Eduardo Uriarte-Editores
No sé de qué se queja González o Guerra, o el mismo García Paje. Esto se veía venir desde hace tiempo, lo que no fue obstáculo para prestarse a acompañar en los mítines de campaña, en unos casos, o votarle en todos, al que hoy es foco de sus críticas. ¿Por quién les tomo?, pues por personas que llevan tiempo respetando las siglas de su partido aún muy a sabiendas que esto podía pasar y sólo un exaltado sprit de corp les arrastraba a convivir con su irresponsable líder.
Hay que decir en favor de los susodichos que aunque esto era previsible no lo era tanto predecir hasta dónde ha alcanzado la destrucción de la Constitución y del Estado que Sánchez ha llevado a cabo para comprar su investidura con sus concesiones a Junts. La proposición de ley de amnistía para los sediciosos catalanes proyecta impedir la capacidad de recurso legal en un claro intento de poner bajo control al poder judicial, instándole a tramitarla en dos meses, y una primera demostración que la doctrina lawfare ya se ha puesto en marcha cargándose el estado de derecho.
Pero aún reconociendo que la cosa ha sobrepasado el límite de lo previsible -ahora el golpe lo da Sánchez-, debieran de dejar de llorar como mujeres, como Boabdil, y enfrentarse al caos que se nos avecina, del cual son ustedes corresponsables, seducidos por la perversa mentira de la maldad de nuestra derecha democrática, a uno de los cuales le acaban de descerrajar un tiro. Les pido que se sumen a la respuesta constitucionalista porque lo que nos viene encima es la madre de todas las crisis del Estado que España haya padecido.
Hace unos días Nicolás Redondo la comparaba a la abdicación de Carlos IV y Fernando VII del reino de España en favor de la casa Bonaparte, la entrega del poder a un ajeno ante la pasividad y servilismo de las élites, hasta que se produjo el grito del alcalde de Móstoles. Enorme crisis cuyas consecuencias aún hoy padecemos, hay que considerar en su favor que los monarcas absolutos creían que el reino era de su propiedad. A aquella crisis de entrega del poder, hay que sumar la crisis de la I República con su acrático concepto de la soberanía popular, frente a la nacional, que desembocó en el cantonalismo, al que puso fin el Ejército -entonces, según Marx, la única institución nacional-, a la que se suma la crisis de la II República con su enfrentamiento fratricida. Así, pues, tenemos las tres crisis en una.
Este cúmulo de todas las crisis tiene un denominador común, la carencia de republicanismo, la supeditación de los poderes a la ley, de lo que carece, entre otras muchas concepciones mínimas sobre los fundamentos de un Estado, el felón sucesor de González. Felipe en su pragmática concepción de quitarle importancia al color de los gatos no se enteró de las numerosas mofetas que se le estaban colando.
Hoy, instituciones, sindicatos, asociaciones de jueces y fiscales, abogacía, empresarios, asociaciones policiales, están tomando conciencia la naturaleza despótica del líder que nos ha tocado como presidente del Gobierno. Que la crítica a su persona, contrarrestada por una agresiva y masiva propaganda apoyada en un difamador ataque a la derecha, no era alarmismo reaccionario frente al bloque de progreso constituido por lo más tradicionalista, etnicista, antiliberal y antirrepublicano, que ha dado este país, sino responsabilidad política. Grave problema tener un líder analfabeto políticamente, que no sabe lo que es una nación, y tan egoísta como Fernado VII. Al pueblo español, que en la década ignominiosa llegó a gritar ¡vivan las cadenas!, habría que pedirle que se las deje a la clientela sectaria del PSOE, y que las rompa, impidiendo que este proceso bananero liquide nuestro futuro como nación de ciudadanos.