Lo que se pueda

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 03/01/15

· No debe ser fácil controlar un partido exitoso desde que nace, y menos cuando su crecimiento desborda las precauciones de sus fundadores.

La elección de los responsables locales de Podemos concede visibilidad a la presencia de dicha organización en la proximidad de los ciudadanos. Pero ante todo ha permitido conocerse a los que se han inscrito y han participado en las votaciones, secundando unas u otras planchas. Nuevas caras y nuevos nombres encarnan la base de la pirámide. Es de suponer que el paso siguiente, el nombramiento de los dirigentes autonómicos, se convertirá en la prueba definitiva a la que la nueva formación se enfrenta para adquirir cuerpo, experimentar los efectos de la pugna doméstica y demostrar hasta qué punto la democracia interna cuenta en Podemos con una referencia distinta a la de los demás partidos.

El hecho de que ni siquiera una tercera parte de los inscritos se haya sentido motivada para votar a sus responsables locales constituye una seria advertencia de que la nueva realidad política es también de este mundo. Las desavenencias sobre hasta qué punto el sistema electoral interno propicia el libre concurso de los candidatos o, por el contrario, consagra un modelo mayoritario de control de los resultados vienen a recordar que todas las organizaciones tienden a orillar a las minorías discrepantes.

Debe ser complicado gestionar los intereses de un partido al que se le supone un éxito seguro incluso antes de constituirse como tal. Desde el primer momento el núcleo fundacional se mostró receloso de que los arribistas procedentes de grupos organizados desembarcaran en la suya, o que las ansias de medrar en las instituciones colonizaran las listas electorales para los ayuntamientos. Pero tales prevenciones no denotan una preocupación ingenua por evitar que la nueva alternativa nazca contaminada de resabiados de otras experiencias políticas o de personas que alberguen intenciones aviesas. Reflejan más bien un propósito de control sobre la organización consecuente con su desafiante objetivo de alcanzar el poder primero para después operar los cambios que a su entender requieren la política, las instituciones y la economía en España. La idea de un Podemos inmarcesible y virtuoso frente a la podredumbre de la casta y la insignificancia de los grupúsculos de izquierdas solo se sostiene sobre la convicción de que los guardianes del proyecto tienen la responsabilidad de hacer partícipe del mismo únicamente a aquellos que se suman con el menor afán crítico o, si acaso, a aquellos que resulten más bien inofensivos.

Es lógico que quienes se muestran absolutamente implacables en el juicio a los demás se tomen tan en serio la tarea de amurallar su propio recinto y de impedir incursiones sospechosas. Es la lógica del sectarismo; del prejuicio convertido en factor de cohesión interna. Podemos aparece como un empeño insobornable y, a la vez, como un fenómeno social y político de imprevisibles efectos. Es la suma de todas las indignaciones que concurren en la sociedad española y, al mismo tiempo, el foro sujeto a un control que se diferencia solo en los modos del ‘hiperliderazgo’ dirigista que ha caracterizado a los partidos tradicionales en sus momentos de éxito. Pero aunque el control interno guarde relación con el objetivo de «alcanzar el cielo por asalto» –en palabras de Pablo Iglesias-, y no haya mejor estrategia para hacer realidad una férrea cohesión interna que dibujar un abismo insalvable entre ‘nosotros’ y ‘los otros’, el encanto del nuevo artificio político podría acabar en llamas a poco que comiencen a encenderse unos cuantos fuegos. A poco que se demuestre que Podemos no es tan distinto comparado con las demás siglas. Que, como los demás, está obligado a conformarse con ‘lo que se pueda’.

El núcleo fundacional de Podemos ha logrado transmitir la sensación de que ellos administran el tiempo de maduración de su partido. Que éste no está en condiciones de afrontar con su propio nombre los próximos comicios locales, pero sí dispuesto a participar en plataformas que sintonicen con su ideario, siempre que las mismas no degeneren en una subasta de puestos en la lista entre partidos políticos sin posibilidad de obtener concejales por sí solos. Lo que puede presentarse como una actitud razonable de precaución e incluso de generosidad apunta más bien a una deliberada exploración del terreno sobre el que Podemos trataría de prepararse para alcanzar La Moncloa en las próximas generales. Esa presencia aparentemente diluida de la formación de Pablo Iglesias en las candidaturas municipales confiere al fenómeno una dosis añadida de imprevisibilidad. Aunque incluyendo también la eventualidad de que tal dilución no sea del agrado de los guardianes del proyecto en cuanto a sus resultados finales.

Podemos se ha beneficiado hasta ahora de un estatus excepcional para cualquier partido recién nacido: que su autoridad y la de sus fundadores no se ha visto contestada por grupos y sectores que parecen compartir una sensibilidad similar. Pero la chispa puede surgir precisamente del afán de control ahora y del propósito de encauzar sus votos y los de sus aliados a favor de las candidaturas que Podemos conforme de cara al asalto final de las generales. No debe ser fácil para los fundadores gobernar un partido exitoso desde que nace, cuando ya ha crecido hasta hacerse presente en 770 ciudades y pueblos con una media de diez candidaturas para la elección de los responsables locales en cada sitio. A pesar de todas las cautelas, hay siempre algo que queda fuera de control.

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 03/01/15