ABC-IGNACIO CAMACHO

Sánchez ya sabe que su mandato tiene fecha de caducidad temprana. Si no la fija él lo hará Puigdemont desde Alemania

EL Gobierno bonito de Sánchez puede acabar como empezó, por sorpresa. Ningún político responsable, por atrevido que sea, puede ir muy lejos en compañía de unos fanáticos de la independencia. Tal vez haya un separatismo posibilista, partidario de rebajar la tensión para que se consolide un poder de izquierdas siempre más favorable a sus objetivos y a su estrategia; pero incluso si tal cosa existe, depende de Puigdemont aunque no quiera. Simplemente porque ellos mismos lo han convertido en un tótem, a base de reverenciar su fuga como una epopeya, y ya no hallan modo de controlar a un personaje que se ha creído una leyenda viviente, un mito de la resistencia. Un fantasmón al que el presidente no sólo le otorgó la llave de su ascenso al poder sino la de su permanencia, unciendo así su propio destino a un delirio ajeno de megalomanía aventurera.

El último fin de semana, Puigdemont ha ejecutado en su partido un golpe de mano con el mando a distancia. Se ha cargado el intento de reducir su influencia y ha liquidado cualquier tentación pragmática. El mensaje es nítido: la ruta independentista la marca él desde Alemania y no hay otra legitimidad que su ensoñación de ruptura republicana. A partir de ahí, toda sugestión de pensamiento ilusorio queda evaporada, destruida, y Sánchez ya sabe que sus circunstanciales aliados van a volver en cualquier momento a las barricadas. Es decir, que su mandato tiene fecha de caducidad más bien temprana. Es el problema de gobernar España apoyándose en unos tipos empeñados en desintegrarla.

Todavía puede tomar la iniciativa y convocar las elecciones –acaso junto con las andaluzas– a la vuelta del verano, sin esperar a que el nacionalismo rechace su intento apaciguador con estruendo calculado o Torra se le anticipe y llame a las urnas en Cataluña por orden de su señor y amo. Ahora mismo el PSOE goza de ventaja en las encuestas y sus adversarios no han acabado de adaptarse al nuevo marco; Podemos tiene a su líder de baja, Ciudadanos rumia su desconcierto y el PP está literalmente en cuadro, pendiente de adaptarse a su flamante liderazgo. Sánchez no volverá a encontrar a sus rivales en un estado tan precario. Aún dispone de coartadas porque no ha debido asumir ningún fracaso, pero es imposible sostener mucho tiempo una política de gestos propagandísticos sin hechos de respaldo.

Ayer, la portavoz Celaá dijo que el Gabinete no aguantará «más allá de lo razonable». Un criterio sensato que faltó para tomar el poder de por la puerta trasera, sin mayoría estable y sin otro programa que el de tirar para adelante. No era razonable organizar un Gobierno apoyándose en los golpistas catalanes. No era razonable dinamitar la legislatura para utilizar el Estado como plataforma de intereses electorales. En política, la razón está de parte del que más votos saque y ése todavía no ha sido nunca Pedro Sánchez.