JORGE BUSTOS-El Mundo
DICEN que la quiebra del bipartidismo solo ha deparado incertidumbre. Que ya nadie sabe dónde acabará su voto. Que los partidos traman acuerdos inopinados con los escaños recibidos. Pero tales incógnitas son irrelevantes respecto de la certeza principal: aquí al final se hará lo que diga el PNV.
Hace años que España es un chiste de vascos convertido en realidad parlamentaria donde todos ejercemos de arrabal del mismo Bilbao. El lío poselectoral se reduce a despejar cada cuatro años esta duda: con quién gobierna España el PNV. Los nacionalistas vascos desvalijaron a Aznar, a Zapatero y a Rajoy; a Rajoy además lo liquidaron una semana después de saquearlo –saquearnos–, pero nadie les ha culpado por ello como nadie culpa a los escorpiones de picar a las ranas que les vadean los ríos. Aitor, Iñigo, Joseba o el que esté de guardia en el tinglado jesuítico cardan la lana y encima cosechan una babeante admiración en la prensa conservadora como en la progresista: en la primera porque no en vano el PNV se fundó bajo el lema Dios y leyes viejas, y en la segunda porque la izquierda hispanófoba no encontrará un área de exclusión de lo español tan exitosa como la implantada en Euskadi. Y si te pones minifalda roja y gualda en Rentería, será culpa tuya lo que te pase. Por ir provocando.
La resistencia de Cs a llamarlo Grupo Vasco cuando quieren decir Grupo Nacionalista Vasco está condenada: PP y PSOE hace mucho que concedieron al PNV la victoria de identificar un sentido natal de pertenencia con la ideología fundada por un nazi llamado Sabino que escribía cosas como esta: «La política catalana consiste en atraer a sí a los demás españoles; la bizkaina, en rechazar de sí a los españoles, como extranjeros. En Cataluña todo elemento procedente del resto de España lo catalanizan, y les place a sus naturales que hasta los municipales aragoneses y castellanos de Barcelona hablen catalán. Aquí padecemos muy mucho cuando vemos la firma de un Pérez al pie de unos versos euskéricos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano, o al leer la lista de marineros náufragos de Bizkaia tropezamos con un apellido maketo».
Este tipo tiene estatuas, calles y día de la patria, y sus herederos mandan en España sin dejar de despreciarla. Cada diputado peneuvista nos cuesta 76.940 euros al año en subvenciones, el triple que uno del PSOE, PP o Cs. Y ahora van a obligar a Sánchez, el de las lecciones morales, a entregar Navarra a los abertzales. Así, en cómodos plazos, es como van ganando su enésima guerra carlista.