VICENTE VALLÉS-LA RAZ

  • Extienden su influencia organizaciones políticas que tienen como objetivo alcanzar el poder mediante el uso de las urnas democráticas, para después eliminar progresivamente las libertades
Los autócratas nunca se han definido por sus miramientos ni por ocultar sus trapacerías. De hecho, se vanaglorian de ellas. He ahí su poder. El nicaragüense Daniel Ortega es el último en solidificarse en el cargo mediante la nada sofisticada, pero muy efectiva, técnica de encarcelar a sus rivales políticos, silenciar a periodistas y provocar el exilio de decenas de miles de compatriotas.

La mayoría de los ciudadanos ha optado por no perder el tiempo ni legitimar a los dictadores –el presidente y su esposa vicepresidenta, porque todo queda en casa en este siniestro vodevil– evitando acudir a las urnas de forma muy mayoritaria.

Sin embargo, esta parodia electoral ha sido celebrada (en determinados casos, con un ominoso silencio complaciente) por algunos partidos populistas que en Occidente disfrutan de plena libertad para actuar contra las instituciones democráticas desde las propias instituciones democráticas, y que se regocijan observando cómo sus anhelos de autocracia se consolidan en determinadas regiones del mundo (ya sea por la extrema izquierda o por la extrema derecha), apoyadas por otras autocracias de mayor rango.

Rusia, China y hasta Irán financian y sostienen estas estafas políticas, que mantienen bajo la bota dictatorial a venezolanos, cubanos o nicaragüenses. En casos como el de Cuba o China, ni siquiera se desperdicia el tiempo convocando elecciones amañadas. Todo está atado y bien atado. En los demás regímenes totalitarios, las urnas se convierten en un depósito de votos hacia un único candidato viable. Los demás, o son encarcelados como en Nicaragua y Venezuela, o son envenenados (Alexei Navalni, salvó la vida por poco en 2020 y ahora está en prisión) o son asesinados (Boris Nemtsov, tiroteado hasta la muerte a 500 metros del Kremlin en 2015), como en la Rusia de Vladimir Putin.

Pero no están tan lejos aquellos que admiran esos métodos de actuación. A nuestro alrededor extienden su influencia organizaciones políticas que tienen como objetivo alcanzar el poder mediante el uso de las urnas democráticas, para después eliminar progresivamente las libertades. Y no se ocultan. De hecho, están en las instituciones desde hace tiempo. Y, lo más preocupante: los populistas ya son parte de nuestro paisaje.