción de censura aséptica de la que hablan los analistas, para que un Draghi cañí (ni Roca ni Sánchez Llibresi us plau) asuma la presidencia interina y convoque finalmente elecciones generales. Cabe pensar que, a partir de ahora, serán las golpizas de los puigdemones las que atraigan el foco de la polémica y desvíen la atención de las casi seguras bobadas que protagonizarán esos históricos bocachanclas del PP, el partido campeón en la modalidad de pegarse tiros en el pie, algo realmente absurdo porque ni siquiera se trata de una disciplina olímpica.