ABC 15/09/16
LUIS VENTOSO
· … y por desgracia jamás se atreverán a hacer
CON la venia, voy a hablar de la cansina turrada separatista, por la sencilla razón de que es un problema gravísimo, el único que podría provocar a medio plazo el fin de mi país. Nuestros tertulianos se han mostrado aliviados tras la pasada Diada, por dos motivos: hubo menos gente en la manifestación ritual que promueve el poder nacionalista y el presidente catalán ha descartado convocar un referéndum a la brava. Pero en esa jornada hubo algo más. Puigdemont se reunió con los corresponsales extranjeros y se ufanó ante ellos de que ya tiene en marcha sus leyes para romper España, una sedición que con esa fascinación por el eufemismo que los caracteriza llaman «la desconexión».
El presidente de la Generalitat es la primera autoridad del Estado en Cataluña. El hecho de que pregone que trabaja –¡y legisla!– para destruir tal Estado y no le ocurra nada causa desolación y asombro. Y más en un país donde la renuncia de Barberá, en efecto muy tardía, suscita un estruendoso escándalo, pero donde encajamos plácidamente que Puigdemont promueva un golpe de Estado a cámara lenta sin que la Justicia o el Gobierno tomen medida alguna contra él (por no hablar del psicodélico líder del PSOE, que ya fabula con okupar La Moncloa apuntalado por independentistas y comunistas).
¿Qué se ha conseguido tras tres décadas de comprensión, palanganeo y entreguismo con los nacionalistas? Pues solo que hayan ido a más, hasta llegar al actual desafío frontal al Estado. Los nacionalistas leen el buenismo como lo que es: debilidad, facilidades para avanzar hacia lo único que colmará su letanía victimista, que es fundar un nuevo Estado a costa de España y la soberanía del pueblo español.
No nos engañemos: la única manera de frenar un nacionalismo es confrontarlo con otro sentimiento nacional también valioso, que pueda seducir a los ciudadanos. Y eso sólo puede inculcarse desde la escuela, la cultura y los medios. Pero España ha entregado las riendas de la educación a las comunidades, carece hasta de Ministerio de Cultura, cuenta con unos intelectuales de izquierda a los que la palabra patriotismo les da repelús y ha tolerado la creación de unas elefantiásicas y deficitarias televisiones regionales; en el caso catalán, una incansable máquina de predicar xenofobia y odio a España.
¿Qué habría que hacer para evitar la ruptura del país a medio plazo? Pues algo evidente y políticamente incorrecto, pero que apoyarían la mayoría de los españoles: poner de acuerdo a PSOE y PP y recuperar ya para el Estado las competencias de Educación y Justicia. No lo harán. Sánchez, porque enfermo de egolatría cultiva la felonía con su nación. Rajoy, porque es un gestor, no un reformador. ¿Tendrán los siguientes, Feijóo y Susana Díaz, la presencia de ánimo y el patriotismo necesarios para tomar la decisión crucial para revertir la deriva? No lo creo. Por eso un independentismo que vemos chusco, casi fallero, tiene el tiempo de su parte. Ellos jamás cejarán, mientras que nosotros divagamos sobre consensos imposibles, o consideramos plúmbeo y facha algo tan básico como defender el derecho a conservar nuestro país.