Óscar Monsalvo-Opinión

Fans de Trump y de Putin coinciden ahora en España en que lo mejor habría sido que Ucrania aceptase el matonismo del líder ruso

Empezábamos la semana con una noticia publicada en la prensa vasca sobre los resultados de la última evaluación de diagnóstico sobre el sistema educativo. “El nivel de castellano y ciencias del alumnado de 2º de ESO se desploma al mínimo en 15 años”, titulaba El Correo. En lengua castellana, el desplome ha consistido en 17 puntos menos que en la última prueba realizada en condiciones normales, la de 2019. 15 puntos, recordemos, es el equivalente a un curso. Si se pone por niveles -inicial, medio y avanzado- los datos reflejan que más del 25% de los alumnos vascos no pasa del nivel inicial en lengua castellana. Pero tampoco es un dato tan importante, puesto que la inmensa mayoría de los alumnos no estudian en castellano, sino en euskera. El dato importante, en sentido práctico, es el del desempeño en euskera: más de la mitad de los estudiantes de 2º ESO, el 52%, está en el nivel inicial. Es decir, no tienen un manejo suficiente del idioma como para comprender o escribir textos complejos.

Ni aprenden más euskera ni aprenden, en general, porque se les obliga a aprender en euskera. Hay que recordar cuál es la afirmación que mejor retrata todos estos años de inmersión absurda y dañina: “Nada de castellano, que ya lo aprenden en casa”.

Ante estos datos, hay dos reacciones que llaman la atención. Son escandalosas, pero no sorprenden. Absolutamente previsibles. En primer lugar, la de la consejería de Educación del Gobierno vasco. Según la misma noticia, Educación ya ha empezado a trabajar en un “plan integral” para garantizar la mejora de resultados en 2028: refuerzos educativos, implicar a las familias, mejorar la convivencia en los centros y la medida estrella de todo este conjunto de vaguedades y generalidades: la puesta en marcha de “programas de bienestar emocional”. En cuanto al análisis de la situación, los responsables reaccionaron exactamente como era previsible: “No se atrevieron a lanzar una hipótesis”. Porque la hipótesis es que su sistema educativo es un fracaso que escapa a lo racional. Ni aprenden más euskera ni aprenden, en general, porque se les obliga a aprender en euskera. Hay que recordar cuál es la afirmación que mejor retrata todos estos años de inmersión absurda y dañina: “Nada de castellano, que ya lo aprenden en casa”.

La segunda reacción es aún más interesante. La encontramos en Deia, el periódico más cercano al PNV. Eligieron titular la noticia sobre el lamentable estado de la educación vasca de esta manera: “Los alumnos vascos mejoran en competencia en castellano y científica tras la caída de 2023”. Hay que valer para exhibir un desprecio por la realidad de ese calibre cuando incluso el Gobierno al que sirves ha reconocido el desastre.

Es una posición miserable y cobarde desde todos los ángulos. Y no hace falta impostar hondas preocupaciones por la democracia ni evocar con lágrimas en los ojos la Europa previa a la II Guerra Mundial para reconocerlo. Rusia invadió Ucrania, Putin es un tirano. Y a partir de ahí, lo que se quiera añadir.

Ésta es una de las razones por las que la prensa europea -y la española, como parte de la europea; y la vasca, como parte de la española- ha recibido con los brazos aspavientos a Donald Trump. Trump es la gran piñata de la que colgar unos males que ellos, mucho antes, ya habían desatado. La tergiversación no la inventa Trump. La razón de Estado no la inventa Trump. La mentira directa y simple no la inventa Trump. Trump es, en esto, el auténtico aprendiz. En el PSOE o en El País sería un simple becario con mucho que aprender. Pero precisamente por eso las fuerzas del progreso han ido construyendo el personaje que necesitaban. No había nada de esto antes de Trump, nos dicen. Trump es el depositario sobrenatural de todo lo que está mal, de la misma manera que lo fue -y lo sigue siendo- el fascismo. “Nunca nunca había entendido personalmente bien lo que era odiar a alguien hasta que este miserable, inmoral, corrupto, hipócrita , vanidoso y profundamente mentiroso ha llegado de nuevo al poder de los Estados Unidos de América”, aspavienteaba Ignasi Guardans en twitter hace unos días. Nunca, nunca, eh. Ni cuando García Gaztelu asesinaba, ni cuando Otegi secuestraba, ni cuando los dirigentes de la izquierda abertzale se descojonaban de las víctimas que ellos encargaban, ni cuando esos mismos dirigentes llevan hoy a algunos de esos asesinos en sus listas electorales… Mira que ha tenido ocasiones cercanas el bueno de Guardans para entender personalmente bien lo que era odiar a alguien, pero no, tiene que llegar Trump para que lo entienda. Ni siquiera el también lejano Putin le sirve; sólo Trump.

Pero el caso es que Trump, aun estando muy lejos de la abyección que exhiben los dirigentes de la izquierda abertzale y del PSOE, ha dicho esta semana que Ucrania nunca debió empezar la guerra. Y el caso es que Rusia invadió Ucrania. Y a Ucrania sólo le quedaba rendirse o luchar. Y Trump, y muchos fans de Trump en España -que también hay que valer para eso-, y muchos fans de Putin en España, y muchos representantes de la izquierda fetén en España –PodemosSumar, lo que queda de ellos-, coinciden ahora en que lo mejor habría sido que Ucrania aceptase el matonismo de Putin. Es una posición miserable y cobarde desde todos los ángulos. Y no hace falta impostar hondas preocupaciones por la democracia ni evocar con lágrimas en los ojos la Europa previa a la II Guerra Mundial para reconocerlo. Rusia invadió Ucrania, Putin es un tirano. Y a partir de ahí, lo que se quiera añadir.

Andueza pone la excusita cobarde de siempre: “nación sí, pero independencia no, eh”. Como si la independencia fuera el objetivo real de los abertzales, y como si la independencia fuera la amenaza real para España

La semana ha dado para más, pero nos quedamos sin espacio. Y tenemos que volver a España, que es lo nuestro. Sobre España se han pronunciado los dos partidos “constitucionalistas” en el País Vasco.

Primero, Eneko Andueza, líder de los socialistas vascos, que se mostraba abierto a un pacto con EH Bildu sobre el nuevo estatuto. PSE y EH Bildu comparten desde hace tiempo algo esencial: Euskadi es una nación. Y por tanto, España no lo es. Andueza pone la excusita cobarde de siempre: “nación sí, pero independencia no, eh”. Como si la independencia fuera el objetivo real de los abertzales, y como si la independencia fuera la amenaza real para España.

Después era el PP vasco el que entraba en escena. Vox iba a colocar una carpa informativa el sábado en Rentería, el mismo pueblo que recibió con insultos, lanzamiento de objetos y cordón policial a Albert Rivera, Fernando Savater o Maite Pagazaurtundua. El Ayuntamiento, gobernado por EH Bildu, promovió una declaración institucional de repudio al partido de Santiago Abascal. Y el único concejal del PP en el municipio se sumó a la declaración.

El PP ya está en el bloque de aquel infame Manifiesto en favor de la democracia que firmaron casi todos los partidos del Congreso. PNV, PSOE, Podemos, Junts, ERC, Compromís, la CUP, Bildu. Ahí es donde se ha colocado el PP con tal de no tener que rozar a Vox. Enhorabuena.