Amaia Fano-El Correo
Si de algo ha servido la inaudita situación que se vive en Venezuela desde que Nicolás Maduro decidiera no reconocer su derrota electoral y se atornillara al poder –aparte de no dejar lugar a dudas sobre su carácter grotesco y despótico– es para poner en evidencia las dificultades que tiene cierta izquierda patria al establecer un juicio crítico objetivo cuando de sus aliados ideológicos se trata, convirtiéndose en encubridora y defensora de los peores tiranos, siempre que su gesta lleve la etiqueta de socialista y revolucionaria.
Da igual que sea Cuba, Nicaragua o Venezuela, gobernada por un régimen desalmado y militarizado, que se presentaba como el salvador de los pobres y ha acabado socializando la miseria y transformando un país rico en un narcoestado fallido, desmantelando su industria y sus servicios públicos, aniquilando a la clase media, aboliendo la libertad de expresión y la propiedad privada, y empujando a ocho millones de venezolanos al exilio.
Que nuestra «izquierda caviar» (versión ibérica de la ‘Gauche Divine’) siga ciega y sordomuda ante la fundada sospecha de fraude electoral y esté dispuesta a justificar una arbitraria oleada de represión y violación de los derechos civiles que ha dejado 24 muertos, 1.300 detenidos y 40 desaparecidos en los últimos 15 días, en los que el Gobierno y sus esbirros uniformados han sembrado el terror, marcando las casas de sus opositores, practicando arrestos puerta a puerta, cancelando medios y redes sociales y retirando pasaportes a periodistas y activistas, dice más de sus alcahuetes que del propio sátrapa de Miraflores, obsesionado con ganar tiempo, mientras denuncia un complot de Elon Musk, Tik Tok, Whatsapp, Anonymous, Boric, Milei, el Centro Carter, la ONU, la OEA y la UE para derrocarle.
Nadie que crea sinceramente en la justicia social y en la libertad de los pueblos se presta a blanquear a un régimen fascista que criminaliza y encarcela a sus opositores en «centros de reeducación» y tortura diseñados por la inteligencia cubana, por más que Monedero pretenda convencernos de que los EE UU y la extrema derecha global se habrían aliado para tumbar a Maduro, paladín de soberanía de la región, apoyado y tutelado por países tan democráticos y poco imperialistas como Rusia, China, Corea del Norte o Irán, mientras negocia petróleo a cambio de inmunidad con la administración Biden.
A esa izquierda que presume de estar «del lado correcto de la historia», y sin embargo guarda silencio sobre este asunto, como Sánchez o Zapatero, pertenecen también Podemos, Sumar y EH Bildu, que se apresuró a felicitarle efusivamente por su autoproclamada victoria, por inexistente imposible de demostrar, como han hecho Edmundo González y María Corina Machado publicando las actas recuperadas en las mesas electorales que les otorgan al menos cuatro millones de votos más (30 puntos porcentuales) que el partido oficialista en los comicios del 28-J. Así que no piense que la cosa no va con nosotros. La cosa va de respeto a la democracia. Y Venezuela no está tan lejos.