David Gistau-El Mundo
EL GOLPE tuvo dos consecuencias beneficiosas que casi arreglaron algunas distorsiones debidas al complejo de culpa posfranquista que España arrastra desde la Transición. Por una parte, el independentismo, retiradas las credenciales progresistas, por fin fue expuesto como lo que es: un engendro supremacista, una regresión decimonónica, carlista, que en Europa sólo encuentra la complicidad de las pandillas ultras, desde Flandes a la Padania. Por otra parte, y aunque fuera rebajando el significado demasiado bravo de la palabra España con el adjetivo constitucional, la socialdemocracia por fin comprendió que la bandera nacional está más relacionada con la igualdad y la libertad que la estelada y encontró un acomodo en el que podía defender España sin sentirse por ello facha, o rancia, o anacrónica. Se habría dicho que los independentistas terminarían la Transición y dejarían una nación cohesionada después de descubrirse mejor y más representativa de Europa que en la leyenda negra del eterno franquismo. De repente, en las calles y en los balcones, apareció una sociedad civil como antes sólo fue vista protestando contra el terrorismo o contra otro golpe, éste más pintoresco y mostachudo, el de Tejero.
Esto ya se lo ha cargado Sánchez. Por sus maniobras, por sus acuerdos fáusticos y por una frase inmortal, pronunciada en la sede parlamentaria, por la que toda la culpa fue transferida a la maldad natural de la derecha que, una vez extirpada, no podría sabotear el entendimiento, en el mejor de los mundos posibles, de tantas personas de bien como hay a un lado y al otro del río Ebro. A los contendientes socialdemócratas que se enfrentaron al nacionalismo, uno de los cuales sirve ahora como ministro, corresponde decidir si en verdad, como insinúa Sánchez, su lucha ha quedado deslegitimada porque no fueron sino tontos útiles manipulados por la actual mutación franquista. Al gran periódico orgánico de la socialdemocracia corresponde decidir cuándo tenía razón, cuando ejerció de ganso capitolino contra el nacionalismo o ahora que corrige todas sus contradicciones, incluida la de la guerra a muerte contra Sánchez. Pero hay una parte de la sociedad civil que sigue creyendo que obró bien, que sigue viendo en el nacionalismo el gran enemigo histórico de todo cuanto Europa debe aspirar a ser, y que seguirá movilizada, aunque sea enviada otra vez al otro lado de un cordón sanitario para que no entorpezca los acuerdos con todas las tribus de extramuros de los logreros de Sánchez.