LA PRIMERA VEZ que escuché pronunciar, con peso, la palabra Europa, fue en el colegio. No en una clase de historia sino en otra de dibujo. Corrían los años 60 del pasado siglo y nuestro profesor, un acuarelista excepcional llamado Mariano García Patiño, ante las estrepitosas estampidas que se producían al final de las clases, antes de la comida, se le ocurrió decirnos que abandonáramos el aula no como españoles sino como europeos. Y a esta palabra le daba mucho énfasis. Al principio, semejante reflexión hizo mella en nosotros, aunque no teníamos claro qué diferencia había entre unos y otros. Aunque todos percibíamos que aquellos a quienes, dada nuestra juventud, todavía no habíamos podido conocer, eran mejores que nosotros. Por tanto uno de nuestros empeños futuros sería, al menos, equipararnos a ellos. Por otro lado, mi preuniversitario en La Coruña lo hice en el Instituto masculino, que hoy lleva el nombre de Salvador de Madariaga. En nuestra ciudad había nacido, nada menos, que uno de los más grandes europeístas del siglo XX. Uno de los primeros Premio Carlomagno, cuyo busto al lado de los de Churchill, Adenauer, De Gaspari o Schuman, preside en Estrasburgo el Palacio de Europa, sede del Consejo de Europa y del Parlamento Europeo. ¿Acaso Madariaga no se merecería tener una copia de ese mismo busto en nuestro Congreso de los Diputados? ¿Acaso ese vacío no es una triste muestra de lo poco que aún sigue interesando a nuestros políticos Europa?
Madariaga, que lo fue todo durante la Segunda República, había sido uno de los principales ideólogos para la construcción europea tras el final de la Primera Guerra Mundial. Tan solo enumerar sus cargos y representaciones nos llevaría a finalizar muy pronto este artículo. Sin embargo, recordaré que fue delegado permanente del Gobierno de la República ante la Sociedad de Naciones en Ginebra; así como, siendo uno de los responsables de El Movimiento Europeo, promovió la creación del Consejo de Europa (1949), la firma de la Convención Europea de los Derechos del Hombre (1950) y la constitución de la Comunidad Económica Europea (Tratado de Roma, 1957). Madariaga fue fundador y primer presidente del Colegio de Europa en Brujas.
Cuando en el año 1976 regresó de su largo exilio a España y leyó su demorado discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua, viajó inmediatamente a Galicia y a su ciudad natal. Entonces fue cuando lo conocí, pues yo estaba comenzando mi carrera periodística después de acabar mis estudios de Derecho en la Universidad de Santiago. Entre las muchas cosas que le escuché comentar en aquellos luminosos días, una de ellas fue la decidida exaltación de la reconciliación entre españoles. La misma que iba a llevar a cabo la democracia que, por aquellas mismas fechas, se ponía en una dificultosa marcha. «Los españoles que antaño escogimos la libertad perdiendo la tierra y los que escogimos la tierra perdiendo la libertad, nos hemos reunido para otear el camino que nos lleve juntos a la tierra y a la libertad», dijo el autor de Ingleses, franceses, españoles. Y fue lo que se hizo. ¿Qué más autoridad probada que la suya? Hay que repetirlo una vez más porque España sigue siendo ingrata con él. Madariaga fue nuestro primer político europeo, a la misma altura que los cuatro anteriormente citados. Pero, por si esto no fuera poco, es además uno de nuestros grandes escritores en una gran multiplicidad de géneros.
Un día, cuando nuestro compatriota se dirigió en inglés a la asamblea de la Sociedad de Naciones, el que más tarde sería primer ministro inglés y en aquellos momentos de 1931 era subsecretario del Foreign Office, comentó: «Me sorprende que un español pronuncie sus discursos en un inglés tan perfecto». Afortunadamente esto hace tiempo que lo hemos superado. Ambos fueron grandes amigos. Por lo tanto, nuestra presencia en Europa está avalada por uno de sus padres más queridos y admirados. Madariaga no surge de la nada, sino que sigue la gran tradición de Vitoria y los grandes juristas españoles del siglo XVI. Pero ya antes Raimundo Lulio había hablado de la necesidad de reunir una asamblea de naciones para que trataran de resolver los problemas internacionales. Alfonso Soto, Gabriel Vázquez, el dominico Vitoria y el jesuita Suárez y otros teólogos y humanistas del siglo XVI, debido al descubrimiento de América, crearon el derecho de gentes, la doctrina de la interdependencia entre las naciones y la idea del arbitraje obligatorio. Francisco de Vitoria fue el verdadero fundador del derecho internacional y se adelantó a Hugo Grocio. ¿Dónde se le explica todo esto a nuestros bachilleres? En ningún sitio. España está en Europa porque no sólo físicamente pertenece a ella, sino porque intelectualmente ha contribuido de manera decisiva en su formación teórica y luego pragmática. ¿Por qué todavía los españoles seguimos con un complejo de inferioridad y frialdad hacia algo que nos pertenece como propio?
Madariaga llamó necios a aquellos que consideraban la Unión Europea como un peligro para el genio particular de cada nación. «Un genio evoluciona, lo cual prueba su vitalidad, pero no sabría desaparecer. Ser europeo es también amar a la patria de los otros, teniendo una preferencia confesable por la propia», escribió. Durante su estancia en La Coruña aparecieron estas declaraciones que le hizo a Francisco Pillado, en aquellos años nuestro director de La Voz de Galicia. «La situación geopolítica de España y el carácter localista de los españoles son tales, que a mi ver, ha llegado el momento de darse cuenta de que no podemos seguir viviendo políticamente y pacíficamente bajo una constitución unificada. Creo que, en España, los caracteres regionales son muy fuertes. En ningún país ocurre eso. Por ejemplo, en Francia, no hay ningún país que difiera de otro como difiere el gallego, por ejemplo, del andaluz o del catalán. De modo que, en España, gozamos de esa capacidad de diversidad de caracteres que hace que cada país, como yo los llamo, tenga su aroma especial y, por consiguiente, su deseo de gobernarse según sus propias leyes. Creo, pues, que lo normal y natural es que seamos federalistas». El actual estado autonómico yo estoy seguro que hubiera sorprendido a Madariaga, pues está a la altura de su idea federal o incluso en muchos aspectos la superaría. Han pasado casi 45 años desde estas declaraciones y las que añado a continuación: «Debo reconocer que en los españoles hay una tendencia hacia el extremismo y hay en el federalismo el extremismo del separatismo. Y esto es lo que hay que combatir. Hay que combatirlo con hechos». Madariaga apostaba por dar a los municipios un poder casi soberano.
EN EL 1978 las cenizas de Madariaga llegaron a su ciudad natal para ser arrojadas sobre la ría. Cuando llegó a la alcaldía Francisco Vázquez, emprendimos la labor de preparar una gran exposición y catálogo sobre nuestro paisano tan ilustre. Yo fui su comisario y editor. Así fue en Coruña y luego en Madrid, donde su sobrino, el ministro Javier Solana, la inauguró en la Biblioteca Nacional. Hoy, La Coruña guarda su biblioteca y archivo personal donde hay una ingente cantidad de correspondencia con algunas de las personalidades políticas y culturales más relevantes del pasado siglo. Dos de sus más grandes amigos y Premios Nobel, Saint-John Perse y Camus, ensalzaron su vida y su grandeza. El primero escribió que «la inteligencia crepitaba en él como la sal, se orienta mágicamente como limaduras de hierro en un campo magnético». El otro lo calificó como «gentilhombre de las letras» y se felicitó por ser su contemporáneo.
Por eso yo animo a todos a ir a votar por Europa en medio de los peligros que la acechan. Y a los españoles hacerlo con el orgullo de haber siempre estado en la primera línea de su construcción y mantenimiento. Ir a votar con la cabeza muy alta y, sobre todo, los más jóvenes. Porque en ellos está el futuro de la paz, la convivencia y el progreso. Zweig, en medio del horror nazi, escribió un poema titulado Polifemo para denunciar al estado totalitario que estaba destruyendo uno de los períodos más gloriosos de la historia de Europa: «…Y saldremos/ De la cueva de la sangre y el horror/ Nosotros, hermanos de los pueblos, hermanos de los tiempos,/ Pasando sobre tu cadáver hediondo/ Hacia el cielo eterno del mundo». Ir a votar precisamente para que los monstruos totalitarios no vuelvan a aparecer y hundan una vez más a Europa. Ir a votar es una responsabilidad que no sólo tenemos con nosotros mismos, sino también con todos nuestros conciudadanos. Demostremos que Europa nos interesa y arrojemos fuera de ella a la barbarie siempre a sus puertas.
César Antonio Molina es escritor. Ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura. Su último libro es Las democracias suicidas (Fórcola).