José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Dentro de esta cochambre ética, algo hemos sacado en claro: Robles es exactamente lo contrario de lo que ella dice que es
«La verdad, aunque resulte imponente y siempre salga derrotada en un choque frontal con los poderes establecidos, tiene una fuerza peculiar: hagan lo que hagan los que ejercen el poder, son incapaces de descubrir o inventar un sucedáneo viable de ella. La persuasión y la violencia pueden destruir la verdad, pero no pueden reemplazarla».
Hanna Arendt, ‘ Verdad y mentira en política ‘.
Lo peor de Margarita Robles no es que se haya descubierto que es una política tradicional, empalabrada y con un discurso impostado y cuartelero de patriotismo de bajo coste.
Lo peor de Margarita Robles no es que trató como imbéciles a los ciudadanos haciendo pasar una destitución por una sustitución (véase el Real Decreto 351/2022 de 10 de mayo por el que se cesa a Paz Esteban a propuesta de la ministra de Defensa).
Lo peor de Margarita Robles no es que se desdiga del apoyo cerrado a la decapitada exdirectora del CNI, luego de haber ponderado hasta el empalago sus dotes de servicio y su fidelidad al Estado.
Lo peor de Margarita Robles no consiste en esa verbosidad oceánica y reiterativa que apela al orgullo español mientras muestra su “admiración y respeto” al presidente del Gobierno que pacta con aquellos que quieren abiertamente destruir el Estado.
Lo peor de Margarita Robles no es que jure y perjure que es independiente y solo servidora del Estado, lo que la lleva a justificar las escuchas del CNI —lo hizo en el Congreso lanzando preguntas retóricas e intencionales— y, al mismo tiempo, a proponer al Consejo de Ministros el cese de su responsable operativa, aunque ella es la política.
Lo peor de Margarita Robles no es que nos endose una creativa descripción de las sinrazones de la destitución de la exdirectora del CNI intentando un relato de contra-realidad en un distorsionado intento de ‘storytelling’ siguiendo torpemente a Christian Salmon (“los hechos hablan y los relatos venden”).
Lo peor de Margarita Robles, en fin, no es que sea una más de esas personas que desconocen el significado del concepto de dignidad en la política.
Nada de todo lo anterior es lo peor de Margarita Robles.
Lo pésimo de Margarita Robles es que profesionalmente es magistrada, que lo fue de la Sala Tercera de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo, ahora en excedencia voluntaria después de no haber conseguido del Consejo General del Poder Judicial disfrutar de la situación de servicios especiales con reserva de la plaza.
Eso es lo peor de Margarita Robles: que una magistrada se comporte sin autenticidad, sin coherencia, sin ecuanimidad y, a la postre, sin justicia.
Por eso, Margarita Robles no es que haya perdido esa o aquella cualidad que los unos y los otros le atribuían, sino que ha dilapidado en una surrealista comparecencia tras el Consejo de Ministros del pasado martes su vitola de mujer cabal aureolada por su condición de jueza.
Y ahora, ni sirve para ministra de Defensa —ha traicionado a los servicios de Inteligencia al entregar arbitraria e injustamente la cabeza de su máxima responsable— ni sirve para magistrada del Tribunal Supremo, si es que en algún momento pudiera volver a las Salesas (cosa improbable, pero no imposible). A una magistrada le distinguen la ecuanimidad, la coherencia, el sentido de la justicia y la interpretación no oportunista ni de las palabras ni de las normas.
Lo peor de Margarita Robles es lo mejor para los ciudadanos: ya sabemos que no podrán fiarse de ella en ninguna de sus facetas, ni como política ni como magistrada.
Su epifanía ha sido clamorosamente indecente; su genuflexión, humillante, y su verborrea, un desastroso intento de montar un relato de lo que es un ajusticiamiento político indigno a mayor gloria de Pedro Sánchez. Solo le faltó repetir esa frase inmarcesible de la política española: que se tiraría por un barranco por el presidente del Gobierno.
Cualquier ministra de Unidas Podemos le saca a Margarita Robles cuerpos de ventaja. Porque ni Belarra, ni Montero ni mucho menos Díaz proclaman ser lo que no son.
Cualquier ministra del PSOE —ella no lo es, se dice independiente— es igualmente mejor que ella, porque no han pretendido ser superiores o distintas de lo que parece que son.
No es mejor, tampoco, que Fernando Grande-Marlaska, magistrado también, con el que ha mantenido diferendos varios y de calado, cuya memoria ha borrado con esa su torpe operación de destitución de Esteban y, sobre todo, por su discurso fúnebre sobre la defenestrada.
Haría mal el independentismo en pedir su destitución como ministra de Defensa. Les resulta más valiosa demediada al frente de ese ministerio de Estado. Es más útil a sus propósitos una magistrada que lo fue del Supremo y que decapita con esa fría arbitrariedad a una servidora del Estado tratando de que se crea que lo hace por el bien del propio Estado. La tienen en sus manos, disminuida, tocada, desacreditada. Como ministra y como magistrada.
Lo peor de Margarita Robles es lo mejor para todos los demás: ya sabemos quién es en realidad Margarita Robles. Dentro de esta cochambre ética, algo hemos sacado en claro: Margarita Robles es exactamente lo contrario de lo que ella dice que es. Y la encuesta de Metroscopia que hoy publica El Confidencial da cuenta del discernimiento de los ciudadanos sobre su comportamiento. Del anterior al cese de Esteban y del actual, después de esa decisión arbitraria, por inexplicada e inexplicable.