Los viajeros en el tiempo, como el de Wells, viajan siempre en el sentido positivo del tiempo, desde el presente, siguiendo la orientación irreversible de la flecha, hacia la novedad del futuro. Esos viajes son constructivos y enriquecen la vida. Los otros, los viajes a destiempo, los viajes contra el signo del tiempo, destruyen la memoria y dañan el valor de la vida. Nos encierran en el bucle regresivo de nuestra historia, el círculo vicioso que explica todos los malentendidos y errores de los últimos trescientos años, si no antes, desde los tiempos infelices del hombre de Atapuerca y quizá más atrás.

Así que nos vamos a volver más viejos y más tristes en este año 2025, rumiando el remordimiento y el rencor por lo que pasó y ya no tiene remedio. Y todo para satisfacer el ego gigantesco y el afán infinito de poder de algunos. En lugar de un plan eficaz de rejuvenecimiento nacional y un proyecto de futuro prometedor, nos castigan a revivir una etapa de nuestra historia ya superada, por fin, aunque haya en ella también motivos de orgullo colectivo. Con esta estrategia de propaganda se quiere alcanzar el dominio mediático sobre los discursos públicos imponiendo un relato único, que nadie pueda contradecir sin ser un reaccionario, en beneficio exclusivo de quien ocupa el gobierno en la actualidad.

Y lo peor es que con este despliegue publicitario, qué cínicos, pretenden liberarnos de los fantasmas políticos más siniestros. Los viajes retrógrados son altamente peligrosos, para la derecha y para la izquierda. Mucho cuidado con las manipulaciones históricas. No es posible regresar en el tiempo sin alterar componentes que tendrán secuelas nefastas en el presente y el futuro. Está comprobado. A ver si de tanto revolver el pasado y hurgar en las tumbas con pulsión necrófila van a terminar resucitando algún espectro indeseable. Algo huele hoy a podrido en la democracia española y no es, por fortuna, el cadáver de Franco.