- Sánchez ha hecho de la Mareta su Camp David. Por allí deambulan sus peones, Illa, Marlaska, Zapatero…muditos y en alpargatas
Illa en zapatillas, pero no en las Marismillas, que rimaba aunque no toca. Las Marismillas son para el invierno. Ha sido en La Mareta, en Lanzarote, donde se ha paseado fugazmente con Pedro Sánchez en un escenario de mercadillo. El recién investido presidente de la Generalitat aparecía casi irreconocible, flequillo juvenil, pantalones de loneta claritos y camisa blanca. También lucía unas zapatillas de deporte Zurich, esa marca frecuentada por indepes y domingueros de provincias.
Su anfitrión lucía bermudas con bolsillo, polo blanquito y alpargatas de pensionista. Su estilista tiene que pasarlo mal con un cliente tan hortera. Recordemos sus ternos azul eléctrico o berenjena de esta temporada.
Mal día eligió Illa para desprenderse de su habitual look de sepulturero de spaguetti western. Se cumplía el séptimo aniversario del atentado de las Ramblas, 16 muertos (un niño de tres años, Xavi) y más de 250 heridos. Era fecha para asistir al homenaje de recuerdo a las víctimas. Por primera vez un presidente de la Generalitat no estuvo presente. Acaba de llegar y ya la pifia. Aún no asamos y ya pringamos.
Optó por calzarse sus zapatillas modernis y acudir presto a la llamada de La Mareta. ¿Tanto urgía? ¿No pudo retrasar 24 horas el viaje? «Está de vacaciones», fue la escueta respuesta oficial, como un santo y seña sagrado. Sánchez también lo está. Lleva ya tres semanas oculto, silente, abstraído en sus reflexiones, incapaz incluso de remitir alguna misiva a su parroquia. Colgó algún tuit de felicitación a los deportistas cuando los Juegos y, este lunes, un escueto pésame a la familia del niño asesinado en Mocejón. Ni palabra del numerón de Puigdemont, ni del cuponazo catalán, ni del fraude sangriento de Maduro. Ni siquiera una frasecita sobre la inmigración, estando como está en el epicentro de la emergencia. Casi 20.000 ilegales han llegado al archipiélago en lo que va de año, casi un 170 por ciento más que el anterior, que ya fue récord. Tan escasamente le conmueve el problema que no ha tenido a bien recibir a Fernando Clavijo, presidente de la Comunidad atormentada, en estos largos días de asueto. Lo hará, gentilmente, este viernes, apenas un día antes de volver a Moncloa. El dirigente de Coalición Canaria, tan severamente humillado, debería recurrir como saludo a aquella frase de Le mépris de Godard: «Te desprecio y me das asco». Y adiós. No hay…
Hizo llamar también a su palacete (que es nuestro) al ministro del Interior, otro espíritu desaparecido bajo el sol. Posiblemente abordaría con él este asunto de los inmigrantes que empieza a convertirse en enorme debate nacional y que quizás le ocupe algunos momentos de su agenda por Mauritania, Gambia y Senegal, una gira que emprende el próximo lunes, sin concederse un minuto para apenas poner el pie en la Moncloa. En Mauritania ya estuvo hace seis meses. No es que le preocupe demasiado el flujo de inmigrantes que llega desde allí a nuestras costas y aeropuertos, con ser abundante. Es que su cuñada, la esposa del presunto músico, ha sido contratada por la ONU para liderar un proyecto en ese país y al que el Gobierno español ha contribuido ya con medio millón de euros, por el momento.
Todo se desarrolla intramuros, con un hermetismo obsesivo y un despliegue de seguridad abrumador, casi tan excesivo como el de la señora cuando acude al juzgado
Sánchez ha convertido La Mareta en su particular Camp David. Como le aterra salir por España, donde no puede pisar la calle sin cuatro férreos anillos de seguridad, congrega a sus peones en Lanzarote donde no hay cámaras ni fisgones. Además de con Marlaska, allí ha mantenido largas conversaciones con Illa y por allí intriga con asiduidad Rodríguez Zapatero, que tiene casoplón en la isla y que es visita frecuente en las dependencias presidenciales. Todo se desarrolla intramuros, en un ambiente de hermetismo enfermizo y pavor por la transparencia.
Dos asuntillos le preocupan al veraneante de cara a la rentrée. Los casos Begoña y hermanísimo, así como el gran apaño fiscal con los independentistas para amarrar el voto del que depende su continuidad. De lo primero tiene encargado a Félix Bolaños, ministro de Justicia, nadie mejor para perseguir, hostigar, amenazar y amedrentar a los jueces. En ello está. Cuenta con el concurso de Óscar Puente, el dinamitero del ferrocarril, especialista en rebuznos y bufidos, siempre incandescente como el asfalto de Georgia, dirían en Corazón salvaje. El magistrado Peinado no se arredra. La instrucción sigue su curso. Bolaños ha de atender, en paralelo, al pulso por la presidencia del CGPJ y el relevo de Marchena en el Supremo, dos pasos clave para la continuidad del Estado de derecho, ya mortecino.
Tan ferviente cumplidor de los Mandamientos no debería proclamar tal cúmulo de falsedades como las que prodigó en su mensaje de asunción al primer sillón de la Plaza de San Jaime
Del cuponazo catalán habla con Illa, en zapatillas, que dejó plantadas a las familias de La Rambla y viajó a las islas con su esposa, la recatada Marta Estruch, gran amiga de Begoña dicen los cronistas catalanes. Desde la perspectiva socialista, mala venta política tiene el acuerdo fiscal, incluso entre los suyos, que se revuelven cobardones ante el malestar que produce entre sus gentes. «Quien quiere comer aparte es que pretende una ración más grande», sentenciaba el ladino García Page. Al cabo, se trata de favorecer a los más ricos y saquear a los más pobres Desde el punto de vista cristiano, cual es el caso del presidente de la Generalitat (devoto practicante, paseante de conventos, feligrés impenitente, fan de Bergoglio) quizás aún se entienda menos este apaño que poco tiene que ver con la doctrina de la Iglesia sobre los desfavorecidos, el camello por el ojo de la aguja y todo lo demás.
O su determinación para desterrar el castellano del ámbito público y más allá. ¿Acaso quienes no tienen el catalán como lengua materna no merecen la gracia divina, pío Illa?
Tan ferviente cumplidor de los Mandamientos no debería expeler tantas falsedades como las que prodigó en su toma de posesión, una apoteósica sesión de fariseismo. Así, por ejemplo, hablar de que su abrazo con ERC significa ‘la consagración de la España plurinacional’ cuando tal cosa ni figura en la Constitución ni nadie la ha votado. O su determinación para desterrar el castellano del ámbito público y más allá. ¿Acaso quienes no tienen el catalán como lengua materna no merecen la gracia divina, pío Illa? O ese expolio fiscal a las regiones pobres para favorecer a una Cataluña, que lleva «años mamando de las ubres de la nación», como dijo Menéndez Pelayo.
Algo chirría, mosén Salvador. Tendrá que incrementar sus visitas al confesonario, peregrinar de hinojos a la Moreneta o incluso postrarse de nuevo a los pies del Santo Padre que tanto afecto le dispensa. Mucho por perdonar. Quien abandonó el ministerio de Sanidad en plena tercera ola de la pandemia para concursar en las elecciones autonómicas apenas merece más confianza que un alacrán. «El hombre de los velorios», como lo llamaría González Tuñón, es un consumado farsante incluso en zapatillas.