Javier Ayuso-El País
Hoy, por fin, hay convocado un pleno en el Parlamento de Cataluña. Sus señorías van a tener la oportunidad de debatir (o no) e incluso de votar algo. Todavía no se sabe con detalle qué van a votar y si las propuestas entrarán en el terreno de la realidad, de la simbología o de la pura provocación. Llevamos meses en los que la política catalana transcurre por unos derroteros más cercanos a la ficción que a lo real.
Los tres partidos del bloque independentista llevan semanas anunciando acuerdos que luego se quedan en nada, mientras el expresidente de la Generalitat sigue manejando los hilos desde Bruselas, adonde se fugó para no ser detenido y juzgado. Superando todos los límites del surrealismo, Carles Puigdemont ha querido ser investido por vía telemática o a través de un ventrílocuo; y, tras darse cuenta de que no era posible, ha planteado la vía simbólica. La misma que han utilizado buena parte de los secesionistas imputados para intentar evitar el juicio.
En medio de los ejes de lo real y de lo simbólico, volvió a aparecer el martes la vía de la provocación. La CUP puso como condición para apoyar una investidura que se ratifique la declaración de independencia. Es decir, que se vuelva a provocar una ilegalidad similar a la que motivó la aplicación del artículo 155 de la Constitución. ¿Se votará hoy otra DUI, real o simbólica? ¿Cruzará Roger Torrent, presidente del Parlamento, la línea roja de la Ley como hizo su antecesora imputada?
Llevamos demasiados meses con más preguntas que respuestas, mientras Cataluña sigue sufriendo los efectos del separatismo. Además del estancamiento económico y de la salida de empresas, Barcelona ha perdido ya la sede de la Agencia Europea del Medicamento y está poniendo en peligro la continuidad del Mobile World Congress. La pataleta de Torrent y de la alcaldesa, Ada Colau, de no acudir a la línea de saludo del Rey, unida a las manifestaciones en la calle, además de ser una provocación inútil supone tirar piedras contra su propio tejado.
A pesar de que las encuestas confirman que el independentismo está perdiendo fuelle, existen en Cataluña un buen número de secesionistas a tiempo parcial. Son personas y grupos emboscados (Podemos, por ejemplo) que a veces se quitan la careta y apoyan sin reparos al separatismo. Y luego están los equidistantes, que se ofenden desde sus púlpitos, sus redes sociales o sus micrófonos cuando se cuenta lo que está pasando en Cataluña. Pero esa es otra historia.