Javier Zarzalejos-El Correo

  • Brexit, pandemia, invasión de Ucrania: la UE ha respondido a grandes pruebas de resistencia. Una razón para votar el 9 de junio

Hace cinco años, la legislatura del Parlamento Europeo se inició con la despedida de los eurodiputados británicos después de que el referéndum convocado por el entonces primer ministro, David Cameron, se saldara con la decisión de que Reino Unido abandonara la Unión Europea. Aquel episodio traumático tuvo efectos sísmicos sobre la Unión. Sin embargo, no podíamos anticipar que poco después, el Brexit quedaría relegado como problema ante la emergencia de una pandemia global que congeló nuestras economías y se cobró un terrible precio en vidas humanas. Una sociedad tensionada al máximo sufría el confinamiento, restricciones como no había recuerdo y compartía la angustia. Superada la pandemia -pero no sus consecuencias sociales y económicas-, un autócrata en Moscú se lanzaba a la invasión de Ucrania en lo que esperaba que fuera un paseo que llevaría a sus tropas a Kiev y le permitiría establecer un gobierno títere.

La pregunta que procede es sencilla: ¿Cómo estaría Europa sin la Unión Europea? ¿Cómo habríamos podido afrontar una pandemia y una guerra en suelo europeo sin la cohesión y la solidaridad que aporta la Unión? Hay pocas dudas de que esta crisis nos habría conducido a una situación caótica, una recesión brutal y duradera, un coste en vidas humanas mayor y una peligrosa rivalidad entre naciones europeas como experimentamos en el pasado.

Con todas sus limitaciones e insuficiencias, la UE ha sabido responder a una verdadera prueba de resistencia. No va a ser la última y esta es una razón crucial para que los ciudadanos se impliquen con su voto el próximo 9 de junio. Es un lugar común, aunque no infundado, decir que la Unión Europea es algo muy alejado de los ciudadanos. No parece, sin embargo, que las instituciones nacionales tengan una percepción ni muy distinta ni mucho más positiva.

En todo caso, si se critica ese alejamiento no es coherente mirar estas elecciones europeas desde una actitud abstencionista. El voto es la mejor manera que una institución democrática tiene de acercarse a los ciudadanos hasta convertirlos en la instancia decisiva.

Muchos se sorprenden cuando uno advierte de que más del 60% de la legislación que efectivamente se aplica en los Estados miembros de la Unión es legislación de la UE, debatida y aprobada en el Parlamento y acordada después con los gobiernos nacionales en el Consejo. Hay que recordar el impacto de las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión sobre los contratos bancarios, las hipotecas, la igualdad en el ámbito laboral, la protección de la privacidad o, en el caso español, de los interinos en las administraciones públicas. Conviene tener en cuenta el papel esencial que ha desempeñado el Banco Central Europeo al financiar las economías nacionales evitando así la escalada de las primas de riesgo.

Desde la Unión se está apoyando a Ucrania en su lucha contra la invasión de Putin. Y no menos importante es el esfuerzo que con el recurso al endeudamiento han hecho las instituciones comunitarias para poner en marcha los fondos de recuperación de los que se han asignado a España nada menos que 163.000 millones entre subvenciones y préstamos. Que todo esto, más la financiación de las políticas comunes, los demás fondos, la cooperación internacional… se haga con una contribución de los Estados miembros de poco mas del 1% de su PIB desmiente la imagen de una UE costosa y de una burocracia descontrolada.

En Europa las cosas no van a seguir ‘como siempre’. Nos guste o no, las crisis ya han dejado de ser la excepción y se han convertido en la regla. A pesar de que tanto se hable de la ‘burbuja de Bruselas’, Europa no es una isla en un mundo turbulento. Tenemos que afrontar retos geoestratégicos -qué lugar queremos y podemos ocupar en el mundo-, democráticos -hay que proteger el Estado de Derecho y la democracia dentro y fuera de la Unión-, sociales -envejecimiento, inmigración, seguridad, salud y cuidados- y económicos -competitividad frente a Estados Unidos, palancas de crecimiento y empleo de calidad, reindustrialización-.

Y hay que hacerlo, además, desde un claro compromiso con el equilibrio fiscal porque no podemos quedarnos instalados en deudas públicas y déficits que lastran nuestras economías y transmiten una engañosa impresión de que el bienestar está asegurado.

En el País Vasco, algunos de estos retos son aún más acuciantes. Tenemos todas las capacidades para competir con éxito en Europa, pero fallan las políticas. Solo necesitamos que la política refuerce esas capacidades en vez de frenarlas, que ayude en vez de impedir, que facilite en vez de simplemente intervenir y regular sin límite. En suma, necesitamos una política que se alíe con la sociedad en vez de empeñarse en controlarla.