Cuando el adversario carece del menor escrúpulo y es un táctico habilísimo hay que ser imaginativo y saber asumir riesgos
Es conocido que uno de los defectos estructurales profundos del sistema político e institucional diseñado por los constituyentes de 1978 es que abre la puerta a la transformación de nuestra monarquía parlamentaria en una partitocracia, es decir, la colonización de los órganos constitucionales y reguladores, de las entidades de la sociedad civil, de los medios de comunicación públicos y privados e incluso de la justicia, por los partidos, que se reparten por cuotas proporcionales a su representatividad el control de instrumentos de poder que deberían estar libres de sus zarpas en una democracia operativa y saludable. El llamado sanchismo ha llevado esta lacra a su paroxismo con incontinente descaro.
Este enfoque partitocrático de la vida pública se extiende incluso a la lógica, herramienta de análisis indispensable para abordar correctamente los problemas y darles solución. Un ejemplo reciente ilustra este preocupante fenómeno. Por primera vez en cuarenta años en el Parlamento de Cataluña la suma de los escaños nacionalistas, hoy separatistas, no alcanza la mayoría absoluta. En efecto, la suma de diputados del PSC, PP y Vox es sesenta y ocho en una cámara de ciento treinta y cinco señorías -siendo lo de señorías en bastantes casos una descripción optimista de la realidad-. A partir de esta configuración del hemiciclo del Parque de la Ciudadela, la primera actuación de los distintos grupos es la elección de la Mesa, presidente, vicepresidentes y secretarios de la asamblea. Es ocioso explicar que las competencias de este ente parlamentario son de gran relevancia, dirigir los plenos, calificar las iniciativas y proponer los candidatos para la investidura.
O bien Illa se niega a presentarse o, si lo hace, Junts muy probablemente hace caer a Sánchez en el Congreso. Ambas posibilidades son bastante apetitosas
Pues bien, la lógica dentro de la dinámica constitucionalismo-secesionismo hubiera aconsejado que PP y Vox, previo acuerdo secreto entre ellos y sin exigir condiciones a cambio, hubiesen votado a la aspirante socialista manteniendo oculta esta decisión hasta el día de la sesión constitutiva. Una vez elegida una presidenta no separatista, los golpistas hubieran quedado privados de la capacidad de mangonear los pasos siguientes, manejo de los tiempos y propuesta de candidato a la presidencia de la Generalitat. En esta situación, Puigdemont entraría en gran agitación psicomotriz y Sánchez tendría un serio problema, u obligar a la flamante presidenta del Parlament a renunciar a su puesto, con el consiguiente escándalo, o enfrentarse a la cólera del prófugo. El pseudo doctor enamorado en un brete, no es poca cosa. A continuación, misma maniobra para la designación de candidato a la presidencia de la Generalitat, PP y Vox comunican a la presidenta que su intención es votar a Salvador Illa si se presenta, con lo que aquella no tiene otra opción que darle a su correligionario la oportunidad. En semejante coyuntura, o bien Illa se niega a presentarse o, si lo hace, Junts muy probablemente hace caer a Sánchez en el Congreso. Ambas posibilidades son bastante apetitosas para el centro-derecha; si Illa rehúsa la púrpura, cabe imaginar la reacción de la militancia y los votantes socialistas catalanes al ver esfumarse la felicidad de mandar, ocupar centenares de cargos y disponer de las arcas públicas autonómicas, si Puigdemont liquida al Gobierno sanchista-comunista, miel sobre hojuelas.
Los conejos que brotan del sombrero de la Moncloa
¿Qué han hecho PP y Vox aplicando la lógica partidista en vez de la estratégica? Votar a su propio candidato, con lo que la elección de un presidente del Parlament golpista quedaba expedita. Los argumentos utilizados para justificar esta decisión han sido que no estaban dispuestos a regalar nada a los socialistas, que no se le pueden facilitar bazas a Sánchez y que, en anteriores ocasiones, como sucedió en el País Vasco al elevar a Patxi López a la jefatura del ejecutivo, el PSOE no sólo no había correspondido al gesto patriótico del centro-derecha, sino que lo había maltratado. Se puede señalar al respecto que acontecimientos pasados en contextos muy diferentes a los actuales no tienen por qué determinar acciones del presente y que un movimiento como el descrito no hubiera favorecido a Sánchez para nada, al contrario, le hubiera colocado en una posición muy incómoda en la que cualquier intento de zafarse de esta encerrona le habría acarreado un coste muy alto.
En cualquier caso, hay dos reglas del arte de la guerra que parece que las fuerzas de centro-derecha y de derecha en España han olvidado: sorprender al enemigo y llevar la iniciativa. Cuando el adversario carece del menor escrúpulo y es un táctico habilísimo hay que ser imaginativo y saber asumir riesgos. La política del business as usual y de mera reacción a los conejos que brotan incesantes del sombrero de La Moncloa no funciona y está condenada al fracaso.