JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO – 04/12/14
· Pedro Sánchez ha dejado constancia de que va a hacer lo mismo que el primer Zapatero, rechazando como un error crítico lo que hizo el segundo.
Ha vuelto a ocurrir. Hacer saltar la regla de estabilidad presupuestaria se ha convertido en una tradición para los socialistas. Viene a ser algo así como una suerte de rito iniciático de todo secretario general que se precie. José Luis Rodríguez Zapatero derogó la ley que a ese efecto había introducido el Partido Popular. En aquellos días de bonanza y casi ilimitada cosecha recaudatoria se abrieron las compuertas del gasto público. Eran tiempos despreocupados que terminaron pasando una costosa factura. Rodríguez Zapatero terminó alcanzado por una realidad que quiso esquivar y tuvo que restablecer lo que él mismo había eliminado con la enorme arrogancia que escondía su aparente naturalidad. Con un 11% de déficit público en el final de su escapada –«¿crisis, qué crisis?»– tuvo que elevar a categoría constitucional la misma disciplina que había negado. Lo hizo, además, bajo la concluyente invitación del Banco Central Europeo pero con el apoyo sin sangre del Partido Popular.
Pedro Sánchez ha dejado constancia de que va a hacer lo mismo que el primer Zapatero, rechazando como un error crítico lo que hizo el segundo. Abjura de la reforma del artículo 135 de la Constitución que promovió su antecesor en el verano de 2011 y se compromete a deshacerla si un día le alcanza la fuerza de su partido y la de sus eventuales aliados en este empeño. Sánchez se da de baja en eso de la disciplina presupuestaria, sugiere que la solución a una crisis de deuda sería más deuda, y salta del pelotón de la prudencia para evitar que Podemos agrande la brecha que le está haciendo al PSOE por su izquierda.
Ocurre que estos no son los días de burbujas y abundancia de Zapatero sino de futuros ensombrecidos por el volumen de la deuda y el escaso potencial de crecimiento que muestran las economías que para financiar su bienestar necesitan captar un dinero que no tienen. Lo malo de ese compromiso de deshacer la reforma del artículo 135 de la Constitución no es tanto su contenido, sino lo que dice del liderazgo de Sánchez y de los temores que deja ver en un PSOE ideológicamente en precario y carente de sentido estratégico.
Para empezar, resulta que el PSOE se compromete a deshacer una reforma constitucional que él mismo promovió desde el Gobierno, mientras, ahora, abandera la revisión federal del modelo de Estado. Curiosa manera esta de hacer creíble su voluntad de acuerdo y la seriedad de su proyecto federal mediante una reforma constitucional cuando él mismo rompe el consenso que alcanzó. Con estos antecedentes, nadie –tampoco el PP– podrá ver en el PSOE un socio constituyente fiable. Los socialistas han tratado el consenso y la reforma constitucional como un asunto de partido, sometido a las conveniencias de su estrategia en la disputa electoral con Podemos, pero no a los intereses de Estado. No hay otra interpretación posible que la de entender que para los socialistas la reforma constitucional se hace o se deshace en función de lo que aproveche al partido en cada caso de Estado que propugna.
El jueves pasado, el portavoz parlamentario del PSOE rechazó el acuerdo con el PP sobre el paquete de medidas contra la corrupción con una descarnada descalificación: «Ustedes no son de fiar». Si tan elevado ponen los socialistas el listón de la fiablidad, con olvido de lo que se cuece en su propio patio, tendrán que aceptar que se les aplique el mismo argumento cada vez que convoquen a acordar la reforma constitucional que proponen, a la vista de la facilidad con la que se descuelgan de consensos que deberían tomarse más en serio. Tratándose de la reforma constitucional, el PSOE se ha convertido en el mejor argumento contra sí mismo.
Una trayectoria tan errática como la que ha descrito el PSOE en este asunto, saca a la superficie la desorientación del socialismo ante las relecturas que la izquierda está haciendo de su papel, no tanto en la gestión de la crisis sino en el escenario político y social de después de la crisis. Podemos –que ahora se declara socialdemócrata– reduce el espacio del PSOE y ha quebrado su hegemonía. Pero lo peor, es que el partido de Iglesias está provocando una crisis de identidad que los socialistas se encuentran lejos de resolver. Vuelve a sonar en los oídos del PSOE la despectiva caracterización de la socialdemocracia como gestora del modelo capitalista, lo que le convierte en parte de la ‘casta’. Ante una determinada izquierda, el socialismo se resiente de una imagen de excesiva comodidad en lo que no por causalidad se ha denominado el «consenso socialdemócrata», tejido en la Europa de la posguerra.
Un socialismo dedicado al cultivo de las políticas de identidad; volcado en apadrinar la herencia sesentayochista del «prohibido prohibir» que exigían los libertarios de izquierda; dedicado a hablar más de reconocimiento que de igualdad; abrazado a la posmodernidad aunque ésta haya acabado con su propia narrativa. Este socialismo ‘multi-culti’ se ve ahora en el aprieto de tener que muscular su discurso y restaurar sus credenciales de izquierda. Las concesiones al populismo para que se le vea ‘un poquito’ antisistema no serán la solución. Al socialismo le aprieta el futuro y una sociedad que lleva demasiado tiempo escuchando al PSOE hablar de sí mismo; demasiado tiempo enredado en una idea de España ininteligible y llena de préstamos ideológicos de los nacionalistas; demasiado tiempo concentrando su discurso y su acción en reivindicaciones fragmentarias de grupos y segmentos sociales que precisamente ahora se encuentran más lejos que nunca de las preocupaciones generales de los ciudadanos.
JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO – 04/12/14