- Pues bien, ya está. El Gobierno, o mejor el autócrata ya ha consumado su proyecto, ya ha colonizado, parasitado e infectado de ideología y de vocación partisana al conjunto de las instituciones
Ese vivir en la renuncia, con la cabeza gacha. Esa falta absoluta de convicciones y de ambiciones, carencias que se retroalimentan. Esa inconsciencia del alipori que da un perdedor vocacional al que acaban de humillar por enésima vez cuando presenta su nueva derrota como un éxito. Podían haberme noqueado y solo he perdido a los puntos. Podían haberme robado todo pero solo me han robado el reloj y la cartera, dejándome veinte euros para un taxi. Esa actitud ante la vida puede que resulte de alguna utilidad cuando un individuo azotado por las adversidades se la aplica a sí mismo. Puede incluso resultar una herramienta de la virtud, un modo de no desmoronarse, que ha de mostrar sus frutos en el futuro. Pero desde luego no tiene defensa, cabida ni perdón cuando el alegre vapuleado no se representa a sí, sino que tiene atribuida la función de articular, canalizar y promover los valores, el ideario y los principio de otros. Y, en el caso que nos ocupa, de impedir que el Gobierno, su gazpacho ideológico y sus valores baratija se hagan con el control institucional de España. Pues bien, ya está. El Gobierno, o mejor el autócrata ya ha consumado su proyecto, ya ha colonizado, parasitado e infectado de ideología y de vocación partisana al conjunto de las instituciones, a excepción de la Corona, a la que mantiene anulada, ninguneada, preterida. Y al doblar de campanas por la democracia del 78, la única que hemos tenido, reaccionan esos que podría llamar traidores pero me inclino a tildar de inútiles alegando que podría ser peor y que, por ello, en un giro ilógico y mendaz, su dejación es un triunfo. A ver si lo entiendo: es un triunfo que el último bastión del entramado institucional, el fundamental, el tercer poder, el independiente, aquel del que nadie puede zafarse por muy rico que sea, por muchos títulos que acumule y por mucha institucionalidad que a su vez le revista, vaya a presidirlo una miembro de la minoritaria asociación Jueces y Juezas por la Democracia. Donde lo primero que se advierte es el «artificioso desdoblamiento» (RAE), la ignorancia del uso genérico del masculino y, por ende, una ideologización del lenguaje cuyo uso oficial es tan aberrante como para que lo haya prohibido hasta Macron. Y donde lo primero que se averigua, a poco que se indague, es la voluntad y la larga práctica de hacer decir a la ley lo que corresponde al prejuicio ideológico del juez. Sin avergonzarse ni sentirse culpables, puesto que cuentan con académicas doctrinas que cubren sus vergüenzas: el constructivismo jurídico, el uso alternativo del Derecho. Un triunfo bestial, ¿verdad? Una vez resolvió contra el PSOE. Ah, pues ya está, eso prueba su idoneidad. Fíjate qué gol le hemos metido a Sánchez; podía haber sido alguien tan sectario y empolvado como Pumpido (por cierto, ¿quién votó por Pumpido en 2017?) y solo es una señora de Jueces y Juezas y Juecis por la Autocracia. ¡A celebrarlo!