Al anunciar a Ibarretxe como candidato, el presidente del PNV ha hecho de la necesidad, virtud. La bicefalia entre quien preside el gobierno vasco y quien dirige el partido, se ha superado porque desde la firma del Pacto de Lizarra el pulso lo sigue ganando el lehendakari. La radicalidad sigue instalada en el partido que gobierna los destinos de Euskadi.
Seguramente habría preferido otro escenario más discreto para anunciar la repetición de Ibarretxe como candidato a lehendakari. Pero el presidente del PNV, Iñigo Urkullu, estaba sometido a demasiada presión (mediática y partidista) como para dejar pasar la oportunidad de la celebración del Día del Partido sin despejar la incógnita. Durante el Pleno del Parlamento vasco, el pasado viernes, no se hablaba de otra cosa. Todos pendientes de la actitud de Ibarretxe en un discurso en el que no hizo referencia expresa a su deseo de repetir; cierto. Pero no le hizo ninguna falta.
Bastaba con atender la exposición autocomplaciente de la legislatura que él ha presidido para concluir no sólo que se estaba promocionando como el ‘candidato inevitable’ sino que la utilización electoral que el lehendakari hizo del Parlamento para iniciar su propia campaña fue tan descarada que no pasó desapercibida ante los analistas más expertos. Y es que, según él, Euskadi, si no fuera porque el Gobierno español no nos deja capacidad de decisión para desconectar del Estado, es la mejor de las comunidades imaginables. A nosotros, (se entiende al Ejecutivo autónomo, claro) la crisis nos ha pillado trabajando; no como a otros.
Tenemos menos paro y somos más listos, incluso. La crispación no viene provocada por ETA sino por los medios de comunicación. Y el conflicto con España, alimentado por el terrorismo de ETA, se resolvería con una consulta que, por cierto, la han prohibido los tribunales españoles. En fin, que Ibarretxe sólo tiene en la chistera más de lo mismo: el programa con el que se presentó hace cuatro años, en coalición con EA, y con el que perdió más de 140.000 votos. Y con la consulta desechada por la Justicia, ¿qué propone: consulta o consulta?
Urkullu lo sabe. Pero no tiene margen de maniobra para proponer una candidatura alternativa. Es consciente de que Ibarretxe no es capaz de liberarse del lastre del pasado, como se atrevió a insinuar públicamente al referirse al perfil necesario del candidato ideal de su partido en las próximas elecciones. Pero ni tiene tiempo de aquí a la primavera y, lo que es peor, ni tenía claro la reacción de los sectores más radicales de su partido en el caso de que Ibarretxe, cumpliendo con su palabra de retirarse al fracasar su plan, no hubiera repetido.
Porque en torno al lehendakari existe una guardia radical que está dispuesta a remover todos los cimientos del partido con tal de asegurarse la permanencia de Ibarretxe en primera línea. Esto es lo que hay. Y Urkullu ha tenido que hacer de la necesidad, virtud. Es consciente de los diez años de enfrentamiento que ha protagonizado el lehendakari con los gobiernos de España; reconoce que el inquilino de Ajuria Enea ha salido elegido en el Parlamento vasco con la ayuda del mundo de Batasuna. Pero, tal como están las cosas en el PNV, Urkullu no puede elegir. Hay demasiados intereses creados y no pocas tensiones internas.
El jubilado Arzalluz tampoco le está poniendo las cosas fáciles al llegar a criticar públicamente, incluso, el lema del acto de ayer (‘Baietz’, ‘Que sí’). Cuando Urkullu se formó en el partido, sus mayores le inculcaron valores de lealtad que ahora ya ni algunos, como Arzalluz, respetan. El actual presidente del PNV está entre la espada y la pared. Pero no tiene más remedio que tirar por la calle de en medio y, para evitar mayores especulaciones, ser él quien comunica a la afición, como hizo ayer ante sus afiliados en Vitoria, que Ibarretxe es «el» candidato del partido, aunque no sea ‘su’ candidato ideal.
Él ha mantenido una actitud más pragmática después de conocer la decisión del Constitucional sobre la consulta. O con la iniciativa de personarse ante Estrasburgo para denunciar la presunta violación del derecho humano de dar una opinión en un referéndum. O con el propio futuro del grupo parlamentario de EHAK una vez conocida su ilegalización. Pero la corriente le lleva. Y quienes hacen más ruido no son, precisamente, quienes se identifican con él.
El PNV se presenta en las elecciones con una imagen radical y empecinada que quizás pueda llegar a cansar al propio electorado. Precisamente por ser una opción conocida es una apuesta arriesgada. Habrá que ver si esta vez las candidaturas maquilladas del entorno de ETA pasan el filtro. De cualquier forma, nadie espera ver a un candidato como Ibarretxe moderando actitudes o modulando políticas más pragmáticas. La bicefalia entre quien preside el gobierno de Ajuria Enea y quien dirige el partido, se ha superado porque el pulso lo ha seguido ganando el lehendakari. Y en este caso, y desde hace diez años, coincidiendo con la firma del Pacto excluyente de Lizarra, quiere decir que la radicalidad sigue instalada en el partido que gobierna, hoy por hoy, los destinos de Euskadi.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 29/9/2008