Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 24/6/2011
Bildu ensancha su radio de penetración. Lo hace, especialmente, en detrimento del PNV, al que desplaza del granero abertzale y le distorsiona a medio plazo su discurso, hasta ahora el más soberanista de toda la organización; pero, sobre todo, le despoja del poder y cortocircuita, de paso, su red clientelar, propia de quien ha dominado el territorio desde que se implantó la democracia.
No debería entenderse como una predicción pretenciosa augurar que Bildu jamás pedirá a ETA su disolución. No lo va a hacer porque ha sabido dotarse de un discurso político que regatea hábilmente la lógica exigencia que el resto de fuerzas democráticas le viene planteando.
Ayer mismo, en la histórica conquista de la Diputación de Guipúzcoa, la izquierda abertzale, que inflige al PNV una hiriente derrota de largo recorrido al arrebatarle el poder y la supremacía política, se sacudió otra vez del emplazamiento. De hecho, Martín Garitano, el nuevo diputado general, con un lenguaje ya exhibido durante la campaña electoral del 22-M, derivó el envite en la sesión de investidura de las Juntas Generales hacia el catón que ideologiza la impronta de Bildu, e incluso el de Sortu: las cuestiones relativas a ETA son una competencia exclusiva del Gobierno español y de la banda terrorista, y solo a ellos les corresponde decidir.
Y es que cuando Bildu, henchido de poder en Guipúzcoa y determinante ya en la Diputación de Álava, aventura un nuevo escenario político en Euskadi, posiblemente dice la verdad. Lo hace, además, sobre un punto de partida, el de borrón y cuenta nueva, que, sobre todo, desgarra la sensibilidad de quienes se han sentido castigados por la violencia de ETA desde hace cinco décadas en una sociedad hastiada que solo quiere un escenario definitivo de paz sin tutela alguna.
Esta contumaz desafección de Bildu hacia la crudeza de un pasado reciente explica la inmediata acción-reacción de los demócratas. Pero el esfuerzo en tal requisitoria resultará baldío porque la coalición abertzale se ha aprendido la respuesta: «Yo no soy ETA», vienen a decir con una proverbial facilidad. Por supuesto, en la misma línea argumental, tampoco ahora saben quién puede servir de mensajero para tan peliaguda misión. Además, ante la duda -muy extendida intencionadamente lejos del País Vasco, aunque sin dato objetivo alguno que la sustente- le basta con exhibir la resolución favorable del Tribunal Constitucional.
Así las cosas, la batería de mociones que el PP ha empezado a desplegar por algunas instituciones vascas aparecen condenadas al fracaso. Sin duda resultará desmoralizador, pero Bildu no se sentirá concernido por la demanda. Más aún, en su respuesta, regateará el compromiso con su aprendido alegato en favor de la paz, donde, eso sí, nunca habrá un hueco para señalar a ETA por su violencia ni siquiera lamentablemente para delimitar que no todas las violencias son iguales.
En este escenario es cuando cobra fuerza el simbolismo que Bildu exhibe como guiño a sus esencias. Por encima del intencionado pin de Garitano en recuerdo a Otegi, que se asegura la relevancia mediática tan bien cuidada por este sector, no debe olvidarse el mensaje dirigido a los presos etarras, cuyo futuro sustentará prolijos debates en las instituciones vascas cuando ya parecían superados.
Guipúzcoa pasa a convertirse así en el laboratorio político de Euskadi. Un ensayo de alto voltaje, que tendrá la permanente vigilancia del Gobierno, al que se llega tras un masivo respaldo popular a Bildu fraguado en un territorio nítidamente nacionalista y ávido de paz, y al que ha contribuido decisivamente la ostensible incapacidad de PNV y PSE para ponerse de acuerdo. Con este desencuentro, de difícil comprensión en sectores económicos y principalmente mientras se asiste en paralelo al apoyo parlamentario en Madrid de los nacionalistas a Zapatero, Bildu ensancha su radio de penetración. Lo hace, especialmente, en detrimento del PNV, al que desplaza del granero abertzale y le distorsiona a medio plazo su discurso, hasta ahora el más soberanista de toda la organización; pero, sobre todo, le despoja del poder y cortocircuita, de paso, su red clientelar, propia de quien ha dominado el territorio desde que se implantó la democracia. Mientras, los socialistas se siguen buscando a sí mismos, azuzados por su debacle electoral.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 24/6/2011