ABC 24/10/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Un Podemos frustrado, enfurecido, rabioso, se lanzará, cual carroñero, a la caza y captura del voto socialista enfadado
ESTABA hecho. En su obstinado afán por adueñarse del despacho monclovita a cualquier precio, Pedro Sánchez tenía ya cerrado un acuerdo con Podemos y estaba muy cerca de rubricarlo con los separatistas catalanes, a costa de rendir a sus pies el principio de soberanía a cambio de la renuncia estratégica por su parte a convocar un referéndum ilegal. Dicho de otro modo; en pago por su investidura, el líder del PSOE se echaba en brazos del populismo de extrema izquierda y entregaba en nombre de su partido nada menos que el derecho de todos los españoles a decidir el futuro de la Nación, asumiendo una reforma de la Constitución en la que tuviera cabida la fragmentación de esa decisión por comunidades autónomas. Esta vez Pablo Iglesias no iba a pegarse un tiro de soberbia en el pie, como el que se dio tras las elecciones de diciembre, y estaba dispuesto a negociar la composición de ese «Ejecutivo del cambio» fingiendo la humildad suficiente para permitir a Sánchez vender el cambalache a su propia gente. La guinda del venenoso pastel vendría de «la militancia» (en su mayoría afiliados menores de 40 años radicalizados a través de ciertas televisiones, muy activos en las redes sociales, con poco que perder en la práctica y menos que pagar a Hacienda) llamada a refrendar de la noche a la mañana, por supuesto sin necesidad de un quorum mínimo, lo que los dirigentes más sensatos consideraban una locura abocada a liquidar su legado histórico.
Esos eran los planes, frustrados hace tres semanas por la rebelión de algunos pesos pesados decididos a impedir el suicidio del partido y la destrucción de España. El resultado del Comité Federal celebrado ayer no fue sino la consecuencia lógica de ese motín, encabezado por la presidenta andaluza con el aval de Felipe González y algún otro veterano conocedor de lo que significa e implica administrar un país. Junto a ella, en las filas defensoras de la abstención indispensable para dejar gobernar al PP y echar a andar la legislatura, se alineaban los máximos representantes de Castilla-La Mancha, Extremadura, Aragón y Asturias. Regiones en las que el PSOE pisa fuerte precisamente por no poner en cuestión la unidad nacional ni los valores democráticos sobre los que se sustenta nuestra Carta Magna. En otras, donde la ideología tradicional de la izquierda moderada sucumbió hace ya tiempo a la presión conjunta del nacionalismo y su actual refuerzo de «círculos» y «mareas», el socialismo es una fuerza menguante al borde de la irrelevancia. Y precisamente allí, en Cataluña, Baleares, País Vasco o Comunidad Valenciana, es donde Sánchez encontraba más aliados dispuestos a secundar sus planes. Perdedores empeñados en salvarse como fuera.
La batalla ha sido sangrienta. El PSOE sale de ella demediado, prácticamente amputado de la E para quedar reducido al centro y sur de la Península, y amenazado en su papel de principal oposición por un Podemos frustrado, enfurecido, rabioso, que no piensa hacer ascos a nada. Un Podemos lanzado cual carroñero voraz a la caza y captura del voto socialista enfadado con esta nueva victoria del incombustible Rajoy. Un Podemos que peleará indistintamente en las instituciones y en la calle, aprovechando cada grieta del sistema que con tanto desprecio denuesta, porque siempre ha estado convencido de que el fin de alcanzar el poder justifica cualquier medio. Un Podemos peligroso, que es preciso combatir con toda la fuerza de la razón unida a la de la Ley. Porque la victoria ajustada de este PSOE con E, que tuvo la valentía de alzarse ante una traición a España, no puede acabar convirtiéndose en una victoria pírrica.