Cristina Losada, LIBERTAD DIGITAL 20/11/12
Con muy escaso éxito de crítica y público, como en los grandes fracasos del teatro, ha pasado por El Mundo una tribuna del expresidente Zapatero titulada «Nuestra Cataluña». Un título que, aclaraba, no era una provocación, no fuera a ser que se malinterpretara. Vano temor, pues no hubo ni buena ni mala interpretación, ni del título ni del texto. A nadie le importa lo que diga quien rigió los destinos del Gobierno por dos legislaturas y hasta hace solo un año. Ya puede sentenciar Zapatero que Cataluña es España o que no. Da exactamente igual. En la agenda política, su irrelevancia es absoluta. Piénsese, como contraste, en la atención que se presta a declaraciones de Aznar y González. El fenómeno resulta tanto más llamativo cuanto que ha sido el presidente que levantó mayor controversia, más pasiones a favor y en contra, desde el minuto uno. Pues nada, una vez fuera del poder y de su pompa (de jabón), Zapatero ha vuelto a la condición de don nadie.
Su política hacia Cataluña, singularizada en el Estatuto y el nuevo modelo de financiación, se prestaba a un ejercicio introspectivo. Si no destinado a asumir responsabilidades, sí, por lo menos, a extraer enseñanzas. Pero el expresidente pasa tan de puntillas sobre aquellas decisiones que ni siquiera menciona al PSC. Esto es, a quien estuvo en el origen de las mismas, aunque él llegaba predispuesto. El Estatut, que iba a arreglar para siempre el traído y llevado y conllevado problema delencaje de Cataluña en España –fórmula típicamente nacionalista–, fue un proyecto del PSC. El nacionalismo fetén no estaba por la labor de tal parto. Pero se sumó y, como es fama, fueron Zapatero y Artur Masquienes sacaron adelante a la criatura en una noche larga y ahumada.
Para CiU, el Estatut aún tenía sentido: lo que no mata, engorda. Para el PSC y el PSOE era letal. Consagraba el alma nacionalista del PSC. Significaba dar un trato diferente a Cataluña, cosa que está en las antípodas del federalismo del que ahora se proclaman fervientes partidarios. Elevaba la cuestión identitaria, pura esencia nacionalista, a clave y talismán. Los gobiernos precedentes habían hecho concesiones a los partidos nacionalistas, pero ninguno, hasta el de Zapatero, había hecho suyo el discurso del nacionalismo. Se asombra hoy, como aquel portugués del cuento, de que se pidiera el Estatuto y que seis años después no valga nada. ¡Vaya sorpresa! El nacionalismo es una bicicleta que exige pedalear sin pausa. Y, como decía Julián Marías, no es posible contentar a los que no quieren contentarse. Para que luego digan que se aprende del fracaso.
Cristina Losada, LIBERTAD DIGITAL 20/11/12