- Bien estará que el nacionalismo imperante y por ello mismo asfixiante en la sociedad vasca asuma esta realidad y haga posible la vida de todos los ciudadanos de la Comunidad en auténtica libertad y en el respeto al que piensa diferente
Cuando uno presta atención a los medios de comunicación, da la impresión de que el primer reto electoral al que se enfrentarán los españoles en el futuro inmediato es el de las elecciones autonómicas de Cataluña del 12 de mayo. Debe de ser ello así, imagino, porque es el más prioritario para el presidente Sánchez, ya que así se lo demanda el fugitivo de la justicia Carles Puigdemont, sin cuyo apoyo, tiene el futuro de la legislatura y el suyo propio en lo que, coloquialmente, se llama la cuerda floja.
Sin embargo, las elecciones autonómicas en el País Vasco tendrán lugar tres semanas antes. Concretamente, el próximo 21 de abril, de manera que, aunque la precampaña es un concepto indefinido, que no se sabe muy bien cuándo empieza o cuando acaba, lo que sí sabe es que la campaña para estas elecciones ha comenzado ya. De hecho, lo hizo a las 00.01 del pasado viernes, por lo que ya estamos en ello y tal como encabezo esta reflexión, lo primero es lo primero.
Se dice por doquier y a quien quiera escucharlo, que la realidad del País Vasco ya no tiene nada que ver con la realidad que imperaba cuando ETA nos despertaba un día sí y otro también con alguna de las salvajadas con las que se hicieron triste y dolorosamente famosos y presentes en nuestras vidas. Se dice que ahora todo es maravilloso y que no hay nada que temer. La libertad campa a sus anchas en el País Vasco y los ciudadanos se pueden expresar y manifestar como les plazca. Nadie tiene, aparentemente, por qué ocultar su opinión ni por qué temer que nadie pueda hacerle nada porque lo haga.
Sin embargo, esta misma semana, el juez García Castellón ha propuesto juzgar a seis exetarras por llevar a cabo 120 homenajes a presos de ETA entre 2016 y 2020, lo cual hace 24 al año de media o 2 al mes. No está mal un escarnio a las víctimas de ETA en las calles del País Vasco cada quince días durante cinco años. Y no a cualesquiera presos de ETA, sino precisamente a los que se mostraron más obedientes a las directrices de la organización durante su tiempo de presidio, es decir, a los menos arrepentidos. Me resulta difícil creer que alguien se mostrase, públicamente, contrario a esos homenajes. Ya se sabe: «La pax etarra».
Hace unos tres años, en una pequeña localidad vizcaína en la que se desarrollan anualmente campeonatos internacionales de moto enduro, organizados por la Real Federación Española de Motociclismo, observé cómo, en el momento de entregarse los premios, cuando el vencedor era un italiano, tras entregarle su trofeo, sonaba por la megafonía el himno nacional italiano. Correspondientemente, cuando era un inglés sonaba el himno inglés y cuando era un alemán sonaba el himno alemán. Pero cuando el vencedor era un motorista español, que también los había, no se crean ustedes, entonces, ¡ay!, sonaba la melodía de «we are the champions», sin que el público pestañease, ni por un momento. Totalmente asumido, oigan.
En otra pequeña localidad vizcaína, cuya foto adjunto como muestra, concretamente en Zalla, en 2020, la presidenta del PP de Vizcaya, Raquel González, exigió al delegado del Gobierno en el País Vasco que obligara al alcalde de Zalla, del PNV, a reponer la bandera nacional en el mástil reservado al efecto en la fachada del ayuntamiento ante el que sí ondeaban, sin problema, la bandera de la localidad y la de la comunidad autónoma. En la foto adjunta pueden ver la resolución del problema. Una bandera en miniatura ostensiblemente más pequeña que las otras dos.
En la generalidad de los ayuntamientos del País Vasco, regidos por ediles nacionalistas del PNV o de EH Bildu, la ley de banderas no se cumple o, si lo hace, lo hace de manera intencionadamente ridícula, colocando banderas minúsculas bajo los alerones de los tejados de los ayuntamientos, siendo, en muchos de ellos, incluso, difícil localizarlas, compensándose, eso sí, para el pensamiento nacionalista, con intención de convertirse en pensamiento único, con la instalación, en los lugares más simbólicos de los pueblos, de un gran mástil del que pende, de forma permanente, una gran ikurriña.
Considero, cada día, más necesario y diría que hasta urgente, que el País Vasco recupere la normalidad, la naturalidad y el equilibrio de los que tantos años de nacionalismo y culto alienante a la presunta identidad vasca, exclusivamente vinculada a la percepción nacionalista de la realidad, le han alejado y que no se ejerza ningún tipo de presión social sobre los que en otro tiempo se ejerció la presión de la extorsión, el chantaje, el secuestro, la agresión y el asesinato. Está muy bien que ETA no mate. No tanto que a los mismos a los que antes mataba, amenazaba y expulsaba de su tierra por no ser nacionalistas, les siga haciendo la vida imposible mediante la imposición de un relato inapelable de pertenencia a una nación diferente de la española y de desprecio a todo aquello en lo que ellos creen.
Existen múltiples maneras de sentirse vasco. De igual manera que existen múltiples maneras de sentirse gallego, catalán o murciano. También existen muchas maneras de sentirse español, todas ellas legítimas y acreedoras de respeto. Bien estará que el nacionalismo imperante y por ello mismo asfixiante en la sociedad vasca asuma esta realidad y haga posible la vida de todos los ciudadanos de la Comunidad en auténtica libertad y en el respeto al que piensa diferente. Yo, desde aquí, envío, humildemente, mi respaldo y mi apoyo al candidato del Partido Popular, Javier de Andrés, en el convencimiento de que si alguien puede contribuir a sacar al País Vasco de este desequilibrio y hacerle recuperar la normalidad de la que nunca debió salir es él.
Y en cuanto a las elecciones, ya sabemos que después vendrán las catalanas y más tarde las europeas, pero ahora les toca el turno a las vascas y lo primero es lo primero.