Lorena G. Maldonado-El Español
 

Me hizo sonreír el «hijo de puta» de Ayuso a Sánchez. Me hubiese hecho sonreír dicho de cualquiera a cualquiera, al menos tal y como fue concebido, en pequeño y sin confrontación volitiva. Así me camela, como una búsqueda de oxígeno, como un esputo flamenco, como una culebrilla franca y ligera que te riza el caracol de la frente y te pone cara de folclórica del adjetivo, de esos tan chulos que colindan con el sustantivo.

A mí el «hijo de puta» me mola porque lo veo muy bello, muy fiero y español. No se puede luchar contra un «hijo de puta» espontáneo. Sabemos bien cómo nos trepa la garganta y sale solo. ¿Lo paras tú? Yo no tengo aliento para eso.

En este país, decir «te quiero» a alguien con quien salimos nos lleva diez meses y varias fases mentales, pero un «hijo de puta» nos brota a cualquier hora. Está a las puertas del labio. Esa es su grandeza. Es como un miura loco a punto de salir a la plaza.

El «hijo de puta» es anatomía patria, una parte más de la cara, músculo nuestro y fuerza retromolar. Yo he dejado de pelearme con él porque es más valiente que yo, más torero y más gitano (como le dijo Paquiro a su hermano en el Café de Chinitas).

Uno respira mejor después de farfullar «hijo de puta». El «hijo de puta» es contra el asma, contra el hastío, contra la podredumbre interior. El «hijo de puta» expectora y amasa el alma. La masajea. El «hijo de puta» le quita hierro a la tragedia, la reduce a una anécdota pasional, a una alcanzable necesidad de sentirse vivo. Es más: el «hijo de puta» reconcilia. 

Está claro que como feminista militante y mujer obsesionada con el lenguaje, hace años que intenté derribar la expresión metiéndole los deditos a sus grietas, pero no hubo manera. Sé que fundacionalmente es un insulto machista y eso, obvio, me repugna: al final intentas faltarle el respeto a un notas y se lo faltas a su madre, todo un clásico misógino, una carambola testosterónica de ayer y de hoy.

Otra parte de mí, sin embargo, es consciente de su poderío y lo abraza. Si mentas a la madre, es porque no hay nada ni nadie más importante que ella. Nada que uno vaya a defender con más bravura. Ese es el riesgo.

Yo traté de girarlo y usar lo de «hijo de putero», que es en verdad lo denigrante, tener a tu padre entre cachimbas de polígono violando a golpe de chequera, pero la sonoridad destrozó el agravio desde dentro. Resulta largo, cacofónico. Pierde punch, y a este lado creemos que el punch es irrenunciable.

De todos modos, disfrutemos del trayecto. «Hijo de puta» hace mucho que dejó de significar meramente «hijo de puta». España es realismo mágico. En España nada es del todo literal. España se rompe, nosotros nos enamoramos e «hijo de puta» entra en metamorfosis: del desprecio al homenaje. Analicemos.

«Hijo de puta» es ese vituperio cercano a la alabanza, ese híbrido de sensaciones, ese «los que se pelean se desean».

Hoy por hoy es anfíbico. Cuando Ayuso llama a Sánchez «hijo de puta» le está concediendo notoriedad, le está retratando con grandilocuencia. Resuena. Pincha en la hipérbole. Nadie llamó jamás «hijo de puta» a una criatura vulnerable. Si dices «hijo de puta», hay fascinación secreta ante la villanía del adversario. Hay competición. Hay algo de admiración, mal que pese.

Hablo de esto con mi amigo Daniel Hernández y me da la clave. Dice que cuando llamas «hijo de puta» a alguien le estás concediendo ciertas dotes imperiales. No es «gilipollas». No es «payaso». No hablas de la inferioridad del otro, no hablas de sus capacidades mermadas o de su cosa pérfida o bobalicona.

Dejas que se te llene la boca: hi-jo-de-pu-ta-.

Prueba viva es que decimos «joder, qué hijo de puta» ante el sujeto que emite una broma gloriosa, un golazo histórico o una creación sublime y arrebatada que te genera pique cariñoso. Ante el granuja carismático, ante el personaje chisposo. «Qué hijo de puta». Jajá. Equivale a un «está sembrao«.

El «hijo de puta» se hace carne y entra en tu boca bajo un conjuro turbio, te invade, engancha la llave de tu cueva. De repente, el enemigo tiene acceso a ti. El «hijo de puta» se dice pero siempre rebota. El hijo de puta te habita.

Entendamos las cosas en su profundidad. Isabel le dice a Pedro «hijo de puta» y ahí sostiene, sobre todo, un desafío político. Es un guiño, un reto, una promesa. «Voy a por ti». «Me mediré contigo». «Espérame». «¿Quién es Feijóo? Yo soy quien puede doblegarte». «¿Eres bueno? Veremos si yo soy mejor».

Todo eso cabe allá. A Ayuso le está entrando el picorsito. Lo ha elegido como su digno rival. Se acerca el duelo de dos grandes. Voy cogiendo asiento.