Carlos Sánchez.-El Confidencial
La vicepresidenta Calviño ha elegido a 17 economistas para asesorarla. Todos tienen el mismo perfil, que es, precisamente, el contrario a Unidas Podemos
Desde que en 1946 el presidente Truman creó el Consejo de Asesores Económicos de EEUU, un órgano consultivo de la Casa Blanca formado por apenas tres miembros, por allí han pasado nombres como Greenspan, Okun, Martin Feldstein, Bernanke o Janet Yellen, además de premios nobel como Stiglitz o Tobin.
La Administración Truman diseñó el Consejo como un órgano independiente encargado de hacer recomendaciones al presidente en materia de política económica. Entre sus funciones está, de hecho, realizar una evaluación de las políticas públicas con el fin de determinar si contribuyen a su finalidad o, por el contrario, son ineficaces.
Su principal misión, sin embargo, es la elaboración de un informe anual —aquí está el último— en el que disecciona la economía de EEUU apoyándose en formidables series estadísticas que dan consistencia al trabajo. No es, por lo tanto, un mero repositorio, como es costumbre en la administración española, sino un informe robusto.
El expresidente Rodríguez Zapatero, antes de la debacle de la economía española durante la anterior recesión, copió la idea de Truman, como lo han hecho otros países, y en abril de 2007, en pleno éxtasis, cuando España iba a adelantar a Francia y Alemania en PIB per cápita, presentó su primer informe anual, aquí puede leerse.
La presentación se hizo en la decimonónica y solemne Bolsa de Madrid, donde Zapatero y su equipo se rodearon de los barandas del Ibex, lo que era una señal inequívoca del ambiente que reinaba en la Moncloa inmediatamente antes de la crisis. Es muy conocido que el expresidente acabó su mandato haciendo lo que quería Alemania después de proclamar que los mercados eran unos especuladores.
Independencia de criterio
Por supuesto que aquel informe no advirtió de lo que se le venía encima a la economía española más allá de hacer algunas observaciones vagas sobre desequilibrios macroeconómicos. La palabra burbuja no aparece en el texto y ni siquiera hay un recuadro específico dedicado a la alta exposición de la economía española al ladrillo pese a que por entonces el crédito subía en tasas superiores al 20%. Su inutilidad fue manifiesta.
Ya por entonces comenzaba a ser una evidencia que, si los asesores de un presidente no trabajan con independencia de criterio, cantándole las verdades del barquero, aunque fuera costa de perder su empleo, de nada sirve su concurso.
El último informe económico de Zapatero se refiere al año 2010, y desde entonces nunca más se ha sabido de un documento parecido. Rajoy, ya sin pudor y al calor de su mayoría absoluta, se rodeó de los suyos y la Oficina Económica se convirtió en un apéndice de su Gobierno. Es decir, nunca tuvo perfil propio y siempre se configuró como una mera unidad de apoyo al presidente, principalmente para los consejos europeos.
En la actual legislatura, y también en medio de una dramática crisis económica, el presidente Sánchez ha buscado un modelo híbrido. La Oficina Económica ha desaparecido del organigrama oficial, pero, en paralelo, ha creado diversos grupos de trabajo que lo asesoran. Sin duda, en el marco de una tendencia preocupante de la democracia española, y que tiene que ver con un presidencialismo galopante que para nada prevé la Constitución. Hoy los grandes temas, y la política de comunicación, se llevan en la Moncloa y el resto de los ministerios bailan al son que marca el presidente.
El resultado es que hoy son tantos los expertos que asesoran a Sánchez —se habla de cien economistas, pero no se dan nombres, como si se tratara de un secreto de Estado— que sería difícil clasificarlos. Entre otras cosas, porque también ha creado una fantasmagórica Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo, configurada administrativamente como una unidad de estudios, que se servirá de un 30% de economistas, como adelantó a este periódico su director, Diego Rubio.
17 economistas
En paralelo, Manuel de la Rocha dirige el departamento de Asuntos Económicos de la Presidencia del Gobierno, lo que da idea de la complejidad de la estructura administrativa de la Moncloa, al menos en cuestiones económicas.
A esta fiesta de los economistas se acaba de sumar la vicepresidenta Calviño, que ha anunciado la creación de un Consejo Asesor de Asuntos Económicos, y que está compuesto por 17 economistas, todos ellos con un acreditado bagaje profesional. Pero todos ellos, y aquí está lo singular, con un perfil marcadamente diferente al mundo de Unidas Podemos, lo que refleja dos cuestiones.
La primera es muy conocida: la escasa sintonía de Calviño con Iglesias y, en particular, con Alberto Garzón, con quien pelea cada semana en la Comisión Delegada para Asuntos Económicos. La elección de los 17 es algo más que una señal.
La segunda característica del nuevo Consejo asesor no es menos evidente: el Gobierno no tiene ninguna intención de hacer grandes transformaciones, como sugiere UP, en materias como la reforma laboral, la reindustrialización del país aumentando el peso del Estado en la economía o, incluso, reinventando el papel estratégico de Bankia o el ICO en la financiación de la economía. Los 17 elegidos de Calviño son, de hecho, tan parecidos en lo ideológico que con media docena hubiera bastado. Todos y cada uno de ellos están cortados por el mismo patrón, lo cual sugiere que no va a haber muchas discrepancias durante las sesiones de trabajo que se convoquen.
Ya desde el viejo Polanyi se sabe que el papel de las instituciones —y los consejos asesores claramente lo son, ya que forman parte de la estructura del Estado— es la clave de bóveda de las democracias. También para el buen funcionamiento de las economías. Al fin y al cabo, como sostenía el pensador vienés, el mejor referente de lo que significa el pensamiento disidente, la economía es fruto de un entramado social complejo y, por eso, precisamente, el análisis debe partir de una concepción plural.
Un mundo complejo
De hecho, si algo está meridianamente claro, también en la ciencia económica, es que el pensamiento tiende a fragmentarse —ya no se habla de cultura, sino de culturas— en la medida en que las sociedades son cada vez más complejas debido a los avances técnicos y a la globalización, por lo que también las herramientas analíticas deben partir de esta premisa. Intentar entender el mundo desde las premisas clásicas suele acabar en frustración.
Es decir, frente al paradigma clásico, que basa en grandes e inmortales verdades que se heredan de padres a hijos, los pensadores más progresistas siempre creyeron que lo mejor era pegarse a la realidad para entenderla, algo que no suele suceder cuando ocurre lo que decía malévolamente Tom Wolfe de Chomsky, que no había estado nunca en un lugar sin aire acondicionado. Es decir, el pensamiento frío basado en modelos y producido por quienes nunca han pisado una fábrica o un tajo. Y que desconocen, por ejemplo, lo que es negociar una tabla salarial.
Si algo ha aprendido el planeta con la crisis de las ‘subprime’ y en la actual es que los expertos no han hecho bien su trabajo
Esta uniformidad en el pensamiento económico, que es el elegido por Calviño, no es un asunto menor. Ni, por supuesto, irrelevante. Si algo ha aprendido el planeta tanto en la crisis de las ‘subprime’ (endógena) como en la actual (exógena) es que los llamados expertos —desde luego la mayoría— no han hecho bien su trabajo. En unos casos, por mimetizar el pensamiento dominante para así tener más fácil ascender en la escala social y académica, y en otros porque a quienes corresponde elegir a los mejores y más representativos de la sociedad se refugian en una endogamia absurda que hace inútiles las instituciones.
Si los asesores piensan lo mismo que el asesorado es mejor ahorrarse unos euros. Y, sobre todo, es mejor no mancillar el nombre de las instituciones.