Isabel San Sebastián-ABC

  • Con la destitución de Cayetana, Casado ha brindado a sus adversarios munición de primera calidad

Si yo fuera Pablo Casado, no se me habría ocurrido ofrecer a Cayetana Álvarez de Toledo la portavocía del Grupo Popular en el Congreso. Si fuera Cayetana, jamás habría aceptado el cargo. Cualquiera que conozca a Álvarez de Toledo sabe que nunca doblegará su criterio ante un argumentario de partido, a menos que lo comparta; que defenderá fieramente su libertad y no se dejará amedrentar. Cualquiera que conozca la política española sabe que la obediencia ciega al César es un requisito indispensable para hacer carrera en ella y que, cumplida esta exigencia insoslayable, son atributos altamente apreciados todos los que brillan por su ausencia en la defenestrada portavoz: sumisión, mediocridad, dependencia económica de la organización, facilidad para la adulación. ¿Por qué razón asumió el actual líder del PP el riesgo de colocar a una persona incontrolable en un lugar tan expuesto y por qué motivo aceptó ella esa responsabilidad, conociendo a la perfección el terreno que pisaba? Acaso nunca lo sepamos. Lo cierto es que esa equivocación de base, esa ingenuidad o ese atrevimiento cortado de cuajo por la ausencia de éxitos electorales que avalaran tan polémico nombramiento han provocado un monumental bandazo en el peor momento posible, para regocijo del Gobierno y las fuerzas que lo integran, encantados de ver cómo la presunta alternativa a su penosa gestión se destruye sola, sin necesidad de ayuda alguna por su parte.

Cuando todo el foco informativo estaba puesto en la corrupción que, según denuncia el ex abogado de Podemos, infecta a la formación encabezada por el vicepresidente Pablo Iglesias. Cuando el debate ciudadano se centraba en la incalificable gestión de la pandemia que está haciendo un Ejecutivo incapaz de atajar los rebrotes y su letal impacto económico, cuyo presidente disfruta de sus regias vacaciones con el sueldo intacto, como si aquí no pasara nada, va el Partido Popular y brinda a sus adversarios munición de primera calidad para que no se hable de otra cosa que la destitución de Cayetana. ¿Hay alguien con capacidad de liderazgo en la calle Génova 13? ¿Algún estratega digno de ese nombre? ¿O es que quien toma esa decisión trabaja para entenderse con aquellos a quienes la cesada zahería en sus intervenciones, sin que ellos se muevan un ápice de sus posturas? No pongo en duda la honestidad de Pablo Casado ni la bondad de sus intenciones, pero a la vista de los hechos cabe concluir que o bien le falta verdadera autoridad o bien le sobran complejos, porque lo cierto es que el modo en que ha manejado esta crisis le ha hecho un enorme roto a un PP ya maltrecho, que no remonta en las encuestas ni siquiera en el tiempo más duro que le ha tocado lidiar a Sánchez.

Los aplausos con que algunas socialistas insignes han recibido la noticia de la decapitación lo dicen todo. Desde la ministra Carolina Darias, quien se congratula de la nueva «puerta abierta al diálogo», hasta María Chivite, que riza el rizo de la humillación otorgando su plácet al PP con la actitud condescendiente de quien rebosa superioridad moral. La presidenta títere de Navarra manejada por Barkos y Otegui, la que debe su poltrona a un pacto de perdedores con comunistas y bilduetarras, califica a Cayetana de «radical» para asegurar, a continuación, que «ahora se trata no de ser radicales ni estar en contra de todo, sino de aportar». La socia de los herederos de ETA celebra así, sin vergüenza alguna, que los populares vuelvan a la «moderación», mientras éstos, agachando mansamente el testuz, optan una vez más por seguir del enemigo el consejo.