Los terroristas alcanzan su primer objetivo cuando la gente honesta dice que hay que dialogar con ellos, ofrecerles ventajas políticas a cambio de que dejen de matar por una temporada o a un determinado sector de la población. Y alcanzan su segundo objetivo cuando esas personas comienzan a decir que tan enemigo de la paz es el terrorista como el Gobierno que no acepta dialogar con él.
El «pueblo catalán debe decidir si hice bien hablando con ETA», ha dicho Carod. Es posible que muchos catalanes le den su voto el 14 de marzo, pero eso no le dará necesariamente la razón. Las elecciones sirven para decantar mayorías de gobierno, no para resolver dilemas morales o políticos como el planteado por su iniciativa. Seguramente habrá pocos ciudadanos que no compartan su mensaje: «Lo que yo quiero es que no haya más atentados». Y habrá muchos que le sigan en la idea de que lo mejor para acabar con la violencia es seguir «la vía del diálogo». Pero es responsabilidad de los políticos explicar que las cosas no son tan simples; que la experiencia nacional e internacional demuestra que con frecuencia ese diálogo sólo sirve para legitimar al terrorismo y estimular su continuidad.
Es lo que ha pasado reiteradamente con ETA. Cada vez que ha estado cerca de su derrota, ha habido samaritanos que, convencidos como Carod (El Periódico, 28-1-04) de la «honestidad» de su actuación desinteresada, han ofrecido concesiones que los jefes terroristas han interpretado como prueba de la eficacia de la lucha armada para obtener fines políticos. Los terroristas alcanzan su primer objetivo cuando la gente honesta dice que hay que dialogar con ellos, es decir, ofrecerles ventajas políticas a cambio de que dejen de matar por una temporada o a un determinado sector de la población. Y alcanzan su segundo objetivo cuando esas mismas personas comienzan a decir que tan enemigo de la paz es el terrorista que pone una bomba en un supermercado como el Gobierno que no acepta dialogar con él. «En estos momentos», decía Carod el 25 de noviembre de 2000, «hay dos enemigos de la paz: ETA e inmovilismo intransigente y autista del PP»; y auguraba: «Si vuelve a haber un asesinato en Cataluña tendremos que salir a manifestarnos diciendo: ‘ETA, no; Aznar, tampoco». Eso lo dijo Carod cuatro días después del asesinato de Ernest Lluch; la siguiente víctima de ETA fue Francisco Cano, concejal del PP en Viladecavalls (Barcelona).
El problema no es, como parece creer Carod, que ETA se niega a retirarse porque nadie hasta ahora había sabido explicárselo bien a sus jefes. Seguro que no fue a Perpiñán para decirles que podían seguir atentando siempre que no lo hicieran en Cataluña. Sin embargo, convendría que aclarase si su actitud fue la misma que se desprende de un artículo que publicó en Avui el 31 de mayo de 1991 y reprodujo El Periódico el 12-9-02: «Os lo dije ya hace medio año, en algún lugar de Euskadi, cuando en nombre de mi partido os pedí formalmente que no actuaseis más en mi país (…) Ahora sólo me atrevo a pediros que cuando queráis atentar contra España os situéis previamente en el mapa». Un reproche era que cada bomba de ETA en Cataluña es «un torpedo contra la línea de flotación del independentismo catalán».
Un independentista pacífico como Carod puede contribuir a acercar el fin de la violencia haciendo todo lo posible por deslegitimar a ETA. Por ejemplo, apoyando la ilegalización judicial del brazo político de esa organización, medida que sí parece haber sido eficaz para debilitar al terrorismo. El argumento del juez Garzón y de cuantos luego han seguido esa vía es que entre ETA y su brazo político no sólo existe identificación ideológica sino continuidad organizativa. Carod se ha pronunciado reiteradamente contra la ilegalización de Batasuna. ¿Estaría dispuesto a reconsiderar su posición si se demostrase que tal continuidad existe, de manera que un dirigente de Batasuna pudiera ser a la vez miembro de la dirección máxima de ETA? El hecho, si se confirma, de que uno de sus interlocutores fuera el ex diputado Josu Ternera ¿le suscita alguna duda al respecto?
Si es así, debería decirlo. Eso sí que sería una contribución a la causa de la paz. Porque lo que diferencia al terrorismo de otras formas de criminalidad es su pretensión de legitimidad. El consejero vasco de Interior ha admitido que con ETA se puede terminar por la vía policial y judicial, y el sustituto de Arzalluz al frente del PNV ha manifestado que «no hay paz por precio político». El mensaje que esos pronunciamientos transmiten contribuye a la deslegitimación de ETA. Al revés que la iniciativa de Carod.
Patxo Unzueta, EL PAÍS, 29/1/2004