Muchos nacionalistas vascos han venido sosteniendo desde Lizarra que no podía haber marcha atrás en el abandono del autonomismo por un pueblo vasco que había iniciado su marcha hacia la independencia. Pero el viento de la historia no sopla siempre en la misma dirección.
El abandono del poder después de muchos años de permanecer en él suele ser vivido con angustia por los partidos y sus votantes. Ahora le toca al mundo nacionalista vasco, como antes les tocó a otros. La reacción ante lo inevitable suele ser la de pedir una última oportunidad. Es lo que hizo la semana pasada el PNV al ofrecer al PSE un acuerdo en el que recoge, a veces literalmente, planteamientos de este partido: cooperación entre diferentes, reconocimiento de la pluralidad, deslegitimación del mundo de ETA; y pasar página.
Una última oportunidad: si nos la dais, gobernaremos de otra manera, no seremos sectarios, controlaremos los excesos de Ibarretxe, como ya hemos hecho en la campaña. Es verdad que el PNV y su candidato rebajaron el discurso soberanista. Lo más llamativo fue que Ibarretxe presentara su derecho a decidir en términos casi técnicos: la pugna por determinar si el centro de decisión sobre la crisis y otros problemas debía estar en Euskadi o en Madrid; una variante del principio de subsidiariedad de la doctrina social de la Iglesia: que lo que se pueda hacer desde la instancia más cercana no se haga desde la más alejada.
Solo que para Ibarretxe esa cercanía o lejanía es ideológica: las instituciones vascas, si son gestionadas por partidos no nacionalistas, dejan de ser vascas. Por eso empezó la campaña diciendo que los candidatos del PSE y PP desconocían los problemas reales de Euskadi: como si fueran marcianos. Y por eso, en el debate en la televisión vasca -en la que a los partidos no nacionalistas se les solía denominar «de obediencia española»- se dirigía a los candidatos de su tripartito por su nombre de pila (Unai, Javier, Aintzane), mientras que a Basagoiti le trataba de usted y a Patxi López como «señor López».
Y más que deslegitimación de ETA lo que de momento ha habido es intento de desacreditar el sistema democrático parlamentario: calificando de «golpe institucional» la posibilidad de conformar una mayoría de la que no formase parte el PNV pese a ser el partido más votado; cuestionando los resultados mismos por la anulación de las listas de los sucesores de Batasuna; y descalificando al Gobierno más probable, de Patxi López con apoyo del PP, como resultante de un pacto contra natura, dada la distancia entre esos partidos.
Renunciar a disputar la presidencia si no era el suyo el partido más votado fue un compromiso de Felipe González en su momento, seguido por Zapatero en 2004. Fue una decisión calculada para agrupar los votos de la izquierda; pero no es un principio democrático, sino una opción política. El diputado Erkoreka, el mismo que consideraba tan probable un lehendakari socialista como ver un cerdo volando, advirtió ayer que sobre los resultados del 1-M «pesará siempre la sospecha» de una instrumentalización del poder judicial para anular las listas sucesoras de Batasuna, sin cuestionar su vinculación con ETA. ¿Qué incentivo podría tener para desvincularse si se puede seguir beneficiando a la vez de la legalidad y de su relación privilegiada con los que acosan y matan a sus contrincantes políticos? Un día después de que ETA calificase de «fascista» al Parlamento que saliera de las urnas, por la exclusión de las listas independentistas, Otegi arremetía en Gara contra todos los demás partidos, incluyendo los independentistas que rechazan la violencia, como Aralar. Admitiendo implícitamente que no son las ideas, sino la aceptación de los medios de ETA, lo que les diferencia.
A punto de perder una votación sobre los Presupuestos presentados por Ibarretxe, el PNV ya esgrimió hace años la distancia ideológica entre los que se oponían a ellos para evitar su votación conjunta, que habría evidenciado que no contaban con el respaldo de la mayoría. Una apreciación política fue convertida en norma. Ahora se pregunta desde ese mundo si acaso hay más distancia entre el PNV y los socialistas vascos que entre éstos y los populares. No la había antes, pero Ibarretxe ha conseguido que sí la haya. En la noche electoral, los escaños ganados por el PSE se jaleaban en la sede del PP, y viceversa. Y cuando Urkullu deslizó que los socialistas podrían estar en tratos con Batasuna, fue Basagoiti quien, lejos de hacer eco a la acusación, como habría ocurrido en otro tiempo, y todavía hoy en otras plazas, lo consideró un intento de sembrar cizaña.
También es mérito de Ibarretxe haber conseguido reconciliar a Nicolás Redondo y Patxi López, amigos desde su adolescencia a los que la política distanció tras las elecciones de 2001. El veredicto dictado entonces por las urnas ha resultado no ser definitivo, como tampoco lo fue el de las legislativas de 2008 ni lo será el de ahora.
Muchos nacionalistas vascos han venido sosteniendo desde Lizarra que no podía haber marcha atrás en el abandono del autonomismo por un pueblo vasco que había iniciado su marcha hacia la independencia. Pero el viento de la historia no sopla siempre en la misma dirección.
Patxo Unzueta, EL PAÍS, 12/3/2009