El resultado de la oferta pública de adquisición del BBVA sobre el Banco Sabadell ha dejado un veredicto inapelable: los accionistas han rechazado claramente la propuesta del banco vasco.
Con apenas un 25,33% de aceptación, muy por debajo del umbral mínimo del 30% establecido por BBVA, la operación ha quedado sin efecto.
Este desenlace representa un éxito rotundo para Josep Oliu, que culmina así una batalla de diecisiete meses con un triunfo que va más allá del precio: ha logrado convencer al mercado de que el Sabadell tiene futuro en solitario y de que su proyecto independiente es viable y atractivo para los inversores.
El presidente del Sabadell no solo consiguió arrancar al BBVA el mayor precio posible (una mejora del 10% en septiembre), sino que logró algo mucho más complejo: articular una narrativa de autonomía que caló entre los accionistas.
Los argumentos empleados en defensa de la independencia han demostrado ser muy superiores a cualquier prima ofrecida.
El rechazo masivo de los pequeños accionistas (solo el 2,8% de los clientes-accionistas aceptó la oferta) evidencia que Oliu y su equipo supieron conectar emocionalmente con la base inversora. No sólo desde la perspectiva de apelar al sentimiento de pertenencia a Cataluña, también transmitiéndoles confianza en el plan estratégico presentado el pasado julio.
Este plan contempla alcanzar una rentabilidad sobre el capital tangible (RoTE) del 16% en 2027 y remunerar a los accionistas con 6.300 millones de euros en tres años, más del 40% del valor actual del banco en Bolsa.
Son cifras ambiciosas, pero respaldadas por resultados sólidos. En el primer semestre del año, el Sabadell obtuvo un beneficio récord de 975 millones de euros, con fuerte generación de capital y mejora de la rentabilidad.
La venta de TSB al Santander por 2.650 millones de libras, aprobada por el 99,6% de los accionistas, refuerza además su músculo financiero y permite un dividendo extraordinario de 2.500 millones.
Broche de oro
La batalla por la independencia del Sabadell es un broche de oro para la carrera de Oliu. Durante varios meses, la operación estuvo rodeada de avatares políticos e injerencias del Gobierno, que impuso condiciones inéditas (como mantener separadas ambas entidades durante tres años) y que mostró una oposición frontal que dificultó que los accionistas pudieran expresarse libremente hasta el último momento.
El banco catalán resistió todo tipo de presiones. Desde la campaña del BBVA hasta las dudas del mercado sobre la viabilidad de su proyecto en solitario. Oliu y su consejero delegado, César González-Bueno, supieron transformar estas dificultades en un relato de resistencia que conectó con los inversores, especialmente con los minoritarios.
Sin embargo, este éxito conlleva un enorme reto. Ahora, el Sabadell deberá cumplir con lo prometido. No basta con haber convencido a los accionistas en el contexto de la OPA; la entidad tendrá que demostrar que su gestión es capaz de crear valor real y sostener el crecimiento de la cotización.
El mercado será implacable en su seguimiento. Cualquier desviación en los objetivos del plan estratégico o cualquier retroceso en la rentabilidad podría castigar severamente la acción. Oliu y González-Bueno saben que han ganado la batalla, pero la guerra por demostrar que el Sabadell vale más en solitario acaba de empezar.
Varapalo para Torres
Por el lado del BBVA, el fracaso de la operación supone un varapalo para Carlos Torres, que se implicó personalmente en esta OPA, enfrentándose al Gobierno y liderando una ofensiva sin precedentes en la banca española desde 1987.
El desgaste reputacional y estratégico es innegable. Torres tendrá ahora que demostrar a sus accionistas que el proyecto del BBVA puede seguir adelante sin el Sabadell y que tiene opciones alternativas para crecer, no sólo en España, sino en otros mercados que permitan diversificar el riesgo de tener como principales plazas a México y Turquía.
El banco vasco ha anunciado que impulsará su plan de retribución al accionista.
Iniciará el 31 de octubre una recompra de acciones pendiente por cerca de 1.000 millones de euros, pagará el 7 de noviembre el mayor dividendo a cuenta de su historia (0,32 euros por acción, por un total de 1.800 millones), y pondrá en marcha una significativa recompra adicional cuando reciba luz verde del Banco Central Europeo.
Es un movimiento necesario para calmar a un accionariado que esperaba una operación estratégica de gran calado y que ahora debe conformarse con una distribución de capital.
Lecciones para el sector
El desenlace de esta OPA deja lecciones para todo el sector bancario español.
La primera es que el tamaño no lo es todo. En una operación de estas características, la capacidad de generar una narrativa convincente y conectar con el accionista es tan importante como el precio ofrecido.
La segunda es que las injerencias políticas, por mucho que las entidades las denuncien, pueden condicionar el resultado de las operaciones corporativas.
Y la tercera es que los pequeños accionistas, cuando están convencidos y movilizados, pueden marcar la diferencia incluso frente a grandes fondos internacionales.
Para el Sabadell, este es el principio de una nueva etapa. Ha ganado el derecho a demostrar que su apuesta por la independencia es acertada. Para el BBVA, es el momento de pasar página y buscar nuevas vías de crecimiento.
Y para el mercado, es una señal clara. En la banca española, todavía hay espacio para proyectos diferenciados y competitivos. Los accionistas han hablado, y su mensaje es inequívoco.