- Page, el caniche a veces disfrazado de pitbull, ladrador, pero no mordedor, cuenta que en una visita con Bono a López Obrador, siendo gobernador de México DF, les dijo: «Odio a los españoles y odio a España; nunca viajaré a España»
Cuando a Sánchez le plantó Anne Hathaway en Nueva York en el premio «He for She», que nos costó un puñado de millones, decidió compensar el fiasco coincidiendo en San Sebastián con Almodóvar; aplausos asegurados. El mayor ridículo, otro, fue de Puente al anunciar a bombo y platillo que la célebre actriz le entregaría el premio. Sánchez buscaba la foto, pero la actriz no acudió. Al fondo, saltaba la crisis con México, iniciada por el inefable López Obrador y reafirmada por su sucesora Claudia Sheinbaum, de familia de inmigrantes lituanos de militancia comunista.
El Gobierno mexicano no invitó al Rey de España a la toma de posesión porque Felipe VI no contestó a una carta de López Obrador en la que, hace unos años, le exigía pedir perdón por la conquista de México. ¿Qué le iba a contestar el Rey? ¿Qué era un ignorante histórico? ¿Aconsejarle leer más y con mayor aprovechamiento? El Rey, elegante y benévolo, no contestó aquella infantil y delirante misiva. Lo de López Obrador es un disparate. ¿Pediremos cuentas a Roma, a Damasco, a París? Me niego a tratar una chorrada con apestoso fondo ideológico.
Los conocimientos históricos de Sheinbaum no son mayores que los de su antecesor. En un comunicado tras la decisión de España de no enviar representación oficial al traspaso de poderes, Sheinbaum afirmó que Tenochtitlán, capital del imperio azteca, se fundó tras la independencia del país en el siglo XIX. Pero Tenochtitlán ya existía en 1325 y Sheinbaum cambia la fecha cinco siglos. A Hernán Cortés le impresionó la majestuosidad de la ciudad, con un millón de habitantes en 1519. Cuando dos años después Cortés tomó Tenochtitlán lo hizo con 850 españoles y 135.000 indígenas aliados que querían librarse de la tiranía azteca. Sin la alianza de indígenas traxcaltecas, totonacas, y otromíes, entre otros muchos, Cortés no hubiese conquistado aquel territorio. Los indígenas ansiaban acabar con la opresión a que eran sometidos, desde la violación, la tortura y el asesinato hasta el canibalismo. Colonialistas fueron Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica… España, no.
En 1535 se creó el Virreinato de Nueva España como parte del Imperio Español, que llegó hasta la independencia de México en 1821. España no tuvo colonias, sino virreinatos, protegidos los indígenas por los Reyes de España desde las Leyes de Indias. José Antonio Crespo-Francés, que tanto y tan claro escribe sobre la Leyenda Negra y sus consecuencias, cita la última voluntad de Isabel la Católica: «Y no consientan ni den lugar a que los indios reciban agravio en sus personas y sus bienes, más manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien». Marcelo Gullo, con libros tan esclarecedores como ‘Madre Patria’, ‘Nada por lo que pedir perdón’, o ‘Lo que América le debe a España’, un relevante estudioso de la Leyenda Negra, opina: «El verdadero genocidio de América fue el que detuvo Cortés; el imperialismo de los aztecas asesinaba a 20.000 personas por año del pueblo que dominaba». Y lo demuestra desde la Historia.
La izquierda ha asumido la Leyenda Negra, huérfana de causas superadas o ya aceptadas, y ahora es señuelo para un comunismo fracasado y un nacionalismo unido a todo lo que suponga atacar a España. Aquella falsedad histórica nacida en Italia por envidia y asumida por Inglaterra y otras naciones que, incapaces de vencer al Imperio Español en la batalla, utilizaron un delirio antiespañol que la Historia se encargó de desmentir.
Page, el caniche a veces disfrazado de pitbull, ladrador, pero no mordedor, cuenta que en una visita con Bono a López Obrador, siendo gobernador de México DF, les dijo: «Odio a los españoles y odio a España; nunca viajaré a España». Los visitantes no abandonaron el despacho, aguantaron la ofensa sin rechistar; al fin y al cabo, la izquierda. Este tipo, que controló hasta al poder judicial, me recuerda las tácticas de golpe blando de Sánchez.
López Obrador tiene abuelos asturianos y cántabros. Reniega de una parte de su sangre. No le llegó el mestizaje favorecido por los españoles. A los pueblos indígenas no les fue precisamente bien con López Obrador; la pobreza creció y el país es uno de los más conflictivos de América. Ahora se enfrasca, por ignorancia, en una pintoresca cruzada contra España que llevó a su tierra la fe, el idioma, el Derecho, las universidades y los hospitales. Y mucho más: su ser. La hizo lo que es. México no existía.
Acudirán a aplaudir a la desmemoriada Sheinbaum, los socios de Sánchez, también los representados en su Gobierno. Asistirá uno de los más zascandiles, Gerardo Pisarello, argentino de Tucumán, autor de dos libros cuyos títulos le retratan: ‘La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático’ y ‘Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica’. Pero se sacrifica, por tercera vez, como secretario primero del Congreso y las prebendas que ello supone. Vive cabreado con la nefasta Constitución y la odiosa Monarquía, pero aguanta. Un héroe más del izquierdismo caviar.