Juan Ramón Rallo-El Confidencial
- En 1982, el progreso se asociaba a lo material: a producir más en las fábricas, en los mares, en los campos y en las ciudades; en 2022, se asocia con prados verdes y mares cristalinos
Este pasado fin de semana, el PSOE celebró los 40 años de la histórica victoria de Felipe González en 1982. Para conmemorarlo, se recreó el célebre cartel electoral de entonces, en el que Felipe aparecía agarrado a cuatro trabajadores, pero, en este, reemplazados por los otros dos presidentes del Gobierno que ha logrado colocar el PSOE en la Moncloa desde 1982: a saber, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez.
José Ramón Sánchez es uno de los ilustradores que ha marcado la historia del PSOE con sus creaciones.
Celebramos estos 40 años del primer Gobierno socialista en nuestro país con una adaptación de su ilustración original.
Gracias por permitirnos contar una vez más con tu arte. pic.twitter.com/aRetOVuBUn
— PSOE (@PSOE) October 17, 2022
Acaso la crítica más extendida contra ese cartel sea el mensaje de ’40 años de democracia’, como si la democracia en España hubiese arrancado con el PSOE, dejando fuera la etapa de la UCD. Pero sinceramente me parece más pertinente reflexionar sobre la otra parte del título de la imagen: eso de ’40 años de progreso’. Y es que la comparativa entre los dos carteles refleja claramente cómo ha evolucionado el concepto de ‘progreso’ para la izquierda.
Por un lado, Felipe González se rodeaba en 1982 de cuatro tipos genéricos de ciudadanos cuyo rasgo principal de identidad no era ni su ‘género’, ni su orientación sexual, ni su raza, ni sus creencias religiosas (o la ausencia de ellas), sino su profesión: un obrero industrial, un pescador, una agricultora y un urbanita que bien podría ser un oficinista o incluso un empresario. Es decir, el progreso quedaba asociado entonces con la mejora de las condiciones materiales (mejores trabajos y mayores sueldos), mientras que hoy la izquierda no apela a tales valores materialistas, sino a valores posmaterialistas (a saber, que su tribu ideológica prevalezca en la batalla cultural-identitaria a través de la reglamentación estatal). Lo que se busca hoy no es tanto que las personas prosperen, sino que se sientan incluidas culturalmente en la sociedad.
Por otro, esta lectura queda clarísimamente reforzada si prestamos atención al fondo de ambos carteles. Mientras que en el cartel de 1982 el progreso se asociaba a lo material: a producir más en las fábricas, en los mares, en los campos y en las ciudades —aun cuando todo ello supusiera más polución—, en 2022 el progreso se asocia con prados verdes y mares cristalinos. Ya no con una actividad económica medioambientalmente sostenible, sino con la ausencia misma de actividad económica. Los 40 años de progreso de los que dicen sentirse orgullosos en el PSOE no es el progreso del hombre sobre la naturaleza (transformándola y poniéndola a su servicio: humanizándola), sino de la ausencia misma de influencia del ser humano sobre su entorno.
La izquierda ya no aspira a una sociedad más rica, sino a una sociedad más alineada con sus nuevos valores ideológicos (‘wokismo’)
Acaso pueda pensarse que semejante mutación histórica es poco relevante, que lo mismo da que detrás de las cabezas visibles del PSOE haya actividad económica o naturaleza virgen. Pero de irrelevante no tiene nada, porque nos muestra que el horizonte de sociedad hacia el que aspira a dirigirse la izquierda ha cambiado de una manera sustantiva durante las últimas décadas: ya no aspira a una sociedad más rica (Branko Milanovic sostiene que uno de los rasgos característicos de la ‘paleo-izquierda’ era su agenda procrecimiento), sino a una sociedad más alineada con sus nuevos valores ideológicos (‘wokismo‘): una batalla por la identidad cultural antes que por el crecimiento material. Y como la cantidad de asuntos que pueden colocarse dentro de la agenda política son limitados (no tenemos capacidad para cognitivamente prestar atención a todo), si la prioridad de la izquierda no es crecer sino enfangarse en guerras culturales, un Gobierno presidido por esa ideología tenderá a ser un Gobierno u hostil o al menos indiferente hacia el crecimiento.
Y el crecimiento económico —no incompatible con la sostenibilidad medioambiental— es el único camino para elevar los estándares de vida del conjunto de la población en el largo plazo. De ahí que dejar de obsesionarse con crecer es dejar de obsesionarse con que ‘el pueblo’ mejore y prospere. Acaso por ello, ese mismo pueblo que estaba presente en el cartel socialista de 1982 está hoy del todo ausente en el cartel de 2022.