José Alejandro Vara

  • Movimientos a diestra y trompadas a siniestra. El panorama se le complica al presidente del Gobierno. Emerge de pronto la derechita Frankenstein, su peor pesadilla

Por un momento, la peor pesadilla de Pedro Sánchez cobró forma, se materializó. Fue un flashazo, casi una alucinación. Pero allí estaba, en carne mortal. Ocurrió cuando todos los partidos de la derecha (la nacional y la otra) se fundieron en un movimiento unívoco, en un abrazo imprevisto. Hay quien pensó en una resurrección de la Ceda. ¡Qué enormidad! ¿Y Gil  Robles, dónde anda? Otros lo atisbaron como una reacción natural, una mera comunión de intereses. Los más, coincidieron en calificarlo de puro espejismo. En efecto, así fue, pero esas horas en las que los cinco partidos situados en la zona conservadora del terreno de juego decidieron sumar sus fuerzas produjeron un indisimulado temblor de canillas entre algunos habitantes de La Moncloa. ¡Coño, la derecha Frankenstein!.

PNV y JxCat, separatistas, xenófobos excluyentes, catetos, hijos del carlismo y abrazados a los fueros y los fuegos (la llama apócrifa de la patria adulterada) presentaron una enmienda en defensa de la educación concertada. Debatía el Congreso la llamada ley Celaá. Los de la chapela y la señera, que detestan a quien nació más allá de su raya pero que se la pasan orando entre la sacristía y el misal, reaccionaron al unísono en defensa de la enseñanza privada y religiosa. Sánchez, ni caso, al cabo, más que la ley Celaá es la de Iglesias y Rufián.

Entonces sucedió ese inusitado fenómeno, esa confluencia contranatura. PP, Vox y Cs se sumaron a los separatistas en defensa de la libertad de elección de escuela por parte de los padres, tal y como recoge la Constitución. Por unas horas, los muros del separatismo excluyente y cazurro, golpista e hipocritón, saltaron por los aires y apareció en escena esa agrupación inesperada, una confraternización de las derechas que no se recordaba desde los tiempos de Aznar, Arzalluz y el Majestic.

Los muros del separatismo excluyente y cazurro, golpista e hipocritón, saltaron por los aires y apareció en escena esa agrupación inesperada, una confraternización de las derechas, inédita desde Aznar

Un rodillo y un fogonazo

Naturalmente, ese peculiar grupito duró lo que una verdad en la boca de Sánchez. La ley Celaá, un artefacto endemoniado que enviará a toda una generación al escombrero intelectual, la desidia mental y la incompetencia profesional, consiguió su objetivo. Por un solo voto, pero salió adelante. No es una ley, es un trágala sin consenso, un rodillo de aplanar cerebros, una apisonadora para aplastar la libertad. Una desgracia superlativa para un país sin horizonte que conoció, por unos momentos, un fogonazo de lo que podría ser y no es. O sí.

Sudores fríos en los entrepaños de Iván Redondo. Mientras Pablo Iglesias zancadillea, humilla y maltrata a su pareja de Gobierno, la derecha consumaba una especie de breve alianza conservadora. Dos cosas teme Sánchez. Percibir cada día cómo crecen las presiones de Podemos sobre su yugular, algo que encabrita a buen número de ministros y altera la paz interna del PSOE. Y, por el otro lado, detectar gestos de reagrupamiento en la derecha tras la fatídica moción de censura en la que Casado dinamitó los puentes con Vox. No es la reedición de Colón, sino el ensayo para una futura mayoría. 

En las reuniones de los martes del Gabinete hay al menos ocho ministros que no se hablan, que se detestan, que no se pueden ni ver, es muy violento», dice una fuente del corazón de La Moncloa

Sánchez está condenado a convivir con su vicepresidente hasta los Presupuestos y algo más. Iglesias, con el concurso de ERC y Bildu, ha logrado ahormar su grupito de 53 diputados, poca broma. El presidente del Gobierno se ve obligado a tragar con todo tipo de desplantes, provocaciones, ofensas y hasta insultos de la parte morada. El Sáhara, las pateras, la enmienda de los desahucios, la ley del sexo intercambiable de Irene Montero, la boquita infatigable de Echenique, las guerras con la ministra de la Guerra… todo mal. Un embrollo envuelto en un carajal. «En las reuniones de los martes del Gabinete hay al menos ocho ministros que no se hablan, que se detestan, que no se pueden ni ver, es muy violento», dice una fuente del corazón de La Moncloa.

«Sánchez tiene que dar un puñetazo en la mesa», le aconsejaba Andoni Ortúzar, ese desmañado cabrero que ejerce de presidente del PNV; seis escaños son seis escaños, en un serio aviso a navegantes. PNV y JxCat están muy mosqueados con los affaires amorosos de Iglesias con Bildu y ERC, rivales directos en sus respectivos predios. Palabras mayores. «El castillo de naipes se puede ir al suelo», insistía Ortúzar, y en Moncloa se apareció el fantasma de la moción/traición a Mariano Rajoy.

Sánchez, cerrado el Presupuesto que le garantiza cumplir la legislatura, empezará a pensar en las próximas elecciones. Acaricia la reelección. Ya anunció que su horizonte es el 2030

Con los separatistas catalanes no hay nada que hacer. Se echaron al monte, dieron un golpe de Estado y ahí siguen, colgaditos de la estrellada a la espera del indulto, la excarcelación y las elecciones. El PNV es otro cantar. «Siempre quieren follar encima», dice un dirigente del PP, experimentado en lidiar con los hijos de Sabina. Sánchez, cerrado el Presupuesto que le garantiza cumplir la legislatura, empezará a pensar en las próximas elecciones. Acaricia la reelección. Ya anunció que su horizonte es el 2030. Es un gandul listillo y resistente, sin nada que hacer. Nadie gobierna, nadie gestiona, nadie dirige, nadie lidera. Moncloa tan sólo exhala toneladas de bla-bla-blá, ese marketing pringoso y estomagante con el que se pretende seguir a flote hasta que lleguen los fondos de Bruselas. 

Otegi y los rufianes

Pensará entonces, con toda seguridad, en esa llamarada breve pero restallante, de la derecha agrupada contra Su Persona. Derribado Mariano y el marianismo, PNV y PP han retomado sus buenas relaciones de antaño. A Sánchez le recorrerá un escalofrío por la golilla al imaginar que ese grupito razonable (sin los golpistas catalanes, por supuesto) podría ser el germen de una gran amistad con aplauso en los sondeos y perspectivas en las urnas. Con Casado al frente de la procesión.

Se trata de algo por ahora impensable, pero las ruidosas embestidas de Iglesias, sus enfebrecidas provocaciones, producen un creciente desgaste, un paulatino cabreo en la parte hostigada del Ejecutivo. Para desbaratar esa incipiente pesadilla, para que no se convierta en realidad ese espectro de la derechita Frankenstein, a Sánchez sólo le queda un camino. Mirar hacia el otro lado del tablero y amarrar con cariño sus relaciones con Ciudadanos y PNV. Y a Iglesias, Otegi y los rufianes, que les vayan dando.