Miquel Escudero-El Correo
En su novela ‘Los hermanos Karamazov’, de fascinante lectura, Dostoyevski escribió muchas frases jugosas. En particular, este párrafo nos pone frente a un espejo: «El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega al punto de no distinguir la verdad ni dentro de él, ni a su alrededor, y así pierde todo respeto por sí mismo y por los demás». Claro que cuando se pierde el respeto y la consideración por la dignidad de cada ser humano, solo nos aguarda toxicidad y extravío.
Activa reivindicadora de los derechos de los homosexuales, la periodista Elena Kostyuchenko concluye su libro ‘Amo a Rusia’ con unas preguntas que llaman a ser realistas y no ilusos: ¿Acaso puede la palabra resistir a una tiranía armada? ¿Puede la palabra detener una guerra? ¿Puede la palabra salvar a un país?
Las tres tienen una misma respuesta rotunda, desgarradora, desesperanzada: No.
Yo creo en el poder de la palabra, pero una tiranía armada la siega sin contemplaciones. El director de ‘Novaya Gazeta’ (diario en el que trabajaba Kostyuchenko) recibió en 2021 el premio Nobel de la Paz. Pero pocos meses después, un tribunal anuló su licencia de medio de comunicación. Ya no existe en Rusia.
Se precisa madurez para enfrentarse a las metas que fueron posibles, pero que ya no podrán ser. Para resignarse a la pérdida y preparar lo mejor posible, en la idea de que la esperanza es lo último que se pierde; siempre hay que dejarle un resquicio y apurar las probabilidades que haya. ¿Y qué pasa cuando se pierde la esperanza por una larga temporada? Entonces solo nos queda tener respeto a la dignidad humana: sin este respeto no valemos absolutamente nada.