ALBERTO AYALA-EL CORREO

El Congreso adoptó ayer uno de los acuerdos más relevantes de la legislatura: la convalidación de la reforma laboral pactada por el Gobierno con empresarios y sindicatos que nos exigía Bruselas. Y lo hizo con suspense por un fallo en el recuento inicial, con sorpresa final y por un solo voto. Como estaba previsto, el bloque de investidura saltó por los aires. El cambio prosperó gracias a una suma de apoyos transversales procedentes de la izquierda, el centro (Cs) y grupos minoritarios conservadores. Lo que no entraba en el guion es que los dos diputados de UPN rompieran la disciplina y votaran ‘no’, pese a que la dirección navarrista había pactado la víspera un ‘sí’ a cambio de contrapartidas, y que luego un diputado del PP cometiera un error al votar.

El acuerdo deja unas cuantas constataciones, varias incógnitas. Y una conclusión relevante.

Ni Pedro Sánchez ni Yolanda Díaz han cumplido su promesa de derogar la reforma laboral. Ni siquiera los aspectos más lesivos de la legislación que aprobó Rajoy sin negociación y a beneficio de la patronal. Todo muy al gusto de Europa. La nueva normativa supondrá mejoras para miles de trabajadores y ayudará a disminuir la temporalidad. Pero el grueso del texto del PP permanece. De socialcomunismo, pues, cero.

El ‘no’ de Casado es poco probable que tenga consecuencias negativas para el PP. Al menos mientras su electorado no se canse de su política de ‘no es no’ a casi todo, como ha sucedido en Portugal.

No ocurre lo mismo con el bloque de investidura, que ayer se rompió. Yolanda Díaz se empeñó hasta el final en convencer a los independentistas para que no torpedearan la reforma, su reforma, porque de lo contrario seguiría vigente la del PP. En vano.

Díaz recibe así el primer gran bofetón a su proyecto de frente amplio que aspira a nutrirse de votantes de Podemos y el PSOE, sí, pero también de ERC o EH Bildu. Los independentistas y el PNV dicen seguir apostando por el Gobierno de coalición, pero las heridas que deja el debate de ayer abren no pocas dudas.

Los socialistas navarros estaban llamados a ser otra vez los ‘paganos’ de las necesidades nacionales del partido. Sánchez había prometido a la dirección de UPN renunciar a reprobar esta semana al alcalde de Pamplona, el regionalista Enrique Maya, por unas declaraciones sobre violencia y menores inmigrantes, a cambio del ‘sí’. La decisión de los dos diputados de no respetar el acuerdo libera al compromiso y abre otra seria crisis en UPN.

Si lo ocurrido es el anticipo de un giro al centro de Sánchez está por ver. Lo que sí parece claro es que el presidente está relativamente cautivo de independentistas y nacionalistas. Que si él pierde, estos también. Tan claro como que Sánchez sólo tiene un socio por el que está dispuesto a casi de todo. Se llama Bruselas. Y no parece un mal aliado.