El 2018 no ha sido, aunque exista quien se empeñe en lo contrario, ni bueno para la economía ni para la democracia. Y el que llega no parece mucho mejor.
Releyendo a Larra uno siempre experimenta la desazón de comprobar lo poco que hemos cambiado los españoles y, singularmente, nuestros políticos. Ahora bien, los últimos tres que salieron de su pluma antes de suicidarse – Día de difuntos de1836. Fígaro en el cementerio, Nochebuenade1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico, y, finalmente, Necrología. Exequias del Conde de Campo Alange – son terriblemente premonitorios con respecto su trágico final. Hay en ellos tristeza, rabia y desesperanza, la que padeció quien deseaba una España renovada, culta, europea, liberal, y comprobó que nada cambiaba en aquel páramo de egoísmos, corruptelas, anacronismos y cacicadas que era y es nuestro país.
Si en aquella España las ideas ilustradas debían hacer frente a conservadores cerriles y carlistas mea pilas, ¿acaso hoy en día no sucede lo mismo entre quienes profesan un ideario liberal, políticamente hablando, y los separatistas o populistas de extrema izquierda? Siguiendo el paralelismo, cuando aquellos a quien Larra defendía a ultranza, los liberales, los cultos, los reformistas, llegaron al gobierno ¿no se convirtieron rápidamente en lo mismo que habían criticado desde la oposición? Recuerden ustedes en qué devino aquella España del XIX: restauración financiada por el Fomento del Trabajo catalán, turnismo entre Cánovas y Sagasta, elecciones fraudulentas en las que votaban hasta los muertos, atraso, nepotismo, corrupción, empobrecimiento y, por añadido, la pérdida de nuestras colonias. Lo dijo Baroja con la lucidez del escéptico “Viendo la pereza e inacción de nuestros gobiernos lo raro no es haber perdido Cuba o Filipinas, lo extraño es no haber perdido los pantalones”.
Lo mismo sucede ahora ante los desafíos que en Cataluña, verbigracia, se plantean a España, una España que se administra casi de manera automática, puesto que sus gobernantes solo saben pignorar todo lo que de bueno nos queda, véase la venta del Hispasat a Italia – incluida tecnología militar – para cerciorarse hasta qué punto son inútiles y peligrosos quienes se sientan en el banco azul. Qué poco hemos aprendido de aquellas guerras civiles del siglo XIX, de la del siglo pasado, de lo que significa en nuestra tierra sestear ante las dificultades.
¿Ese era el diálogo del que se jactaba el PSOE? Las bofetadas dentro del PDeCAT entre la señora Nogueras y el señor Bel, diciendo la primera que no se apoyarán los presupuestos socialistas en contra de lo asegurado el segundo, ¿es la unidad insobornable y férrea de la que tanto cacarean los separatistas? Los conciertos, merendolas, incluso campeonatos de vóley que se celebran cada día delante de la cárcel de Lledoners ¿serían de recibo en cualquier otro lugar del mundo civilizado?
Con la nueva crisis económica en ciernes, infinitamente mucho más dura con los sectores sociales más desfavorecidos y que acabará de rematar a la ya moribunda clase media, lo lógico sería que nuestros dirigentes estuviesen preparando las medidas necesarias. Porque, sin el cojín de la clase media, las revoluciones y los fantasmas del pasado volverán a aparecer, no lo duden. Pero esto es España, el país del vuelva usted mañana, el de Don Timoteo es un sabio, el de la planta nueva, el del castellano viejo, en fin, el país de las dilaciones, del pancismo, del compadreo. Nada bueno podemos esperar de este nuevo año porque, ante los enormes retos que nos planteará, no existe ni un gramo de cerebro ni un átomo de músculo político que puedan hacer frente al tsunami que se avecina. Ni los partidos están por la labor ni la clase política tiene las capacidades mínimas exigibles.
Decía Larra en su trilogía final, al reparar en una lápida, “Aquí yace media España. Murió por la otra media”. Terrible epitafio, terrible conclusión, terrible paralelismo.