- De haber recibido órdenes de detener a Puigdemont, el CNI, la Policía Nacional y la Guardia Civil lo habrían localizado e interceptado de tacón
En el sopor del ferragosto todavía colean los ecos de la saga-fuga de Puigdemont, que nos mostró ante el mundo como el Estado de tebeo que probablemente ya somos.
Del ministro del Interior no sabemos nada al respecto. Silencio. Está de vacaciones, como todo el Gobierno, no sabemos si solazándose en la onerosa dacha que se ha comprado en El Escorial o en algún destino exótico.
Da un poco igual, porque al ministro del Interior, de 62 años, todo le resbala, menos seguir en la berlina oficial. Hace gala de una efigie de hormigón armado. Se trata de un juez que ahora señala a los jueces para adular a su jefe. Ha sido reprobado tres veces en sede parlamentaria, dos por su infame gestión del asesinato de dos guardias civiles en Barbate y una por su falta de humanidad y su cascada de mentiras ante la tragedia de 2022 en la valla de Melilla, donde se vio a las claras que los derechos humanos se la refanfinflan al sanchismo cuando colisionan con su sumisión a Marruecos (o con su vidriosa relación con la dictadura venezolana). En realidad Marlaska ya debió haber sido cesado el día que degradó ilegalmente a Pérez de los Cobos.
El juez Llarena ha pedido explicaciones a Interior por el circo del paseo de Puchi por Barcelona. Marlaska ha ordenado desde alguna tumbona que envíen al magistrado un desganado informe sin firma. La versión de Interior carece de lógica. Empiezan diciendo que se lavaron las manos porque toda la competencia recaía en la Policía catalana y acaban explicando que una vez que Puchi se dio el piro, Interior montó un dispositivo policial para intentar pillarlo (ergo se podía haber actuado desde el principio). Consumada la fuga se acometió un pequeño simulacro de control de algunos pasos fronterizos, pero sin ir más allá de lo habitual y dejando dos provincias limítrofes con Francia sin cubrir. De haber recibido órdenes de detener a Puigdemont, el CNI, la Policía Nacional y la Guardia Civil lo habrían localizado e interceptado de tacón.
Para saber qué ha ocurrido con Puigdemont no se requieren las células grises de Poirot, ni la sagacidad desgarbada del teniente Colombo, ni el cerebro de diamante de Holmes. El fondo del asunto lo ve hasta un parvulito. Puigdemont anunció previamente con todo detalle que vendría y los Mossos y el Gobierno de Sánchez acordaron con la gente del prófugo hacerse los locos y dejarlo entrar y salir. Así de sencillo.
Despertemos: los Mossos son una policía política del separatismo catalán y Sánchez es una marioneta que debe su poder al fugitivo. ¿Cómo lo van a detener? Se dio la orden de inhibirse y los jueces Marlaska y Margarita, que hace tiempo que han antepuesto sus cargos a los principios, evitaron ayudar al Supremo en su afán por cumplir la ley y detener a Puigdemont.
Salvador Illa, que cada día se afana en confirmar que es todavía peor de lo que creíamos, pide que se deje a los Mossos «fuera de la confrontación política». Debe haberse pasado a la comedia, porque este asunto es pura política: Puigdemont se ha paseado como le ha dado la gana porque en España el Estado está a la fuga en dos regiones por la culposa abulia de los sucesivos Gobiernos de la democracia y por el rejón final de un PSOE que ya no tiene más patria que sus cargos. No busquen, que no hay más.