EDITORIAL EL MUNDO – 09/06/16
· La insólita y desesperada carrera por el soberanismo que abrazó Artur Mas en 2011, no sólo ha abocado a Cataluña a un escenario de impresivibles consecuencias fruto de la quimera secesionista, sino que amenaza con liquidar su propio partido. El veto de la CUP a los Presupuestos de la Generalitat para 2016 hunde en la inestabilidad al Govern de Junts pel Sí (CDC y ERC). Pero, al mismo tiempo, certifica el notable debilitamiento de Convergència, presa de su alocada apuesta por el independentismo. El abandono paulatino de posiciones moderadas, el lastre de la corrupción –aún tiene 15 sedes embargadas por la Justicia– y el desprestigio absoluto de Jordi Pujol explican por qué el partido que ha gobernado Cataluña durante 28 años se ha convertido en rehén de una organización antisistema que dispone de 10 diputados en el Parlament.
La postura adoptada por la CUP, clave para que la Cámara catalana tumbara ayer los Presupuestos de Puigdemont, ha generado una honda frustración en el movimiento independentista. Pero su actitud pueril no puede sorprender a nadie. Cuando Puigdemont y Junqueras acordaron con la CUP la investidura del primero conocían perfectamente la radicalidad de su credo ideológico. También el amateurismo de sus dirigentes, la mayoría, procedente de entidades sociales vinculadas a la contestación callejera, el movimiento okupa y la desobediencia civil. La CUP no esconde sus ideas antisistema.
Propugna la salida del euro, de la Unión Europea y de la OTAN. Y rechaza de plano guardar obediencia a la legislación española. De ahí que ayer sus portavoces recordaran que el veto a los Presupuestos sea consecuencia no sólo de la tramitación del mismo –Junts pel Sí no quiso negociar con los cupaires antes del trámite parlamentario–, sino del pacto rubricado hace seis meses y cuyo horizonte final es la eventual construcción de un Estado propio.
La CUP supedita su apoyo a Puigdemont a un despliegue de la resolución independentista del 9-N. Y ahí es donde estriba el núcleo de la torpe aventura impulsada por Mas con la complicidad del sector más nacionalista de la cúpula convergente. El brusco giro dado por CDC a su identidad política es lo que ahora le sitúa en manos del independentismo extremo. Mas subió Convergència a la ola soberanista, patrimonializada por ERC y el piélago de organizaciones sociales que operan en este ámbito. Pero es esta misma ola la que, primero, se cobró su cabeza política, y ahora deja en una complicada situación a su sucesor.
El Parlament tumbó ayer las nuevas cuentas públicas tras mantener la CUP su enmienda a la totalidad. Puigdemont, en una reacción furiosa, anunció que se someterá a una cuestión de confianza en septiembre. «No estamos dispuestos a gobernar a cualquier precio, ni a renunciar a la hoja de ruta de la independencia», espetó a la bancada de la formación ultraizquierdista. La realidad es que Junts pel Sí nunca ha tenido un acuerdo que garantice el desarrollo normal de la legislatura, lo que explica la endeblez del Govern. Convergència es responsable de atizar el ansia secesionista en Cataluña, pero también de una desastrosa gestión al frente de la Generalitat que, literalmente, ha arruinado las finanzas catalanas.
El fracaso de los Presupuestos fuerza al Govern a prorrogar los del año anterior –lo que tendría consecuencias gravísimas en el déficit y en la financiación de los servicios públicos– o bien a convocar nuevas elecciones, que serían las cuartas en seis años. La factura de este desgobierno ya la están pagando los ciudadanos de Cataluña. Pero también tendrá un impacto en la redefinición del mapa político catalán. Los sondeos para el 26-J sitúan a ERC por encima de CDC, lastrada por su gregarismo de las posiciones soberanistas más radicales pero también por la retahíla de escándalos que ennegrecen la huella de sus mandatos.
No es extraño, pues, que la representación de los nacionalistas conservadores en el Parlament se haya desplomado a la mitad desde los 62 escaños que obtuvo Mas en 2010. «La CUP se ha convertido en lo mismo que el PP», sostuvo ayer Francesc Homs sin sonrojarse. Su estrambótica declaración ilustra la pérdida de centralidad política de una formación que fue clave en la Transición y en la gobernabilidad de España, y que dominó la política catalana hasta el punto de confundir sus intereses orgánicos con los de Cataluña. Ahora, en cambio, tiene pendiente acometer una profunda refundación, lo que pasa indefectiblemente por renunciar al delirio secesionista.
EDITORIAL EL MUNDO – 09/06/16