- Si has tenido la intuición de que las opiniones de los periodistas, de los políticos y del «mundo de la cultura” están cada vez más alejadas de las tuyas, no estás loco. Tu intuición es correcta.
Leo en la cuenta de X del psiquiatra Pablo Malo, autor del libro Los peligros de la moralidad, sobre un estudio de la Northwestern University (Illinois, Estados Unidos) que dice que nueve de cada diez estudiantes universitarios dulcifican sus opiniones políticas para evitar problemas.

Los peligros de la moralidad, de Pablo Malo.
El que hace diez, supongo, es el estudiante progresista que se cree mayoría porque desconoce que, en realidad, casi ninguno de sus compañeros piensa como él, aunque le digan que sí para evitarse problemas. De ahí el falso sentimiento de superioridad moral de una buena parte de ese progresismo, basado en una errónea interpretación de la realidad y en una pésima intuición acerca de cuáles son realmente las ideas dominantes en las sociedades democráticas liberales.
Dice Pablo Malo:
“Un nuevo estudio revela que casi nueve de cada diez estudiantes fingen tener opiniones más progresistas de las que realmente sostienen, a menudo para complacer a los profesores o mantenerse en el favor de sus compañeros. Este hábito no termina en la puerta del aula; incluso los amigos cercanos y las parejas sentimentales se mantienen en la oscuridad”.
“El estudio”, dicen sus autores Forest Romm y Kevin Waldman, “se hizo con 1.452 estudiantes universitarios en Northwestern y Michigan entre 2023 y 2025. El 88% fingió tener opiniones más de izquierdas de las que realmente tenía para tener éxito social o académico”.
Los autores del estudio preguntaron a los estudiantes si habían fingido alguna vez tener opiniones más progresistas de las que realmente defendían con el objetivo de tener éxito social o académico.
El resultado fue sorprendente… por poco sorprendente:
«Un 88% dijo que sí. El 78% de los estudiantes nos dijo que se autocensura en sus creencias sobre la identidad de género; el 72%, en política; el 68% en valores familiares. Más del 80% dijo que había presentado trabajos académicos que tergiversaban sus opiniones para alinearse con los profesores”.
Realmente preocupante:
Un nuevo estudio revela que casi nueve de cada diez estudiantes fingen tener opiniones más progresistas de las que realmente sostienen, a menudo para complacer a los profesores o mantenerse en el favor de sus compañeros. Este hábito no termina en la puerta…
— Pablo Malo (@pitiklinov) August 13, 2025
Las conclusiones son de cajón.
1. En primer lugar, del estudio se deduce que la opinión de uno de cada diez estudiantes es suficiente para intimidar a los otros nueve. ¿Por qué ocurre esto?
Porque ese uno, a pesar de estar en minoría absoluta, tiene el apoyo del establishment. De los medios de comunicación, de los políticos y de la propia universidad.
De ahí las actitudes cercanas al bullying que podemos ver a diario en las redes sociales. Porque quien sabe que sus ideas sólo se sostienen mediante amenazas y coacciones está obligado a ejercer una violencia censora extrema para reprimir los puntos de vista mayoritarios.
Y eso ocurre porque no es lo mismo sostener la idea de que abusar sexualmente de los demás está mal, algo autoevidente y que no requiere de mayores castigos sociales para ser interiorizado por la sociedad, que la idea de que un hombre debe ser considerado mujer si se percibe a sí mismo como tal. Una idea absurda, acientífica y amoral que necesita toneladas de violencia social para ser, si no comprada, sí tolerada de forma resignada por los ciudadanos.
Los nueve estudiantes no están por tanto enfrentándose a ese décimo compañero, sino a una muy bien engrasada maquinaria de represión social que castiga las ideas que no convienen a unas elites cortesanas cuyos privilegios les permiten evitar las consecuencias de sus ideas tóxicas, y que premia esas ideas estúpidas de cuyas derivadas ellos están exentos.
Esto, como cualquiera puede comprender, es la antítesis de la democracia.
Y por eso no gobiernan hoy en Occidente las ideas mayoritarias (que sería lo democrático), sino las más eficaces a la hora de reprimir a quienes no las comparten (que es lo totalitario).
2. En segundo lugar, del estudio se deduce que la enormidad de la autocensura (no es lo mismo reprimirse en terrenos relativamente irrelevantes, como el de los gustos culinarios, que en terrenos tan nucleares para la persona como la política, la familia y el sexo) debe corresponderse por fuerza con una represión de similar enormidad.
Y por eso el castigo social por librepensar equivale hoy, en sociedades teóricamente liberales y democráticas, al ejercido por algunos regímenes autocráticos.
De ahí, por ejemplo, que en la mayoría de las entrevistas o tertulias que podemos ver y escuchar en televisiones y radios las preguntas lleven implícita su propia respuesta.
Un ejemplo real, entre muchos otros. “Las imágenes que llegan del genocidio en Gaza son inhumanas. ¿Qué deberíamos hacer con ese criminal de guerra llamado Benjamin Netanyahu?”.
Esta o cualquiera de sus variantes es una pregunta retórica habitual en tertulias, además de una idea habitual en columnas de opinión escritas por quienes no saben nada del conflicto palestino-israelí, pero están henchidos de buenos sentimientos, empatía a distancia y solidaridad de turista.
Este tipo de pregunta, que introduce una valoración moral que obliga al entrevistado o al tertuliano a pasar por «mala persona» si quiere negar el presupuesto implícito en ella, se hace para evitar la tentación de negar la mayor. O aceptas el marco de la pregunta o el menor titubeo sobre él te condenará al rincón de la inhumanidad.
Observa que ahí no se está preguntando nada. En primer lugar, porque eso no es una pregunta, sino una petición de conformidad moral que no concibe discrepancia alguna.
En segundo lugar, porque nadie está demostrando un interés verdadero por tu opinión. Sólo se te está utilizando como cámara de eco humana de la opinión del que pregunta.
[La respuesta correcta a la pregunta, por cierto, es: “Ni hay un genocidio en Gaza ni Netanyahu es un criminal de guerra, sino el líder de un país en guerra, que es algo muy diferente. Guerra cruel, como todas, pero que ha sido iniciada por Hamás y que podría acabarse hoy mismo, también por voluntad de Hamás, si los terroristas palestinos liberaran a los cincuenta rehenes que siguen secuestrados»].
3. Una tercera conclusión que sugiere el estudio de Forest Romm y Kevin Waldman.
Esa maquinaria social represiva está hoy en manos del progresismo. Porque las opiniones que se reprimen en la actualidad no son las presuntamente progresistas, sino las percibidas como derechistas, y que suelen calificarse siempre de «ultraderechistas», lo sean o no.
¿Cómo ha alcanzado la izquierda esa posición en la que es ella la que determina la moralidad de las preguntas, pero también de las respuestas? Eso lo explica mejor que yo Víctor Núñez en algunas de sus columnas, y le dejo a él la respuesta, pero sí les hago un avance: por desistimiento de una derecha que ha entendido tan poco la naturaleza humana, y su necesidad de valores fuertes y no meramente tecnocráticos, como la izquierda.