Hay que rechazar la sacralización de la mayoría, que en democracia es un instrumento al servicio del marco político consensuado. El que piense en reformas de calado, como las de esta legislatura, camina hacia el desastre colectivo, mucho más si son de discutible legalidad. Sólo queda que en la próxima legislatura se vea la necesidad del pacto de legislatura o la gran coalición.
Y lo que puede volver si no somos capaces de ver, por mucha fobia que tengamos a la derecha, por muchas disculpas que le dediquemos al que nos ha gobernado –era un candidato que se encontró con el cargo, ha tenido buena voluntad, bastante ha hecho con aguantar en minoría toda una legislatura…- el deterioro político y la erosión del Estado hasta en los detalles más cotidianos. En este sentido se podría decir que es una legislatura que acaba con la inauguración de unos trenes de alta velocidad que llegan con retraso. Lo peor es que hasta la frase tiene un cierto regusto de resignación, pues de todos es sabido que la España de antes era una España resignada de color sepia con retrasos de todo tipo, y el de los trenes una referencia poética al mismo.
Es cierto que hemos convertido a una división de soldados en bomberos, cuando los compromisos internacionales de carácter militar carecen de efectivos para ser operativos como en Afganistán. Pero es que el antimilitarismo va por ahí, como el de todos los jóvenes rojillos o anarquistas de vieja cepa a los que la sociedad española, que recordaba los impulsos antimilitaristas que orquestaban a la postre grandes guerras, había mirado con precaución y recelo hasta hace muy poco. Porque aunque ustedes no lo crean la política de relaciones exteriores tiene que ver mucho con la militar, y las dos al final hasta repercuten en el precio de la cesta de la compra y en el del surtidor de gasolina. Al final el que tiene que ir primero a visitar a los soldados, después de que lo hayan hecho Sarkozy y Prodi, es el rey con sus setenta años a la espalda.
Hemos arribado en muchos aspectos a una España libertaria en la que hay que quedarse sentado ante alguna bandera que otra, pero donde las periféricas son sagradas precisamente en el triunfo del laicismo militante de esencia religiosa. Donde está bien visto y es correcto el radicalismo del nacionalismo periférico, alentándolo por consiguiente, con manifestaciones como la de Euskal Herria y Catalunya en San Mamés. La orgía nacionalista de San Mamés hay que tomarla como el resultado visual de la mínima defensa del proyecto en común, España, tras la concesión al nacionalismo de un modelo confederal que muta la Constitución mediante la aceptación del Estatuto catalán que luego la ciudadanía no refrenda con ningún fervor. Una legislatura en la que hasta sosegadas autonomías han acabado sumándose a la carrera del yo tanto como la que más, acrecentando, a su vez, como si estuviéramos en una parodia de las Cortes de Cádiz y las juntas provinciales, una enorme imagen de desgobierno.
Y acaba la legislatura, además de con la conciencia de que la crisis económica ya está aquí, con un fracaso en una aventura llamada proceso de paz. Es decir, el fracaso de la negociación con ETA. Que fracasó puesto que desde un principio se hizo todo lo posible para que fracasara dándole ínfulas a ETA con la resolución del Congreso y los elogios a los interlocutores necesario y a sus hombres de paz. En esos momentos de juvenil entusiasmo pacifista se daba la impresión de que el problema residía en los que criticaban cómo se estaba desarrollando el encuentro con ETA, no en ETA. Se sugería que el problema político era el PP, no ETA, con su crispación y su utilización partidista del terrorismo, olvidando que el PP cedió al Pacto Antiterrorista aún teniendo la mayoría absoluta a petición del PSOE que en un momento determinado decidió cambiar de estrategia en cuanto busco con ahínco el apoyo de otros aliados.
Pareció dibujarse al socaire del la negociación con ETA un desplazamiento del marco político, donde entraban todos los nacionalistas, donde entraba IU, donde podría entrar la propia ETA, pero donde el PP se quedara en offside. Desde la negociación con ETA y los cambios estatutarios se crearía el nuevo sistema político que daría fin al de la transición y que garantizaría, con el fuera de juego del PP, el poder para muchos años. Quizás en lo que no se era consciente es que el nuevo marco era inviable y por lo tanto fracasaría, como ha fracasado en parte, pero su resultado actual es que ha hipotecado a la política española en su futuro, obligándola a enfrentarse a las concesiones confedérales que ha otorgado a la periferia, salvo que se esté dispuesto a dividir en diferentes estados el espacio político español.
Las elecciones, en este gran despiste social, las puede ganar cualquiera, pero la solución a los problemas causados en esta legislatura los tenemos que resolver entre todos, al menos entre todos en los que creemos en la democracia y que ésta sólo es posible sobre una nación llamada España. Es decir con la colaboración de los dos partidos fundamentales, el PSOE y el PP, porque sin la participación de los dos partidos importantes no hay tal solución.
Habría que rechazar la sacralización de la mayoría, sacralización que comparten hoy curiosamente Ibarretxe y Zapatero. Sacralización que se suele producir cuando esa mayoría, curiosamente, es más pequeña que nunca –demostrando que tiene mucho más que ver con la última maniobra a la desesperada para mantenerse uno en el poder que en la validez teórica de esa sacralización-. Sacralización de la mayoría precisamente en el momento que se ha sustituido, por capricho del partido, o de los partidos, la sacralización de la ley, de la Constitución, por el instrumento de la mayoría. La mayoría no resuelve nada si su resultado rompe el marco legal –que este sí es sagrado-. La mayoría es en democracia un instrumento al servicio del marco político consensuado, el que piense en reformas de grueso calado, como las que hemos vivido en esta legislatura, arropado en mínimas mayorías, camina hacia el desastre colectivo, mucho más si dichas reformas son de discutible legalidad.
Ante los varios y diversos disparates cometidos sólo queda que en la próxima legislatura se aprecie la necesidad, y posterior aplicación, del pacto de legislatura o la gran coalición. Si no seguiremos con retrasos en los AVE, los militares jugando al Álamo por ahí afuera, las orgías nacionalistas en San Mamés -donde la directiva del Athletic no se ha sumado ni a un minuto de silencio en homenaje a las víctimas del terrorismo para no politizar el campo-, los de ETA, a pesar de las detenciones, observando con precisión la debilidad de nuestro Estado, y, por consiguiente, ajenos a la necesidad de su liquidación. Los nacionalistas eufóricos y acelerados, mandando al paro, como a Imaz, a los pocos sensatos que aparecen, puesto que se está primando la radicalidad. Hasta que no se de la imagen de una nación con su Estado los trenes llegarán con retraso.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 8/1/2008