José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Los triunfos de la derecha están en Andalucía, Madrid, Galicia, Castilla y León y Murcia y sus fracasos en Cataluña y País Vasco. De los 66 escaños vascos y catalanes en el Congreso, los populares solo lograron tres en las elecciones de 2019
Pedro Sánchez es un político escurridizo y difícil; sabe apuntarse tantos cuando la jugada está casi perdida; dispone de terminales mediáticas muy operativas, unas toscas y otras más sutiles en su apoyo; se victimiza con los ataques que le disparan desde la oposición y desde otras atalayas; prescinde de sus colaboradores con una gelidez emocional que causa perplejidad y con la que advierte a los que les sustituyen; es arrogante, pero en el último cuarto de hora le reverbera el instinto de poder y recula; dice una cosa y la contraria sin alterar el gesto o cambiar el tono; para él, el pasado existe en la medida en que le resulta conveniente y el futuro se construye en una planificación cotidiana.
A sus socios, sean de coalición o parlamentarios, los tiene en vilo, y cuando se ponen farrucos les enseña la fotografía de Santiago Abascal a lomos de un caballo español como si del Cid se tratase y hasta Rufián se arruga. Se siente alternativa de sí mismo y, desoyendo el consejo de Kipling, desprecia las dudas ajenas que le sugieren decisiones o que le aconsejan rectificaciones. Los hay que le insultan —»psicópata»—, pero él convierte en bumeranes los denuestos. Su sintomatología es, eso sí, propia del padecimiento narcisista, relativamente común en políticos con poder.
Como ha escrito con agudeza Ignacio Varela, es el taxidermista del PSOE al que ha vaciado y lo ha convertido —según acertada metáfora de Valentí Puig— en un “museo en honor a sí mismo”. La conclusión es que desalojarle de la Moncloa democráticamente no será tarea fácil para la oposición que, hoy por hoy, es la que constituye el PP, encadenado a Vox para lograr una posible mayoría parlamentaria, y con Ciudadanos en peligro de extinción tanto como Podemos. No es una oposición brillante, ni particularmente eficaz, pero está imbuida del principio político irrefutable en las democracias liberales: las elecciones las pierden los Gobiernos y casi nunca las ganan los partidos de la oposición. Este es el punto débil de Sánchez: él mismo y la burbuja en la que se desenvuelve; su propia seguridad altiva y, en particular, su grave carencia de inteligencia emocional que le lleva a introducirse en callejones de difícil salida.
El Gobierno, Sánchez y el PSOE tienen un flanco vulnerable: las victorias del PP en las autonomías. Juan Manuel Moreno Bonilla se ha convertido en el político que Javier Arenas nunca consiguió ser. La acreditada verosimilitud de su liderazgo en Andalucía le anuncia un futuro prometedor porque está gobernando bien, con discreción y sin gesticulaciones inútiles. Es un moderado que se está pensando mucho —y hace bien— si convocar elecciones antes de que termine la legislatura. Sabe que en Andalucía la experiencia conservadora de poder no tiene tradición y, aunque dispone de capacidad de resistencia y expansión, un traspié podría ser fatal. En Galicia, Núñez Feijóo ha dejado al PSOE seriamente lesionado: es la tercera fuerza política desde el 12-J del año pasado y su replicante es un nacionalismo que no ha terminado de cuajar pese a que lo intenta desde casi finales del siglo XIX. Se va a quedar en Santiago y es muy posible que consiga su quinta mayoría absoluta. El presidente de la Xunta de Galicia es el paradigma de cómo un líder de derechas puede arraigarse y arraigar a su partido en una comunidad con una sociedad penetrada por un especial sentido identitario y un idioma cooficial con considerable patrimonio histórico y literario.
El caso de Castilla y León dispone de elementos idiosincráticos que se conectan de forma permanente con el conservadurismo, pero el mérito de sus sucesivos dirigentes —Fernández Mañueco ahora— es que sintonizan con la castellanía vieja y que han manejado el leonesismo con habilidad y equilibrio, porque la comunidad más extensa de España está muy lejos de los reduccionismos que la estereotipan como homogénea, ausente de conflictos y lejana a las inquietudes más vanguardistas.
Nada que ver, desde luego, con Madrid, que ha ganado la batalla del relato sobre la bondad de su modelo de fiscalidad y se ha consagrado como el gran ascensor social y profesional en España. Es la comunidad que más contribuye a la solidaridad (6.000 millones); es la que más beneficia a las rentas altas, pero también a las más bajas (véase la tabla del IRPF); es la que recauda más que la media en España. Como ha escrito José María Ruiz Soroa con muchos arrestos en ‘El Correo’ de Bilbao (“Un debate superficial” 22/8/2021), sobre Madrid se producen “flagrantes inconsecuencias argumentales”, y entre ellas atribuir a la capitalidad efectos hiperbólicos, olvidando que cada autonomía explota sus ventajas: el clima, la costa, los beneficios de una financiación específica (País Vasco y Navarra, por ejemplo) y hasta la recepción de tradicionales tratos de favor por los poderes centrales.
Por fin, la quinta victoria de la derecha está en Murcia, un bastión uniprovincial que ha logrado percibirse y ser percibida con una singularidad que quizás otros territorios no han alcanzado. No hay que olvidar a la ciudad autónoma de Ceuta, que es un banco de pruebas para la sensibilidad, el buen tino, la intuición y una gestión que exige una relación intensa con el Gobierno de turno.
Las victorias del PP ofrecen una plataforma excelente para llevar a Casado a la Moncloa, pero requieren más expansión
Estas chances de la derecha son fragmentarias pero acumulativas; ofrecen una plataforma excelente para llevar a Casado a la Moncloa, pero requieren más expansión: recuperar posiciones en Cataluña —ese es el trabajo urgente de la derecha: encontrar un discurso, una propuesta— y superar el bajo registro actual en el País Vasco. La cohesión de España padece dos hernias en esos dos territorios en ninguno de los cuales el PSOE está en el poder plenamente. En Vitoria, el PSE está coaligado con el PNV y en Cataluña el PSC es la primera fuerza política. Vascos y catalanes envían al Congreso 66 diputados de los que solo tres son del PP. La derecha necesitaría participar mucho más en esa cuota de escaños para —a pesar de las encuestas que le ofrecen buenos augurios— doblarle el pulso a Sánchez y al PSOE, que disponen del permanente comodín de la izquierda: los nacionalistas e independentistas.
Para el PP, el curso comienza con esas asignaturas pendientes, la ventaja de sus triunfos autonómicos, la avalancha de decisiones difíciles que debe adoptar el Gobierno y la resaca de las que ya ha adoptado (desde la pandemia hasta los indultos pasando por la economía y la gestión de una coalición deshilachada). Además: un movimiento europeo que lleva el péndulo al espacio contrario de los que ocupan los socialismos frágiles del mundo occidental. Otra ventaja para los estrategas de Génova es la que les ofrece Yolanda Díaz: la vicepresidenta segunda es una bomba de relojería para el PSOE y le disputará el terreno electoral con una plataforma de difícil pero no imposible trabazón, aglutinada en el PCE. Empieza, ahora de verdad, la carrera electoral cuya meta será —o no— 2023.