Lobo y Pablo

EL MUNDO 05/08/16
JORGE BUSTOS
EL DÍA exacto del pasado enero en que estrenaba despacho, un diputado de Ciudadanos encendió su ordenador, abrió el correo y leyó el mail que le remitía un padre angustiado de Ceuta. A su hijo Pablo de cinco años, diagnosticado de autismo, la ley no le permitía repetir el último curso de infantil en su escuela antes de pasar a primaria, sino que lo obligaba a ingresar en un centro de educación especial. Lo mismo aducían los profesores: no se hace la norma para el caso particular, y pocas particularidades hay tan clamorosas como un niño con capacidad de seguir aprendiendo en una clase digamos regular pero no la suficiente como para cambiar de ciclo con los demás chicos de su edad. El padre de Pablo no se engañaba respecto de las facultades de su hijo: sabe que acabará formándose entre chavales con Asperger; pero ganar un año se le antojaba determinante para su desarrollo cognitivo; tan determinante como someterlo al régimen general y truncarlo definitivamente. Libraba una batalla legítima contra el tiempo y contra la ley, que no son los adversarios más fáciles del mundo, y desesperó lo bastante como para ignorar los celtíberos cacareos de la ideología y exponer su caso a representantes de todos los partidos. Fue el diputado de C’s el que reaccionó. Estrenó función al tiempo que despacho.

Su primer impulso fue el de hacer una nota de prensa, denunciar la insensibilidad del PP –mayoría absoluta en Ceuta, el BOE en Madrid–, hacer caja política, en suma. Luego reflexionó. Y entendió que la mejor forma de cronificar el problema de Pablo era politizarlo; es decir, levantar la consabida carpa del circo mediático y aplicarse al numerito del domador y la mujer barbuda, que sería Rajoy, claro. Pero esta vez no. Pidió una cita discreta con el ministro Méndez de Vigo y le explicó el asunto. La competencia educativa, en el caso de las ciudades autónomas, cuelga directamente del Gobierno. El ministro tardó muy poco en estampar su firma en una orden ad hoc para sortear el vacío legal que impedía al chico de cinco años de Ceuta repetir curso. Méndez de Vigo le reconoció al diputado naranja su labor, y el derecho a atribuirse el mérito, pero el diputado se dio por bien pagado con la emocionada carta de gratitud del padre de Pablo, que había vuelto «a creer en la política». Este septiembre, el niño ceutí volverá a su colegio de siempre y no verá malogrado el justo alcance de su crecimiento por culpa de las flamígeras plumas de pavo del postureo partidista. Cuento todo esto, que no debería, porque sospecho que la causa mayor del bloqueo institucional es la fluidez mediática. Sospecho que para la democracia, como para el tránsito intestinal, la obstrucción resulta tan preocupante como la liquidez excesiva. Llevamos siete meses informando puntualmente de la nada, y quizá no hay nada por la funesta manía de informar puntualmente. España carece aún de Gobierno porque sus líderes, rehenes de campanudos posicionamientos, carecen de la ejemplar discreción de algunos de sus propios diputados. Sólo espero que ahora que despunta un tímido diálogo, nuestros políticos tengan el buen sentido de tratar por todos los medios de que los periodistas no se enteren de nada hasta que todo esté atado y bien atado, mientras los periodistas tratamos por todos los medios de enterarnos mucho antes. Perú empieza a joderse cuando intercambiamos esos papeles. Y la política circense ha podido dar su nombre a Lobo, pero no fue la que dio su aula a Pablo.