- Es un partido donde si a Sánchez le conviene que los cerdos vuelen aparecerá de inmediato un coro de papagayos afirmando que así es, que ahora los cerdos vuelan
Abarrotar las calles con una protesta política no resulta tan sencillo. Lo sabe, por ejemplo, Sánchez. El 27 de abril del año pasado, el PSOE convocó en Ferraz la gran manifestación del «¡Pedro, quédate!». El partido se movilizó para mostrar su adhesión inquebrantable al Gran Timonel, que por entonces fingía estar meditando si se iba, afligido por los viles ataques a su amada, la cuádruple imputada.
El PSOE calculó que reuniría en Ferraz a 40.000 personas. Pero pinchó, a pesar del traslado a Madrid en autobús de militantes yayeriles de otras provincias. El partido reconoció que al final solo acudieron diez mil manifestantes. En realidad eran menos: unos 6.000. Ese fue todo el «baño de masas» para respaldar la continuidad de Sánchez.
Con tales precedentes, resulta notable el desprecio de los jerarcas del PSOE ante la protesta del PP. La Delegación del Gobierno concedió 50.000 asistentes. La organización habla de más de cien mil. Dado que ambos arriman el ascua a su sardina, tal vez hubiese unos 80.000. Es un carro de gente para un domingo de junio a más de 30 grados. Pero no es una cifra que aplaque el colmillo de Pilar Alegría, quien apuntó rauda que «Estopa mete más gente en el Metropolitano que el apocalíptico Feijóo en la plaza de España». Claro, Pili, claro… y menos que Jimi Hendrix en Woodstock, donde había medio millón de almas. Por su parte, Óscar Puente habla con su habitual elegancia de «un gatillazo antológico».
El ministro López, también de la ganadería más embestidora del PSOE, la de los Óscar, ofreció un mitin a la misma hora de la protesta del PP. Fue todo un éxito: 300 personas en la plaza que ahora lleva el nombre de Pedro Zerolo. Eran tan escasa la parroquia que cada asistente disfrutó de una silla y un sombrerito con su preceptiva cinta arcoíris-gay. Pero aun así, el animoso Óscar López se vino arriba: «La derecha ha llenado la Plaza de España de insultos y odio, pero no la ha llenado de gente». Mentía sin complejo alguno, pues la plaza estaba repleta y la multitud se desbordaba por las calles adyacentes. «Feijóo no tira», explicaba Óscar a sus 300, mientras Bolaños repetía idéntica consigna en Twitter.
Se percibe una vez más el principal problema del sanchismo, la raíz emponzoñada que lo envenena: la aceptación de la mentira como una práctica aceptable, incluso conveniente. La gran novedad que ha traído Sánchez es la eliminación del principio de realidad. Todo puede manipularse al albur de las necesidades del líder. Si a Pedro le conviene que los cerdos vuelen, los cerdos volarán (y un coro de ministros y papagayos mediáticos lo repetirán con máxima convicción en todas las cadenas del régimen, regañando incluso a los fachosféricos retrógrados que lo nieguen).
El PSOE no es solo un partido felón con España, asociado a lo más radical y embarrado por la corrupción. El suyo es ante todo un problema moral: bailan al son de un mentiroso compulsivo, que ha contagiado a toda la organización de su amoralidad táctica. Por supuesto, continuará atornillado al cargo hasta 2027, inmune a las protestas, que aun así son necesarias. Lo suyo con la Moncloa es como lo del Gollum con el anillo, una querencia casi patológica. No soltará «mi tesoro» por las buenas, y menos cuando los horizontes penales ya entran en la ecuación.
Quedan dos años de bronca diaria, más cesiones a los separatistas, nuevos síncopes policiales y duras embestidas contra la democracia. Todo porque un altivo simulador que perdió las elecciones no quiere devolver la pelota al pueblo.
Nada cabe esperar de un tipo que ya permite pasearse por la calle a Kantauri, el terrorista que ordenó asesinar a Miguel Ángel Blanco y a veinte personas más. No existe mejor resumen de quién es Sánchez y el tipo de organización que dirige. Hay que ser muy, muy cafetero para seguir apoyando al PSOE.