Miquel Escudero-El Correo
Amedida que la Inteligencia Artificial se implante socialmente, el efecto de despersonalizar a los seres humanos alcanzará una potencia nunca antes conocida. Si no tenemos conciencia de ello, una plaga de implacable tiranía nos invadirá. Es el gran desafío para el que se debe estar preparado: reforzar la instalación personal de todos los seres humanos, en cualquiera de las dimensiones de la vida.
Hace unos treinta años, el jesuita donostiarra Alfredo Tamayo afirmó que un pueblo que olvida a sus víctimas deja de existir como una auténtica comunidad de seres humanos; esto es, una desconsideración expresada con abandono, hostilidad e indiferencia hacia los dañados (en especial cuando lo son por acción humana, como era el caso que refería) nos fulmina en barbarie. Cabe apostillar que, si reconocemos y tomamos ejemplo de los mejores, por de pronto de los más cercanos, avanzaremos.
Para este proyecto, el chovinismo con poder es un desastre. En lugar de buscar soluciones a los problemas concretos, enfocar capacidades y atraer capital humano a las mejores empresas sociales, discrimina y marca a los que no son de los suyos. Es el desorden de unas ideas mezquinas. Falto de sensatez y mesura, el soldado imaginario Nicolas Chauvin exhibía hace dos siglos una ridícula pretensión de superioridad colectiva. Debía de creer que «su provincia era el Universo y su aldea una galaxia», en palabras de Ortega.
Sucede que nada provechoso se obtiene de hablar con esos exaltados dado su convencimiento de infalibilidad. Por el contrario, sus creencias salen reforzadas si las opiniones adversas no son impecables, pero cuando lo son hacen oídos sordos.