Carlos Sánchez-El Confidencial
Hoy, incluso, se da la paradoja, de que tanto Vox como Podemos, que iban a cambiar el sistema político, van mendigando por las esquinas un puesto en cualquier administración
La ventaja de que la política española vaya tan deprisa es que, ni siquiera, existe la necesidad de acudir a la hemeroteca para recordar efemérides.
El nacimiento de Ciudadanos, como se sabe, se produjo hace apenas 14 años a partir de un primer manifiesto fundacional en el que participaron intelectuales como Félix de Azúa, Albert Boadella, Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Teresa Giménez Barbat, Félix Ovejero, Xavier Pericay, Horacio Vázquez Rial o Carlos Trías.
Ninguno tiene hoy presencia —ni influencia— en los órganos de dirección de Ciudadanos. Y la mayoría, incluso, cuestiona seriamente la deriva política de Albert Rivera, que ha pasado de situarse en el centro izquierda con la intención de convertirse en partido bisagra para favorecer la gobernabilidad del país, a ser un partido que compite directamente con Vox y el Partido Popular tras escorarse hacia la derecha (antes se definía como socialdemócrata).
Como ha publicado ‘La Vanguardia’, algunos de esos intelectuales y activistas, que confluyeron para alzarse contra el pujolismo y el ambiente opresor del nacionalismo, se reunieron hace unos días en el hotel Alma de Barcelona como acto de desagravio hacia la ya exeurodiputada Teresa Giménez Barbat, que no ha renovado su acta porque la dirección de Ciudadanos decidió que había que buscarle sitio a dos tránsfugas del PSOE y del PP, Soraya Rodríguez y José Ramón Bauzá.
El caso de Podemos es, igualmente, significativo. Nació hace apenas cinco años, en marzo de 2014, para articular políticamente la indignación de muchos ciudadanos encolerizados por la corrupción política y por una manera de enfrentarse a la crisis que priorizó los recortes en algunas políticas públicas esenciales, como la sanidad o la educación. Algo que necesariamente afectó en mayor medida a quienes eran más dependientes de los poderes públicos.
La izquierda de la izquierda
Fruto de aquel movimiento, nació Podemos, que apenas unos meses después de su fundación —y con la única imagen de Pablo Iglesias como reclamo electoral— se presentó a las elecciones europeas obteniendo un notable resultado, lo que le convirtió, de hecho, en el referente de la izquierda a la izquierda del PSOE. Como se sabe, prácticamente ninguno de sus fundadores está hoy en la dirección de Podemos y, como en el caso de Ciudadanos, sus antiguos dirigentes son muy críticos con la deriva de la formación morada. No solo por razones ideológicas; sino, también, por motivos organizativos.
El nacimiento de Vox se produjo a finales de 2013 como una escisión del Partido Popular, a quien sus fundadores acusaban de haber abandonado muchos de sus principios. El manifiesto fundacional de Vox, de hecho, presenta al partido de Abascal como un proyecto político para «la renovación y el fortalecimiento de la vida democrática española ante la degradación de la España constitucional».
Hoy, sin embargo, y tras su éxito en Andalucía, Vox busca un lugar al sol pactando con la célebre ‘derechita cobarde‘ y queriendo ser parte del sistema, lo que le ha llevado a buscar alianzas, precisamente, con los partidos de esa España que Abascal dice que es corrupta y hasta degenerada.
Hoy, incluso, se da la paradoja, de que tanto Vox como Podemos, que iban a cambiar el sistema político, van mendigando por las esquinas un puesto en cualquier administración, mientras que Ciudadanos, que nació para regenerar, primero Cataluña, y luego España, lo que busca es simplemente liquidar a Casado y lograr la hegemonía en el centro derecha. Ya ni se acuerda de cuando decía que había que devolver las competencias de sanidad y educación a la administración central.
De arriba abajo
Dos cosas unen a los tres partidos. En primer lugar, su interés inicial en renovar el sistema político mediante un procedimiento de elección de líderes democrático, de abajo a arriba, y no de arriba abajo, mediante primarias que, necesariamente, debían ser ajenas a los dirigentes de los partidos. En los tres casos, sin embargo, parece evidente que se ha impuesto el dedazo a la hora de elegir los candidatos. Entre otras cosas, porque el peculiar sistema de primarias español nada tiene que ver con el original, que se basa en que cualquier ciudadano puede participar en el proceso de selección de líderes siempre que cumpla unos determinados requisitos, lo que es muy distinto a un proceso selectivo interno tutelado por la dirección del partido.
A los tres partidos, igualmente, les une que han envejecido prematuramente porque ellos mismos, en un error de adolescentes políticos, se han creado falsas expectativas electorales imposibles de cumplir. Pensando que podían superar a los viejos partidos pese a no contar con una estructura territorial suficiente que tanto el PP como el PSOE han consolidado durante décadas durante la hegemonía del bipartidismo.
Los nuevos partidos han tendido a mimetizarse con los viejos, repitiendo sus tics y su forma de enfrentarse a los problemas
Esta realidad puede reflejar cierta impericia de novato, pero también una excesiva ambición política, en el sentido más negativo del término, que tiene que ver con el ego y hasta con la soberbia. En lugar de elaborar una estrategia a largo plazo se ha preferido forzar la máquina aún a costa de su propia ideología fundacional.
Existe, sin embargo, un factor mucho más preocupante. Los nuevos partidos han tendido a mimetizarse con los viejos, repitiendo sus tics y su forma de enfrentarse a los problemas. Unas veces creando otros más relevantes, aunque no observables a corto plazo, pero sí a largo; y, en otras ocasiones, no enfrentándose a la realidad de cara, lo que es síntoma inequívoco de cierta inmadurez. Algo que explica esa obsesión por las líneas rojas, inexplicables en términos de gobernabilidad.
Las arrugas de la política
Si la política es transformar la realidad, como se proclama, ello exige romper huevos para hacer una tortilla, lo cual, necesariamente, tiene un coste. Se ha optado, por el contrario, por aceptar solo la cara amable de la política, pero huyendo de la toma de decisiones comprometidas que muchas veces desgastan, y hasta desgarran, y te enfrentan a las contradicciones, pero que son necesarias para que el país funcione.
Esta instrumentalización de la cosa pública en beneficio propio —los intereses particulares prevalecen sobre los generales— tiene mucho que ver con la esencia de eso que se ha llamado la nueva política, muy volcada a las redes sociales y a los sistemas de representación basados en la imagen, lo que convierte a la política en una pasarela presuntamente de éxito que oculta las arrugas de la sociedad, que existen. Y en política, como en la vida, hay que tomar decisiones que los electores, a veces, no entienden, pero que son necesarias para que el sistema no colapse.
Ese es el cortoplacismo que mata la política y que hace que muchos problemas se pudran y vayan engordando hasta convertirse en una pesadilla: la cuestión catalana, las pensiones, los escasos avances en productividad, la puesta al día de la arquitectura institucional del Estado o el peso del sector público en la economía son algunos de esos asuntos que exigen compromiso en lugar de estar pendientes de las encuestas o del qué dirán. Por eso, envejecen de forma prematura, porque no son útiles. Venían a cambiar el mundo, pero los que han cambiado son ellos.